Manuel Martín Algarra, Catedrático de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra
Periodismo, democracia y Podemos
Hace unos días un periodista de reconocida trayectoria e integridad, comentaba la entrevista de Sergio Martín a Pablo Iglesias del pasado 5 de diciembre en el Canal 24h. Decía que, aunque no la había visto en directo, todo lo que había leído y los cortes que había podido ver le habían supuesto una gran decepción. Conocía bien la trayectoria periodística del entrevistador y se lamentaba de que la hubiera tirado a la basura por una entrevista, en su opinión, más beligerante que inteligente.
Yo no conocía a Sergio Martín hasta que él mismo se convirtió en noticia por su entrevista al líder de Podemos. Me sorprendió la unánime decepción de sus críticos con quien hasta entonces habían considerado un buen profesional, amable y objetivo que se había tornado injustificadamente hostil con Pablo Iglesias.
Decidí ver la entrevista de principio a fin: no me pareció tan agresiva como esperaba. Pocos días antes había visto la que Ana Pastor hizo al mismo Pablo Iglesias y, con diferencias, en general el tono de ambas fue parecido. Lo que más me llamó la atención no fueron las preguntas sino las respuestas. El periodista estuvo correcto, incluso diría que demasiado paciente ante un entrevistado evasivo, que se sabe una estrella de la tele y que se comportó como tal. Y Pablo Iglesias no dio la talla que cabe esperar de un responsable político (no olvidemos que Pablo Iglesias es eurodiputado). En algunas ocasiones ni siquiera fue capaz de ceñirse en sus respuestas al "sí" o "no" que el entrevistador pedía a preguntas concretas. Si nos quejamos (con razón) de los políticos que convocan "ruedas de prensa" sin preguntas, también debemos hacerlo cuando un político acepta ser entrevistado en un programa informativo pero no responde a las preguntas sino que "coloca" sus mensajes pre-cocinados, como si estuviera en un mitin o en un espacio publicitario.
En la entrevista de La Sexta de unos días antes ocurrió prácticamente lo mismo que en la de Canal 24: Pablo Iglesias no respondía a lo que Ana Pastor le preguntaba. Y la periodista, con tablas y clase, se lo echó en cara: se quejó repetidas veces de sus evasivas, le dijo que seguía sin aclarar qué pensaba sobre determinados asuntos o qué medidas concretas tomaría Podemos al llegar al poder. Iglesias salió "tocado" de la entrevista con Ana Pastor: las "re-preguntas" de la periodista ante las evasivas, los eslóganes pre-cocinados y las "no respuestas" de Iglesias dejaron en evidencia al líder de Podemos y los medios dieron cuenta de ello en los días siguientes.
Se ve que Pablo Iglesias aprendió la lección y se preparó bien para la del Canal 24h. Esta vez no hubo dudas ni balbuceos: ante una "re-pregunta" sacaba otro eslogan de la factoría Podemos, y ante una pregunta incómoda, atizaba un ataque al periodista, invirtiendo los papeles entre el entrevistador y el entrevistado, entre el político y el periodista.
Iglesias se comportó como un divo, como una estrella de la televisión, que utiliza algunos medios de comunicación (los que se dejan, porque hay que reconocer el tirón de audiencia que genera el político de la coleta). Mal esos medios, por tanto, y no los periodistas de verdad: Ana Pastor, Sergio Martín y muchos otros. Pero mal también el político Pablo Iglesias, que actúa de un modo impropio de quien se dice látigo de una "casta" a la que acusa de usar en beneficio propio el acceso al dinero y al espacio públicos que proporcionan el cargo. La actitud de Iglesias en la entrevista con Sergio Martín fue la de un político de "la casta". El líder de Podemos "maneja", en el mal sentido, los medios y la opinión pública. Desde el punto de vista de la comunicación, de la comunicación que busca generar comunidad, su actitud es poco honesta. No lo es con los periodistas, que al preguntar cumplen un papel político básico; ni con el público de los programas informativos, al que trata como trata un showman a la clac de su espectáculo.
El problema de la entrevista no fue Sergio Martín sino un concepto tóxico de la política del que no conseguimos escapar. Por él los políticos se sienten liberados de dar cuenta de sus acciones. Por él los ciudadanos carecemos del necesario sentido crítico para exigir a los políticos honestidad, no sólo en el uso del dinero sino, especialmente, en su mismo trabajo como representantes de la soberanía popular: no pueden convertirse en agitadores de las emociones populares para ganar elecciones. Y ese concepto afecta a los periodistas, de quienes los ciudadanos esperan que pongan en valor su profesión. Sin buenos periodistas la salud de la democracia se arruina y la política se convierte en un hábitat perfecto para personajes venenosos, que brotan por todo el espectro político. Por respeto a la democracia y por dignidad profesional, un periodista no puede aceptar que su trabajo sea convertido por un político en un anuncio o en un mitin.
Como político que es, Pablo Iglesias no es ajeno a esa política tóxica. No hay duda de que Podemos y sus líderes no son el problema sino un síntoma del débil estado de nuestra cultura política.
Si alguien se escandalizó por la entrevista de Sergio Martín a Pablo Iglesias, debería ver la que Jeremy Paxman hizo en 1997 en la BBC a Michael Howard, entonces Ministro del Interior de Inglaterra. Ante las reiteradas evasivas del político, Paxman fue capaz de repetir once veces seguidas la misma pregunta. Algunos consideraron "infame" al periodista. Otros, sin embargo, lo ponen como ejemplo de la dignidad con la que se debe exigir a un político que dé cuentas de su trabajo.