02/02/2011
Publicado en
OMNES
Ramiro Pellitero |
Profesor de la Facultad de Teología
A punto de cumplir 85 años, el Papa realizó un viaje relámpago, un verdadero maratón, a Chipre y Grecia, del 2 al 6 de diciembre. Allí puso de manifiesto la dimensión profundamente humana, social y, cabría decir, mediterránea, del mensaje cristiano.
A la vez, el Papa estrechó lazos con los cristianos griegos –en países que cada vez acogen a más ciudadanos católicos– y animó a la participación de todos para afrontar los retos que Europa tiene planteados.
Paciencia, fraternidad y acogida
En su encuentro con los fieles católicos de Chipre (catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias, 2-XII-2021), Francisco manifestó su alegría por visitar la isla, siguiendo los pasos del apóstol Bernabé, hijo de este pueblo. Alabó la labor de la Iglesia maronita –de origen libanés– y subrayó la misericordia como característica de la vocación cristiana, así como la unidad en la diversidad de ritos.
Tomando pie en la historia de Bernabé, señaló dos características que debe tener la comunidad cristiana: la paciencia y la fraternidad.
Así como la Iglesia en Chipre tiene sus brazos abiertos (acoge, integra y acompaña), señaló Francisco, este es “un mensaje importante” también para la Iglesia en toda Europa, marcada por la crisis de fe. “No sirve ser impulsivos, no sirve ser agresivos, nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos de la crisis. Es necesario volver a comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, tomar en mano las Bienaventuranzas, sobre todo anunciarlas a las nuevas generaciones”.
Con referencia al padre del hijo pródigo, siempre dispuesto a perdonar, añadió el Papa: “Es lo que deseamos hacer con la gracia de Dios en el itinerario sinodal: la oración paciente, la escucha paciente de una Iglesia dócil a Dios y abierta al hombre”. Una referencia también a seguir el ejemplo de la tradición ortodoxa, como surgió también en el encuentro con el arzobispo ortodoxo de Atenas, Jerónimo II.
Y sobre la fraternidad, en un ambiente en que existe gran diversidad de sensibilidades ritos y tradiciones, insistió: “No debemos sentir la diversidad como una amenaza contra la identidad, ni debemos recelar y preocuparnos de los respectivos espacios. Si caemos en esta tentación crece el miedo, el miedo genera desconfianza, la desconfianza conduce a la sospecha y, antes o después, lleva a la guerra”.
Por tanto, es necesario, junto a “una Iglesia paciente, que discierne, que no se asusta nunca, que acompaña y que integra”, también “una Iglesia fraterna, que hace espacio al otro, que discute, pero permanece unida y crece en la discusión”.
Esas mismas ideas de paciencia y acogida, la subrayó también el mismo día con las autoridades civiles. Evocó la imagen de la perla que fabrica la ostra, cuando, con paciencia y en la oscuridad, teje sustancias nuevas junto al agente que la ha herido. En el vuelo de vuelta hablaría del perdón –además de rezar y trabajar juntos, y de la tarea de los teólogos– como caminos para avanzar en el ecumenismo.
Un anuncio consolador y concreto, generoso y alegre
Al día siguiente sostuvo Francisco un encuentro con los obispos ortodoxos (cfr. Encuentro con el Santo Sínodo en su catedral de Nicosia, 3-XII-2021) que ofreció una aportación de luz y ánimo para el ecumenismo. A raíz del nombre de Bernabé, que significa “hijo de consuelo” o “hijo de la exhortación”, señaló el Papa que el anuncio de la fe no puede ser genérico, sino que ha de llegar realmente a las personas, a sus experiencias e inquietudes, y para eso es necesario escuchar y conocer sus necesidades, como es común en la sinodalidad que viven las Iglesias ortodoxas.
En esa misma jornada (3-XII-2021) celebró misa en el estadio GSP de Nicosia. En su homilía, el Papa exhortó a los fieles al encuentro, la búsqueda y el seguimiento de Jesús. De modo que sea posible el “llevar las heridas juntos” como los dos ciegos del Evangelio (cfr. Mt 9, 27).
En lugar de encerrarnos en la oscuridad y melancolía, en las cegueras de nuestro corazón a causa del pecado, hemos de clamar a Jesús que pasa por nuestra vida. Y hemos de hacerlo, en efecto, compartiendo nuestras heridas y afrontando el camino juntos, saliendo del individualismo y de la autosuficiencia, como verdaderos hermanos, hijos del único Padre celestial. “La curación llega cuando llevamos juntos las heridas, cuando afrontamos juntos los problemas, cuando nos escuchamos y hablamos entre nosotros. Y esta es la gracia de vivir en comunidad, de comprender el valor de estar juntos, de ser comunidad”. De este modo también nosotros podremos anunciar el Evangelio con alegría (cfr. Mt 9, 30-31); pues “la alegría del Evangelio libera del riesgo de una fe intimista, distante y quejumbrosa, e introduce en el dinamismo del testimonio”.
