Francisco Javier Laspalas Pérez,, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Los padres y los regalos de Navidad
Si los llamados teléfonos 'inteligentes' y otros dispositivos electrónicos forman parte de nuestra vida familiar, deberíamos prestar mucha atención a la 'dieta mediática' de nuestros hijos. Ahora bien, fiscalizar lo que hacen con semejantes aparatos no parece el único modo, ni el más inteligente, de tomar precauciones al respecto.
Uno de los fenómenos más inquietantes de nuestro tiempo es la degradación de las aficiones a las que, impulsados por el mercado y sus intereses comerciales, se entregan los ciudadanos. Neil Postman, un célebre sociólogo alemán radicado en los EE.UU., tuvo el acierto de denunciar tales prácticas en dos de su obras: 'Divertirse hasta morir: el discurso público en la era del «show business»' y 'Tecnópolis: la rendición de la cultura a la tecnología'.
Este problema se manifiesta de modo especial durante las fiestas de la Navidad, que, en la actual sociedad de consumo, tienden a convertirse en una simple excusa para intercambiar regalos. Y aunque los adultos no son inmunes a él, afecta de manera muy particular a los niños y los adolescentes que, por su falta de madurez, son las principales víctimas potenciales de la publicidad. Las diversiones de los jóvenes siempre han sido problemáticas, porque pueden ser ocasión para contraer graves vicios. No así la de los niños, que solían ser mucho más inocentes. Recuerdo con afecto mi infancia en un pequeño pueblo de Navarra, por el que vagaba con mis amigos sin control. Algunas de nuestras actividades eran muy poco recomendables. Por ejemplo, nos arrojábamos agua con las jeringuillas desechables previamente usadas en el centro de salud. Sin embargo, no viene a mi memoria nada que fuera especialmente nocivo, ni para mi educación moral, ni para mi formación intelectual.
Dudo mucho de que pueda decirse lo mismo de los entretenimientos que se diría 'asedian' a nuestros hijos en la actualidad, promovidos por potentes empresas cuya única meta es vender sus productos. Al margen de que estos están diseñados en gran media para resultar adictivos, lo que en sí mismo es nefasto, tanto sus contenidos explícitos, como sus mensajes ocultos, tienen a menudo un enorme potencial corruptor.
Los videojuegos, las películas, las series de televisión, las páginas web, e incluso los libros, la música y las obras de arte de consumo habitual, distan mucho de resultar 'formativos', simplemente, porque no son difundidos con tal fin, ni sus creadores han tenido por lo general en cuenta su repercusión en las convicciones y las conductas del público. Lo que se lleva es ganar cuota de mercado y fidelizar al cliente, o hacer gala de una libertad de expresión abusiva e irresponsable.
A la vista del panorama, y en particular si los llamados teléfonos 'inteligentes' y otros dispositivos electrónicos forman parte de nuestra vida familiar, deberíamos prestar mucha atención a la 'dieta mediática' de nuestros hijos. Ahora bien, fiscalizar lo que hacen con semejantes aparatos no parece el único modo, ni el más inteligente, de tomar precauciones al respecto. Podemos jugar con ellos, y procurar que los más pequeños aprendan a hacerlo entre sí, lo que favorecerá mucho su socialización, o incluso solos, sin necesidad de recurrir a tan importunos intermediarios.
Cuando crezcan, creo que es muy importante intentar acostumbrarlos a emplear al menos en parte su tiempo libre en cosas más serias de las habituales. No tengo nada en contra del deporte, sobre todo si se practica, en lugar de limitarse a contemplarlo. No pretendo que nunca salgan con sus amigos de fiesta o vayan a macroconciertos, ni que prescindan por completo de los medios de comunicación y los ordenadores. Lo que me inquieta es que eso se convierta en lo que principal o únicamente les interesa.
Pienso que, si los niños y jóvenes se apasionan por la lectura, por el arte, por la buena música, o por las películas y el teatro de calidad, eso será muy bueno, tanto para sus estudios, como para su carácter. Y lo mismo podría aplicarse a algo tan simple y hermoso como salir a pasear para disfrutar de la naturaleza, coronar montañas o navegar. Actividades, a mi juicio, mucho mejores que emprender costosos viajes, más o menos exóticos, de los que uno acaba volviendo sobrexcitado y aturdido.
Llegar a apreciar la belleza, tanto la creada por Dios, como la imaginada por el hombre, no es sencillo. Hay que depurar progresivamente nuestro gusto. Sin embargo, es una experiencia muy valiosa, porque nos eleva sobre nosotros mismo y nos ayuda a otorgar más valor a lo espiritual que a o lo material. Deberíamos preguntarnos hasta qué punto podemos introducir a nuestro hijos en ese maravilloso mundo.