23/01/2023
Publicado en
Diario de Navarra, El Día y El Diario Montañés
Pablo Pérez |
Catedrático de Historia Contemporánea y profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea
Todos mis encuentros con el recientemente fallecido Paul Johnson han sido literarios: le he leído. Menos de lo que me gustaría, porque siempre falta tiempo y escribió mucho. La primera de sus obras que llegó a mis manos fue su Tiempos modernos. Todavía recuerdo el comienzo, en 1917, con la expedición para verificar las tesis de la teoría de la relatividad de Einstein, en plena Primera Guerra Mundial. Aquel comienzo me atrajo como lo siguieron haciendo el resto de las más de ochocientas páginas del libro. Había sorpresas en todos los capítulos y a veces en cada página. Aquello era muy diferente de la Historia que me habían enseñado en la facultad.
Algunos prestigios míticos eran puestos en duda sin compasión: el buen criterio del gobierno británico en sus colonias (y esto por un británico), las costumbres personales de Gandhi, el ascendiente de J. F. Kennedy, la sensatez de muchos pensadores evocados por otros como oráculos… Se permitía escribir con aprecio de los creyentes, tantas veces presentados como reliquias de otro tiempo por los popes del progresismo. Y había más: detestaba a Franco, pero no consideraba a los republicanos los héroes únicos de la guerra civil española y, para colmo, no era marxista ¿De dónde había salido este hombre? No lo sabía muy bien, pero había que reconocer que nos hacía pensar. Era una auténtica provocación para las ideas comúnmente admitidas en las facultades españolas de los años 80.
Poco después supe que Tiempos Modernos se había convertido en libro de lectura obligatoria en muchas facultades de ciencia política anglosajonas. Leí su Intelectuales y discutí casi sin parar con un buen amigo y colega que consideraba inaceptables esas biografías de pensadores y escritores que reparaban en la vida privada del personaje comparándolo con sus ideas. Hubo ardor en aquellas discusiones, que nos hicieron pensar y leer todavía más.
Me enteré más tarde de que se había formado como historiador en Oxford pero que se había dedicado a escribir en prensa y revistas. Que había sido un izquierdista significado en su juventud, crítico, combativo, con afilada pluma para la denuncia, prestigioso por sus análisis demoledores para los conservadores. Y resulta que había cambiado: su radicalismo izquierdista dejó de convencerle y rectificó su postura lanzando entonces sus críticas contra muchas de sus convicciones anteriores. De alguna forma lo había intuido al leerle: Johnson defendía posturas consideradas conservadoras con el lenguaje, el estilo, la contundencia y la furia propias de la izquierda. Era un progresista que había visto más allá del aparente triunfo de sus ideas en el 68 y se empeñaba en impugnarlas ahora hasta reírse de ellas.
Le admiré también como agudo articulista. Recuerdo su artículo sobre cómo mantener vivo un matrimonio. Daba varios consejos, entre otros no discutir con acritud y tener mala memoria: las cosas no tenían tanta importancia como parecía en caliente. Y había que tener mala memoria: «– Cariño, recuerdas cuál fue el motivo de aquella discusión por la que casi nos divorciamos», le habría preguntado un día su mujer. «– No tengo ni idea», habría contestado él. Era un buen consejo para la convivencia. Años más tarde se hizo público de forma escandalosa que Johnson había tenido una amante durante once años… dando muestras de una notable incoherencia. Casi tan notable como la de algunos a los que él denunció. Lo reconoció, pidió perdón. Para entonces los intentos de dañar su reputación quedaron en poca cosa.
Con más de 50 libros publicados, uno de ellos una Historia de los judíos que había gustado tanto que se estudiaba en muchas sinagogas, después de miles de brillantes artículos, había demostrado ser un escritor de gran talla. Confío en que alcanzara la coherencia que deseaba. Descanse en paz este provocador que nos ayudó a pensar.