Daniel Bartolomé Navas, Profesor de Protocolo ISSA de la Universidad de Navarra
Reaprendiendo formas orientales
El apretón de manos, el abrazo, el beso -o el besamanos como máxima expresión de respeto-, son expresiones de saludo que tienden puentes de humanidad entre nuestro yo y el otro. Rompen la frontera psicológica que nos separa de los demás y nos conceden identidad. Son símbolos usados tradicionalmente en nuestra cultura para mostrar un sinfín de mensajes no verbales de amistad, amor, reconocimiento, respeto, compromiso, fidelidad… que forman parte integrante de las conductas aprehendidas para relacionarnos con nuestros seres más queridos y en sociedad.
Estamos acostumbrados, en general, a un contacto físico de igualdad sustentada en nuestra realidad democrática. La Constitución española de 1978 rompió las barreras y separaciones asociadas a otra realidad política, y nuestras expresiones relacionales se han acercado de manera transversal en los ámbitos personal y profesional. Aunque a veces resulta difícil combinar cercanía y educación.
El distanciamiento social como respuesta sanitaria al Covid-19 ha supuesto una medida necesaria pero muy drástica a este respecto. No estamos acostumbrados a no tocarnos. Somos una sociedad de contacto con un lenguaje corporal cercano, lejos de las costumbres de expresión orientales más rígidas y hieráticas fundadas en las muestras de respeto y humildad enraizadas en otra cultura política.
Se puede entender que hemos “orientalizado” nuestras formas de saludo en pro de la seguridad sanitaria. Y estéticamente, así parece ser. No tocarnos en el saludo social nos asemeja, a priori, a Oriente y las imágenes que vemos a diario de nuestros políticos en los medios nos proyectan a conductas modales de la cultura asiática. Y aunque el sustrato de ese tipo de saludo o “no-saludo” se cimenta en el miedo a un contagio y no a una veneración, nos está haciendo aprender positivamente el sentido sacro del yo, aunque, negativamente, el riesgo que supone el otro.
El coronavirus, siendo un elemento radicalmente distorsionador, nos ha colocado delante del valor de la vida y la educación, en estos tiempos extraños, la demostramos paradójicamente omitiendo el saludo tradicional. Sin embargo, el ingenio humano y nuestra necesidad atávica del prójimo han generado desde el inicio de la pandemia alternativas comunicativas, de expresión divertida, como el “Wuhan shake”, el choque de codos, el movimiento de cabeza… que, curiosamente, se han globalizado a través de las redes generando una cultura planetaria de saludo que están ayudando a unificar a la humanidad ante la presencia del invasor.
Pero incluso en la alternativa de los nuevos saludos o el “no saludo”, igual que en el lenguaje, establecemos su distinción según sea para un uso formal o informal. Así, en los distintos actos institucionales a los que estamos asistiendo estos días en la búsqueda de una vuelta a la normalidad y aunque observamos escenas curiosas de intentos de saludo tradicional que responden a la buena educación y a una mecánica protocolaria interiorizada por los protagonistas -como las protagonizadas por el rey y el presidente del Gobierno en el acto de reapertura de la frontera entre España y Portugal-, se va confeccionando un “protocolo covid para actos oficiales” en el que lo prudente y también formal es omitir el saludo de contacto. Y en este contexto, el uso de la reverencia con inclinación de cabeza, debida tradicionalmente a la Corona, sin apretón de manos que hemos visto realizar sanitaria y respetuosamente a representantes locales en los viajes que los Reyes han realizado por las distintas autonomías españolas apoyando al sector turístico, han desempolvado y sacado a la calle un gesto de máxima expresión de respeto por la más alta institución del Estado.
La democracia no está reñida con las buenas formas y la educación. La igualdad positiva y positivista alcanzada y la cercanía de las instituciones no debe hacernos perder el respeto por el otro y lo común. Y en este sentido, y paradójicamente, el Covid-19 nos está haciendo reutilizar gestos y saludos que escenifican, aún por precaución de contagio, el respeto “oriental” por los demás y por los símbolos que nos unen como identidad colectiva.