Todavía tuvo tiempo Francisco, ese día, para una oración ecuménica con los migrantes (en la parroquia de la Santa Cruz, Nicosia, 3-XII-2021), diciéndoles con san Pablo: “Ustedes ya no son extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familia de Dios” (Ef2, 19). Respondiendo a las inquietudes que le habían hecho llegar, los animó a conservar y cultivar sus raíces. Y abrirse, al mismo tiempo, confiadamente a Dios, para vencer las tentaciones del odio –los intereses o los prejuicios propios o de grupo– con la fuerza de la fraternidad cristiana. De este modo se puede hacer realidad los sueños, ser fermento de una sociedad donde se respete la dignidad humana y se camine, libres y juntos, hacia Dios.
Implicación de todos en los retos de Europa
El sábado, 4 de diciembre, Francisco llegó a Atenas, capital de Grecia, cuna de la democracia y memoria de Europa. En el palacio presidencial, reconoció abiertamente: “Sin Atenas y sin Grecia, Europa y el mundo no serían lo que son: serían menos sabios y menos felices”. “Por aquí” –añadió–“han pasado los caminos del Evangelio que han unido el Oriente y el Occidente, los Santos Lugares y Europa, Jerusalén y Roma”. “Esos Evangelios que, para llevar al mundo la buena noticia de Dios amante del hombre, se escribieron en griego, lengua inmortal usada por la Palabra —el Logos— para expresarse, lenguaje de la sabiduría humana convertido en voz de la Sabiduría divina”. En su encuentro con el arzobispo ortodoxo de Atenas (4-XII-2021), Jerónimo II, el Papa evocó la gran contribución de la cultura griega al cristianismo en la época de los Padres y de los primeros concilios ecuménicos.
A los griegos les debe mucho el cristianismo y también la democracia, que ha dado origen a la Unión Europea. Sin embargo –constató el Papa en el palacio presidencial con preocupación–, en nuestros días estamos ante un retroceso de la democracia, no solo en el continente europeo.
Invitó a superar el “escepticismo democrático”, resultado, entre otros factores, del autoritarismo y del populismo, del consumismo, del cansancio y las colonizaciones ideológicas. Insistió en la necesidad de la participación de todos, no sólo para alcanzar objetivos comunes, sino porque responde a lo que somos: “seres sociales, irrepetibles y al mismo tiempo interdependientes”.
Citando a De Gasperi –uno de los constructores de Europa– pidió buscar la justicia social en los diversos frentes (cambio climático, pandemia, mercado común, pobrezas extremas), en medio de lo que parece un mar turbulento y “una odisea larga e irrealizable”, en clara referencia al relato de Homero.
Evocó la Iliada, cuando dice Aquiles: “Me es tan odioso como las puertas del Hades quien piensa una cosa y manifiesta otra” (Ilíada, IX, 312-313). Continuó en clave de cultura griega y, bajo el símbolo solidario del olivo, exhortó a cuidar de los migrantes y refugiados en Europa.
Con referencia a los enfermos, no nacidos y ancianos, Francisco tomó las palabras del juramento de Hipócrates, donde se compromete a “regular el tenor de vida por el bien de los enfermos”, “abstenerse de todo daño y ofensa” a los demás, y salvaguardar la vida en todo momento, particularmente en el seno materno. Señaló, en clara alusión a la eutanasia, que los ancianos son el signo de la sabiduría de un pueblo: “En efecto, la vida es un derecho; no lo es la muerte, que se acoge, no se suministra”.
También bajo el símbolo del olivo agradeció el reconocimiento público de la comunidad católica y auspició un estrechamiento de los lazos fraternos entre los cristianos.
Encuentro entre el cristianismo y la cultura griega
Para estrechar los lazos entre el cristianismo y la cultura griega, y a la luz de la predicación de san Pablo en el areópago de Atenas (cfr. Hch 17, 16-34), el Papa señaló algunas actitudes fundamentales que deben brillar en los fieles católicos: la confianza, la humildad y la acogida (cfr. Encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas,catedral de san Dionisio, Atenas, 4-XII-2021).
