Ramiro Pellitero, Profesor de Teología
Sobre la tarea de las universidades y escuelas de inspiración católica
En su discurso a la plenaria de la Congregación para la Educación Católica (9-II-2017), el Papa Francisco se ha referido al importante papel de las universidades católicas y de las escuelas católicas. A este propósito cabe subrayar, entre otras cosas, el creciente interés que tiene el trabajo conjunto de estos dos tipos de instituciones educativas.
Como ha recordado el Papa en la exhortación Evangelii gaudium, “las Universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar el compromiso de evangelización”; y “las escuelas católicas (…) constituyen una contribución muy válida a la evangelización de la cultura, también en países y ciudades donde una situación adversa nos estimula a usar la creatividad para hallar los caminos adecuados» (n. 134).
Francisco ha subrayado tres aspectos, necesidades o, como les ha llamado, expectativas en esta tarea: humanizar la educación, promover la cultura del diálogo y sembrar esperanza.
En primer lugar, el Papa avisa de que “ante un individualismo invasor, que vuelve humanamente pobres y culturalmente estériles, es necesario humanizar la educación”.
Explica cómo el crecimiento y la maduración de la persona, en el marco de un humanismo integral, constituyen el centro del trabajo educativo tanto de las universidades como de las escuelas. Una visión integral de la persona, como la que inspira las instituciones educativas de espíritu católico, implica la apertura a la transcendencia, es decir, al fin último de la persona y de la sociedad, que en la perspectiva cristiana se encuentra en Dios.
Así es y con ello se garantiza, para aquellos que libremente lo desean, un buen fundamento para un mundo más solidario y pacífico. Como a este fundamento, Dios como ser supremo, se puede llegar por la razón, y no solo por la religión, aquí se abre todo un campo de diálogo entre la fe y la razón, entre la religión y la ética.
En relación a ese diálogo se plantea la necesidad de que crezca la cultura del diálogo (segunda expectativa). Junto con los aspectos positivos de la globalización permanecen en nuestro mundo tantas expresiones de una “cultura del descarte” (violencia, pobreza, explotación, restricciones de las libertades fundamentales, etc.).
“En ese contexto —apunta el Papa— las instituciones educativas católicas están llamadas en primera línea a practicar la gramática del diálogo que forma en el encuentro y en la valoración de las diversidades culturales y religiosas”.
¿Qué condiciones requiere un auténtico diálogo? Aquí se indican dos: el respeto y escucha del otro; la propia identidad que no se debe ni ocultar ni disminuir. Una identidad que está alimentada por la inspiración evangélica, es decir, por los principios e ideales surgidos del mensaje cristiano.
Espera el Papa que, de esta manera las nuevas generaciones salgan de las aulas escolares y universitarias motivadas para construir puentes y, por tanto, encontrar nuevas respuestas a los muchos desafíos de nuestro tiempo.
“En sentido más específico —observa Francisco— , las escuelas y universidades están llamadas a enseñar un método de diálogo intelectual dirigido a la búsqueda de la verdad”. Y fijándose en una de las condiciones del auténtico diálogo, añade que santo Tomás fue y sigue siendo todavía maestro en ese método, que consiste en tomarse en serio al otro, al interlocutor, “buscando comprender a fondo sus razones, sus objeciones, para poder responder de modo no superficial sino adecuado. Solo así se puede de verdad avanzar juntos en el conocimiento de la verdad”.
Ahora bien, la verdad tiene que ver con el sentido de la realidad, de la historia y de la vida, y por tanto con la esperanza. Así se entiende que, juntamente con la maduración personal y la cultura del diálogo, la educación ha de contribuir a sembrar esperanza (tercera expectativa), virtud que dinamiza la vida y la acción.
“De hecho —señala el Papa—, la educación es un hacer nacer, es un hacer crecer, se sitúa en la dinámica del dar la vida”. Y la vida humana adquiere un sentido pleno cuando se dedica a lo bello, lo bueno y lo verdadero, y a la comunión con los demás para un crecimiento común. Ahí reside la capacidad que tiene la educación para “construir futuro”.
Para esto apunta Francisco dos orientaciones valiosas, en las que está insistiendo en estos días, también en la perspectiva del próximo sínodo de 2018 sobre los jóvenes: escuchar a los jóvenes y arriesgar de un modo justo, con ellos y por ellos.
De este modo, concluye, las escuelas y universidades de inspiración católica se ponen “al servicio del crecimiento en humanidad, en el diálogo y en la esperanza”
En definitiva, se trata de enseñar a pensar desde una visión completa de la persona, abierta como está a la transcendencia. Enseñar a dialogar con todos, también con los que no tienen una visión cristiana de la persona, pero están dispuestos a escuchar las razones del otro. Buscar conjuntamente la verdad que contribuya a mejorar la vida de las personas, dotarla de sentido y hacerla más plena.
La tarea educativa de universidades y escuelas o colegios de inspiración católica se sitúa, en suma, en el ámbito antropológico del diálogo entre la fe y la razón. Esto se traduce en un diálogo entre la religión y la filosofía (sobre todo la antropología y la ética), como también un diálogo entre la fe y las ciencias, sean ciencias naturales o ciencias humanas. Este diálogo se desarrolla por medio de la convivencia entre los profesores y entre los alumnos, y por medio de proyectos interdisciplinares capaces de impulsar una humanidad renovada.
La educación cristiana no impone nada ni adoctrina. Promueve el pensamiento y el diálogo constructivo, el trabajo con espíritu de servicio y la esperanza como aliento de una vida mejor para todos.
Como apuntábamos al principio, todo ello abre hoy un campo importante de trabajo conjunto entre las universidades y las escuelas o colegios de inspiración católica y, más ampliamente, cristiana, pues la educación es un terreno apropiado para la colaboración ecuménica.