22/09/2022
Publicado en
The Conversation
Salvador Sánchez Tapia |
Profesor de Análisis de Conflictos y Seguridad Internacional, Universidad de Navarra
El péndulo de la guerra parece haber cambiado de dirección con la ofensiva ucraniana de septiembre sobre el sector de Jarkov. El gobierno de Kiev ha conseguido recuperar una parte del territorio perdido al comienzo de la guerra. Aunque a un ritmo menor, la ofensiva continúa y cuestiona la firmeza del control ruso sobre los territorios del Donbás que arrebató a Ucrania en 2014.
El cambio de postura de Ucrania aviva las expectativas de una victoria final y completa sobre Rusia, que podría verse desalojada de los territorios que ocupa desde 2014. ¿Está Ucrania ganando la guerra? La respuesta a esta pregunta depende, en gran medida, de lo que signifique para Ucrania “ganar la guerra”, aunque considerar que Rusia está en vías de ser derrotada –algo posible– es hoy tan inexacto como prematuro.
La ofensiva ucraniana
Las capacidades militares de Ucrania han progresado de forma extraordinaria desde el comienzo de la guerra gracias, sí, a la experiencia de combate adquirida en estos meses pero, sobre todo, por mor de la asistencia recibida de Occidente en forma de material, inteligencia, adiestramiento, capacidad de planeamiento y medios de mando y control. Día a día, Ucrania es más capaz y se atreve a más, como demuestra la forma en que la ofensiva se ha preparado y ejecutado.
Con todo, la operación ucraniana ha sido de alcance limitado. No estamos ante una ofensiva de nivel operacional que abarque todo el frente ruso y que pueda provocar su hundimiento y una derrota total de Rusia. Hoy por hoy –es posible que esto cambie en el futuro– Ucrania no parece tener capacidad para planear y ejecutar una operación de tal envergadura, mucho menos para sostenerla.
Respuesta rusa: decreto de movilización y amenaza nuclear
Rusia, aunque ha sufrido pérdidas y un daño en la moral de combate de sus unidades difícil de cuantificar, no está al borde del colapso, si bien la propia naturaleza de la guerra hace que esta posibilidad no pueda ser descartada.
Moscú, después del noqueo inicial, comienza a adoptar medidas para contener la penetración ucraniana y restablecer la situación anterior a la ofensiva. El anuncio del decreto de movilización parcial de trescientos mil reservistas y, sobre todo, la amenaza de uso de armas nucleares, son hechos que hablan elocuentemente del daño que la ofensiva ha hecho a Rusia, a la moral de combate de sus unidades y, puede intuirse, a la voluntad de resistencia del público ruso.
La posibilidad de que Rusia llegue a cruzar el umbral atómico no puede ser ignorada sin más, máxime si llegara a consumarse la anexión a Rusia de los territorios de Donetsk y Lugansk que está detrás de los referendos anunciados en los dos territorios.
Sin llegar a ese extremo, Rusia puede responder reforzando las unidades del frente ucraniano –lo que debe ponderar cuidadosamente para no quebrar su frente doméstico–, intensificando el empleo de medios de fuego sobre objetivos de valor táctico y estratégico y manteniéndose firme en espera de que la llegada del invierno incline de nuevo la balanza a su favor. Con todo, no parece lógico esperar que Rusia recupere sus capacidades hasta el punto de revertir la tendencia actual, recuperar el territorio recién perdido y extender su control de Ucrania aún más al Oeste.
Recientemente, el presidente Zelenski ha manifestado su ambición de recuperar todos los territorios que Rusia le ha arrebatado desde 2014. Semejante aspiración es legítima, comprensible y consistente con el respeto al orden internacional, que no puede dar carta de naturaleza a una situación a la que se ha llegado mediante el uso ilegítimo de la fuerza. Si ese es el objetivo estratégico definido por el presidente, aún está lejos de lograrlo, ni militarmente, ni por la vía de unas eventuales negociaciones que se antojan distantes por falta de voluntad de las partes.
El apoyo de Occidente
¿Y si ese objetivo fuera alcanzable? ¿Debería Occidente apoyar los esfuerzos ucranianos para lograrlo? Surge aquí un dilema entre lo deseable y lo práctico. La total restauración de su integridad territorial es una cuestión de derecho, para Ucrania y para toda la comunidad internacional.
El problema es que intentarlo puede dar lugar a una escalada de la respuesta rusa en los términos utilizados por Putin en su amenaza, que podría terminar arrastrando a Occidente al conflicto, con consecuencias imprevisibles. Una derrota de Rusia en esos términos podría, además, hacer caer el régimen de Putin sin que, por el momento, se pueda atisbar un sustituto con el que Occidente pudiera llegar a entenderse, y que podría adoptar una postura aún más contraria hacia Occidente que la de Putin, bloqueando la posibilidad de cooperación. Eso es algo no del todo conveniente si se piensa en China como el verdadero reto a la seguridad global a medio plazo.
Con todas las reservas morales, la vía pragmática de la negociación debe ser explorada si lo que se persigue es una paz estable y aceptable por ambas partes. Esta solución se antoja lejana; Ucrania la rechaza pensando que la recuperación de todo el territorio perdido no es una quimera; Rusia, porque necesita recuperar la iniciativa y porque considera que el territorio ocupado hasta ahora no colma sus necesidades de seguridad ni alcanza a justificar su opción por la guerra. No se alcanzará sin un estímulo exterior que mueva a los contendientes hacia la mesa de negociación.