23/08/2021
Publicado en
Diario de Navarra
María Concepción García Gaínza |
Catedrática de historia del arte
En un artículo publicado en este mismo medio de 15 de octubre de 2013, dimos cuenta de la presencia de unas vidrieras de la catedral de Pamplona que, tras ser enajenadas en 1917, acabaron en la colección del magnate William Randolf Hearst en 1931 y, finalmente, terminaron en la catedral de Santa Cecilia de Omaha. En esta ocasión haremos una visión actualizada del novelesco viaje de las piezas.
Las vidrieras pamplonesas
on conocidas las circunstancias que se dieron para la venta de las vidrieras y su salida al mercado. Según el estudio de Jesús Omeñaca, las vidrieras que nos ocupan fueron obra de Juan Carlos Bionde. En realidad, el finalizó el conjunto a comienzos del siglo XVII, pues un documentado trabajo de Mercedes Chocarro ha demostrado que algunas vidrieras eran anteriores. Así, bajo el mecenazgo de Juan Rena, el vidriero Francisco Morel hizo en 1534 la de los Reyes Magos. Actualmente, según Nieto Alcaide, solo cuatro ventanales originales se conservan en la catedral en la nave central que muestran una iconografía tradicional de santos como Santa Lucía, San Juan Bautista y Santa Catalina y San Miguel, la Virgen y Santa Bárbara más la Anunciación y la Flagelación. El resto de las vidrieras fueron vendidas porque se encontraban en mal estado debido a las sucesivas explosiones del molino de la pólvora ubicado bajo la muralla al noroeste de la catedral y en el sitio de Pamplona en la Guerra de la Independencia.
El mal estado de las vidrieras llevó al Cabildo en 1917 a solicitar al arquitecto diocesano Ángel Goicoechea un reconocimiento de las mismas, quien encontró ruinoso el estado de los ventanales del lado del Norte y crucero y había procedido a desmontarlos y depositarlos en el suelo del claustro donde fueron reconocidas por los miembros de la Comisión de Monumentos de Navarra, a instancias de Goicoechea. La documentación publicada por Emilio Quintanilla acerca de esta visita de inspección, resulta del mayor interés pues encontraron las vidrieras además de en mal estado sin el valor artístico que se pensaba ya que habían sufrido a mediados del siglo XVIII "arreglos tan malamente hechos, aprovechándose trozos de otras vidrieras de diferentes épocas y estilos que se hacía imposible el intento de restauración…". Goicoechea respondió a la pregunta sobre el estado de las vidrieras del lado sur que su estado de deterioro era semejante a las expuestas en el claustro y que se proponía desmontarlas. Ante la valoración negativa, se decidió la venta de alguna de las vidrieras deterioradas y de esta manera, con el dinero obtenido, poder sufragar unas vidrieras nuevas de la Casa Maumejean.
En la famosa colección de William Randolf Hearst
Las vidrieras enajenadas fueron adquiridas en 1931 al anticuario parisino Demotte que tenía tienda en Nueva York, por el magnate William Randolf Hearst. En la colección de este último permanecieron hasta que, a partir de 1938 las piezas de la misma se dispersaron en otras colecciones y museos. Las vidrieras de Pamplona salieron a subasta en 1941 en la casa Gimbel Bros de Nueva York a un precio de 489 dólares, sensiblemente inferior al que habían sido adquiridas.
La figura de William Randolph Hearst es bien conocida como magnate de la comunicación en Norteamérica de las primeras décadas del siglo veinte que intentó sin éxito una carrera política como alcalde de Nueva York y gobernador del estado. Fue un coleccionista compulsivo de antigüedades con las que abarrotaba sus mansiones convertidas en verdaderos contenedores de arte. Su personalidad desbordante y compleja fue magistralmente reflejada por Orson Welles en la película Ciudadano Kane, estrenada en vida de Hearst. Su faceta de coleccionista y la pertenencia de un elevadísimo número de obras de su colección al patrimonio cultural español ha sido sacada a la luz gracias al libro por José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz con el título "La destrucción del Patrimonio artístico español. W. R. Hearst. El gran acaparador" (Cátedra, 2012). Gracias a este libro y a la admirable labor de documentación y seguimiento de las piezas a ambos lados del Atlántico durante años, hemos podido comprender, con sentimiento, la compleja historia de destrucción de innumerables bienes culturales entre los que se encuentran monasterios medievales enteros, claustros románicos, techos mudéjares, tapices, armaduras, sillerías de coro, mobiliario y, entre ellos, una Virgen gótica y algunas vidrieras procedentes de la catedral de Pamplona.
En la catedral de Omaha (Nebraska)
Opinan Merino de Cáceres y Martínez Ruiz que el estado de las vidrieras no debía de estar tan deteriorado cuando Hearst pagó por cada una de ellas, en Nueva York, 1.500 dólares y mostraban la buena técnica que se aprecia en la fotografía de un santo obispo y Santa María Magdalena que se conserva en el Archivo Hearst que las titula como "vidrieras procedentes de la catedral de Pamplona". El resto de las vidrieras representaban a San Agustín y una Santa y a San Cristóbal y Santa Bárbara.
El destino de tres de ellas lo conocimos gracias a la doctora Cristina López del Burgo quien me comunicó su localización en la catedral de Omaha (Nebraska) y facilitó sus fotografías. Están instaladas en la capilla de Nuestra Señora de Nebraska y un texto turístico informa que se trata de vidrieras de la catedral de Pamplona que fueron adquiridas en Nueva York procedentes de la colección Hearst y fueron legado de un habitante de Omaha, una ciudad que por cierto tuvo algo que ver con el imperio periodístico de Hearst. Representan a Santa María Magdalena, Santa Bárbara y San Cristóbal, tres santos cuya iconografía coincide con los señalados en los Archivos Hearst. También añade que las vidrieras son vistas de día y de noche a millas de distancia de la catedral de Omaha. La Magdalena, la mejor conservada, coincide con la que reproduce la fotografía de los archivos aunque ha perdido el basamento y es la mejor en calidad. El modelo de ventanal con remate en venera y florero central responde al esquema de las conservadas en la catedral de Pamplona. Más retoques muestra la Santa Bárbara con la torre tanto en el rostro como en el remate apuntado del ventanal y lo mismo ocurre con el San Cristóbal, pero cabe recordar que estas vidrieras han sufrido sucesivas restauraciones desde el siglo XVIII en adelante. Con todo, conservan su valor y su aspecto general de la vidriera del siglo XVI. Es curioso notar que en la catedral de Pamplona existen tres vidrieras que reproducen estos tres santos cuya iconografía quiso probablemente conservarse. Se desconoce dónde fueron a parar las tres vidrieras restantes de la colección Hearst, pero es sabido que cada obra artística tiene su propia historia y sigue un itinerario marcado por las decisiones de los hombres.