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Tomás Rincón-Pérez, defensor de la iglesia y de los derechos de los fieles

23/08/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Javier Otaduy |

Profesor emérito de la Facultad de Derecho Canónico

Tomás Rincón ha muerto inesperadamente, a mitad de agosto, y en un pueblo de Segovia (Abades, su pueblo de toda la vida). Ha sido todo muy intempestivo. Muchos de nosotros ni siquiera hemos podido ir a su funeral. Y eso duele bastante, para qué nos vamos a engañar.

Tomás vino a Pamplona desde Segovia en 1964, cuando era todavía un joven sacerdote. Para entonces ya tenía la licenciatura en Teología. Venía a estudiar Derecho Canónico, el año anterior a que finalizara el Concilio, pero al terminar su licenciatura y su doctorado se quedó 40 años más como profesor. Para muchos de nosotros ha sido uno de los contactos más importantes con los orígenes. La Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra nació en 1959, cinco años antes de que él llegara, pero él coincidió en Pamplona con todos los grandes maestros y asumió con una naturalidad admirable sus ideales originarios.

Claro está que, además de académico, Tomás era un sacerdote. Vivía en la residencia de la parroquia de San Miguel y allí desarrollaba su labor pastoral. Nosotros le veíamos todos los días llegar a la Facultad después de celebrar la Misa de diez.

En el desarrollo de la docencia le tocó de todo. Fue profesor de Derecho Penal Canónico, la especialidad que menos rastro dejó en su bibliografía. Después explicó Derecho Matrimonial. Recuerdo que a mí me dio esa asignatura en 1974. El tema de su doctorado había sido la sacramentalidad del matrimonio, y en realidad, no abandonó nunca ese interés por el derecho matrimonial. Más adelante, le tocó estructurar una materia compleja y amplísima, el Derecho Administrativo Canónico, cuya parte general explicó durante varios cursos. Los últimos años de su trabajo académico dieron lugar a tres perlas editoriales, que vinieron también al compás de su docencia: los manuales sobre la liturgia y los sacramentos, sobre los ministros sagrados y sobre la vida consagrada.

Todo este vaivén de materias se debía a dos causas que tuvieron la suerte de encontrarse. Por una parte, la necesidad del desarrollo del currículo docente en una Facultad que empezaba, y por otra, la disponibilidad para el servicio por parte del profesor Rincón. Me gustaría decir que para estar siempre disponible hay que ser muy humilde, pero también muy capaz. Sobre todo para hacer bien lo que te toca, sea lo que sea, como fue su caso. Durante quince años también le tocó ser el director de la revista Ius canonicum, a la que hizo mucho bien. Y ella a él, claro está.

A Tomás le interesaban muchas cosas, pero yo diría que lo que más le atraía y le preocupaba era el bien de la Iglesia y los derechos de los fieles. Proclamar lo que la Iglesia es y defender lo que los fieles tienen. Tenía una gran capacidad para acertar con los problemas reales y las soluciones reales. Era algo instintivo. Pero además de acertar con las soluciones, sabía defenderlas con una autenticidad extraordinaria.

Hace 15 años tuve que redactar una semblanza académica de Tomás, porque se jubilaba. En aquella semblanza ponderaba las condiciones de Tomás Rincón en sus diálogos académicos. Me preguntaba por qué era tan convincente cuando discutía. Me referí a unas cuantas disposiciones intelectuales suyas que me parecían importantes. No tenían nada que ver con la retórica sino con su modo de entender y afrontar la verdad.

A continuación añadí una pequeña broma, que de repente se ha hecho muy seria. «Se me viene a la a la cabeza lo que sucederá cuando lea esto, si lo lee. Me dirá: eso que dices es muy bueno para un muerto, pero yo no estoy muerto todavía». De modo que ya no le incomodan los elogios, y todo se puede exponer con mucha más libertad, como yo he hecho aquí.