Juan José Pons Izquierdo, Profesor de Geografía en la Universidad de Navarra. Miembro del Consejo Social de Política Territorial
Navarra menguante
Seiscientos cuarenta mil ciento cincuenta y cuatro… ¡y bajando! La reciente publicación de las cifras provisionales del Padrón de habitantes, a fecha 1 de enero de 2015, pone nuevamente de manifiesto que Navarra pierde población. Es el tercer año consecutivo en que esto ocurre y aunque tan solo se trata de 636 habitantes menos de los que había un año antes, el dato es muy significativo, porque esta tendencia –que parece consolidarse– quiebra más de un siglo de crecimiento ininterrumpido de la población navarra.
También da por finalizado el período de mayor transformación demográfica que ha vivido Navarra. No en vano, en los últimos 15 años hemos asistido, gracias al fenómeno de la inmigración y a un pequeño repunte de la natalidad, a algunos de los años de mayor crecimiento demográfico de nuestra historia, solo comparables a los de la etapa de industrialización, en la década de los sesenta del pasado siglo.
En la actualidad, por el contrario, nos encontramos con que la crisis económica en la que estamos inmersos ha hecho que los flujos de entrada a Navarra se reduzcan mucho y los de salida, muy poco relevantes en las últimas dos décadas, hayan comenzado a crecer con fuerza. Este saldo migratorio negativo de Navarra es –básicamente– internacional, ya que el balance de los intercambios de población con otras regiones españolas está muy equilibrado.
En el contexto nacional, Navarra ha perdido durante 2014 poca población, tanto desde el punto de vista del volumen absoluto (cuestión lógica por su pequeño tamaño), como en términos relativos. Frente a un descenso de un 0,4% del conjunto de España, que llega a ser del 1% en varias comunidades autónomas, Navarra ha decrecido solo un 0,1% de su población, lo que nos sitúa entre el grupo de regiones que mejor se ha comportado en este período.
No obstante, y por encima del análisis de estos datos, la cuestión que ahora interesa más dilucidar es si la tendencia demográfica que apunta se consolidará de cara al futuro o es simplemente consecuencia de la emigración producida por la crisis actual. ¿Estamos ante un descenso poblacional puramente coyuntural o se trata del comienzo de una evolución que obedece a un verdadero cambio de ciclo demográfico?, esa es la incógnita.
Hay argumentos en ambos sentidos. Por un lado, el descenso demográfico parece haberse frenado o –al menos– ralentizado. Si en 2013 Navarra perdió 3.787 habitantes, este año esa cifra se ha reducido casi a una quinta parte. Es probable que el retorno al crecimiento económico y del empleo haga que cambien las tornas.
Esta posibilidad es bastante plausible, pero solo a corto plazo, ya que a la tendencia migratoria negativa, responsable de la actual pérdida de población, se une otro aspecto más de fondo, que compromete seriamente la evolución en el futuro: la existencia de una estructura demográfica en franco envejecimiento.
Y este aspecto es el que permite aventurar que con o sin retorno a un saldo migratorio positivo, Navarra se debe preparar para una reducción progresiva y prácticamente inexorable de su población. La proyección a medio plazo del Instituto Nacional de Estadística nos sitúa en cifras ligeramente más bajas que las actuales (635.636 habitantes en 2029) y lo lógico es pensar que, si no cambian de manera importante las pautas de fecundidad, el envejecimiento se agudizará y con ello la pérdida progresiva de población.
¿Estamos preparados para ello?, ¿se están dimensionando correctamente de cara al futuro determinados servicios básicos, como la sanidad o la educación?, ¿cuenta el sector de la vivienda con ese previsible escenario?, ¿afectará la nueva situación de estancamiento y descenso demográfico por igual a todas las zonas de Navarra? Son demasiados interrogantes y, sobre todo, demasiado importantes como para no prestarles la debida atención.