Lejos de desanimarse y lamentarse por el cansancio o las dificultades, es preciso imitar la fe y la valentía de san Pablo. “El apóstol Pablo, cuyo nombre remite a la pequeñez, vivió en la confianza porque acogió en el corazón estas palabras del Evangelio, hasta el punto de enseñarlas a los hermanos de Corinto (cfr. 1 Co 1, 25.27).
El apóstol no les dijo: ‘se están equivocando en todo’ o ‘ahora les enseño la verdad’, sino que comenzó acogiendo su espíritu religioso” (cfr. Hch 17, 22-23). Como sabía que Dios trabaja en el corazón del hombre, Pablo “acogió el deseo de Dios escondido en el corazón de esas personas y amablemente quiso transmitirles el asombro de la fe. Su estilo no fue impositivo, sino propositivo”.
En este punto, Francisco recordó que Benedicto XVI aconsejó poner atención a los agnósticos o ateos, especialmente porque “cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad” (Discurso a la Curia romana, 21-XII-2009).
De ahí la importancia de la acogida y la hospitalidad desde un corazón abierto hasta ser capaces de soñar y trabajar juntos, católicos y ortodoxos, otros creyentes, también hermanos agnósticos, todos, para cultivar la “mística” de la fraternidad (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87).
El domingo 5 de diciembre el Papa visitó a los refugiados en el centro de acogida e identificación de Mitilene. Pidió a la comunidad internacional y a cada uno que se superen los egoísmos individualistas y se dejen de construir muros y barreras. Citó unas palabras de Elie Wiesel, que sobrevivió a los campos de concentración nazis: “Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes” (Discurso de aceptación del Premio Nobel de la paz, 10-XII-1986).
Con expresión que se ha hecho célebre añadió el Papa, refiriéndose al mar Mediterráneo:“¡No dejemos que el mare nostrum se convierta en un desolador mare mortuum, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de conflictos! No permitamos que este ‘mar de los recuerdos’ se transforme en el ‘mar del olvido’. Hermanos y hermanas, les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!”
Conversión, esperanza, valentía
En la homilía de ese domingo (cfr. Misa en el Megaron Concert Hall, Atenas, 5-XII-2021), Francisco tomó pie de la predicación de san Juan Bautista en el desierto para apelar a la conversión, actitud radical que Dios nos pide a todos: “Convertirse es pensar más allá, es decir, ir más allá del modo habitual de pensar, más allá de los esquemas mentales a los que estamos acostumbrados. Pienso en los esquemas que reducen todo a nuestro yo, a nuestra pretensión de autosuficiencia. O en esos esquemas cerrados por la rigidez y el miedo que paralizan, por la tentación del ‘siempre se ha hecho así, ¿para qué cambiar?’ […]. Convertirse, entonces, significa no prestar oído a aquello que corroe la esperanza, a quien repite que en la vida nunca cambiará nada —los pesimistas de siempre—; es rechazar el creer que estamos destinados a hundirnos en las arenas movedizas de la mediocridad; es no rendirse a los fantasmas interiores, que se presentan sobre todo en los momentos de prueba para desalentarnos y decirnos que no podemos, que todo está mal y que ser santos no es para nosotros”.
Por eso, añadía, junto con la caridad y la fe, es preciso pedir la gracia de la esperanza. “Porque la esperanza reanima la fe y reaviva la caridad”. Ese mensaje se hizo también presente, con otro lenguaje, el último día en su encuentro con los jóvenes atenienses.
En un discurso lleno de alusiones a la cultura griega (el oráculo de Delfos, el viaje de Ulises, el canto de Orfeo, la aventura de Telémaco), Francisco les habló de belleza y asombro, servicio y fraternidad, valentía y espíritu deportivo (cfr. Encuentro con los jóvenes en la escuela San Dionisio, Atenas, 6-XII-2021).
El asombro –les explicó– es tanto el principio de la filosofía como una buena actitud para abrirse a la fe. Asombro ante el amor de Dios y su perdón (Dios siempre perdona). Aventura de servir con encuentros reales y no solo virtuales. Así se descubre y se vive como “hijos amados de Dios” y se descubre a Cristo que nos sale al encuentro en los demás.
Al despedirse de ellos les propuso “la valentía de seguir adelante, la valentía de arriesgar, la valentía de no quedarse en el sofá. El coraje de arriesgar, de ir al encuentro de los otros, nunca aislados, siempre con los demás. Y con esa valentía, cada uno de ustedes se encontrará a sí mismo, encontrará a los otros y hallará el sentido de la vida. Les deseo esto, con la ayuda de Dios, que los ama a todos. Dios los ama, sean valientes, ¡sigan adelante! Brostà, óli masí! [¡Adelante, todos juntos!]”.