23/01/2022
Publicado en
The Conversation
Aurora Bernal Martínez de Soria |
Profesora titular de Teoría e Historia de la Educación, Facultad de Educación y Psicología, Universidad de Navarra
El 24 de enero, todos aquellos países que pertenecemos a la Organización de Naciones Unidas celebramos el Día Internacional de la Educación. El lema este año es “cambiar el rumbo, transformar la educación”. La UNESCO, el organismo que vela por que se garantice el derecho a la educación en todas las regiones del mundo, proclama:
“En esta época excepcional, no podemos seguir haciendo lo mismo de siempre. Si queremos transformar el futuro, si queremos cambiar el rumbo, debemos repensar la educación. Se trata de forjar un nuevo contrato social para la educación. (…) Tenemos que reparar las injusticias del pasado y orientar la transformación digital hacia la inclusión y la equidad. Y necesitamos que la educación contribuya plenamente al desarrollo sostenible, por ejemplo, integrando la educación ambiental en todos los planes de estudios y formando a los docentes en este ámbito.” (Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO).
Financiación y desarrollo sostenible
El contrato social que se solicita versa sobre la financiación, un acuerdo por el que los Estados se comprometan a invertir más capital en la educación.
Para llevar a cabo el contrato social sobre la educación, hay que establecer un pacto sobre cómo contribuir al desarrollo sostenible global o mundial que sabemos depende de las adecuadas relaciones internacionales de colaboración.
Solo esta cooperación permitirá el desarrollo humano de todos los países, y que este sea sostenible, se logre y mantenga de generación en generación. Únicamente es posible esa ayuda mutua si cada país mantiene como reto la sostenibilidad del desarrollo de su sociedad.
Asumir estos compromisos supone que las personas que tienen influencia en la dinámica de cada sociedad ambicionen lograr el cambio de las condiciones de vida de todos los habitantes del mundo y trabajen no solo en beneficio propio.
¿Un plan realista?
El ideal de cambiar el rumbo transformando la educación parece una utopía, un proyecto imaginativo de una sociedad futura, de muy difícil realización. ¿Cómo arrancar este plan para que sea algo realista?
Podríamos añadir al lema del Día Internacional de la Educación de 2022 un pequeño fragmento: “cambiar el rumbo, transformar la educación, promover una educación transformadora”. Una educación transformadora es una educación que apuesta por la formación integral de las personas.
En el llamado informe Delors (1996), que tanto ha sido citado a lo largo de estas décadas que llevamos de vida en el segundo milenio, podría ser inspirador para transformar la educación.
En aquel informe de la UNESCO se proponían cuatro principios de la educación:
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Aprender a conocer.
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Aprender a hacer.
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Aprender a vivir juntos.
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Aprender a vivir con los demás.
Los resultados de estos aprendizajes son adquirir habilidades, conocimientos, valores, competencias, actitudes o motivaciones.
Integral y transformadora
Una educación transformadora suscita estos aprendizajes. Una educación integral transformadora abarca todos aquellos aprendizajes que contribuyen al desarrollo intelectual, afectivo, moral, cívico, físico, espiritual de las personas, relacionándose entre sí, y armonizando los distintos espacios sociales en los que cabe intencionalmente educar.
Si, por ejemplo, promovemos la razón crítica, lo hacemos pensando en asignaturas de ciencias, en asignaturas de letras, en asignaturas de ciencias sociales, en las aulas, en los patios, en los polideportivos, en los hogares, en los espacios culturales y de ocio enriquecedor.
Se trata de presentar educativamente lo que hace posible el desarrollo sostenible, de tal modo que las personas orienten sus vidas a lograrlo, les interese, les satisfaga empeñarse y participar en construirlo.
Aspirar a metas sostenibles
La brecha digital ha puesto de manifiesto la desigualdad de oportunidades educativas de algunos sectores sociales, y hemos descubierto que las nuevas tecnologías pueden ser un buen instrumento para incluir en la educación a diversidad de personas. Sin embargo, los instrumentos digitales no tienen la clave para cambiar de rumbo y hacer que la educación cumpla con el objetivo de contribuir al desarrollo.
La educación para el desarrollo sostenible no pasa tampoco por inflar el plan de estudios con nuevas asignaturas, aunque no vendría nada mal dar más carga de profundidad a las materias humanísticas. Estas materias contemplan valores no estrictamente útiles y sin embargo ayudan a adquirir el sentido de la humanidad, el sentido humanitario de la propia vida.
Necesitamos implicar a los educadores en una educación transformadora, y ayudar a los ciudadanos a aspirar a metas que prioricen el desarrollo sostenible.
Lo que marca la diferencia educativa es saber vivir y saber convivir, el interés por aprender y conseguirlo. La clave no son los recursos materiales sino las relaciones con los demás: educadores (maestros, profesores, padres y madres) y compañeros. Los estilos de vida, los valores que se promueven en la convivencia, la comunicación, dan lugar a contextos que resultan imprescindibles para la educación integral y transformadora.
El cuidado educativo es la principal fuente de motivación para los educandos, niños, jóvenes y adultos. En este punto coinciden las personas con y sin recursos materiales. Sin duda los recursos son necesarios, pero no son suficientes.
Ampliar la visión y la intención
Para cambiar de rumbo, transformando la educación, los educadores tendrían que ampliar su visión e intencionalidad educativa, y quizás cambiar ellos mismos para ser referencia de vida.
En definitiva, nuestro primer objetivo debería ser financiar una formación integral de los educadores: fomentar su autonomía, libertad, creatividad y esfuerzo, y el establecimiento de redes entre los ámbitos educativos o agentes sociales que influyen en la educación.
La película No mires arriba, estrenada recientemente, nos muestra cómo el desarrollo tecnológico, por si solo, no conduce al desarrollo sostenible, porque sin sentido de humanidad, nos destruimos.