Belén Moncada Durruti, Doctora en Historia, Facultad de Filosofía y Letras
Nada más fácil
Para la presidenta de Argentina nada ha resultado más fácil que expropiar el patrimonio de Repsol en YPF. Tan fácil como llegar a comer a mesa puesta. Para Cristina Kirchner, "la esposa de Él", como ella misma gusta llamarse, la medida calza a la perfección con la tradición nacional-populista que heredó de su marido y que Argentina maneja de modo tan sublime. Esa llamada a construir una Argentina grande que no se deja amedrentar por amenazas extranjeras, animando a los trabajadores de las estaciones de servicio a continuar en sus "puestos de lucha", como si de una cruzada nacional se tratara, deja al descubierto ese regusto populista del kirchnerismo, más fino que el venezolano.
La medida ha supuesto también un guiño al que el empresariado argentino no ha podido resistirse: La promesa de que YPF será una sociedad anónima "gestionada profesionalmente", como dijo la Presidenta, ha conseguido que muchos grupos económicos del país se sumen a la furia nacionalista y se froten las manos ante las posibilidades que se les abren ante el manejo nacional del oro negro. La nacionalización del petróleo vendida como necesidad para sostener el campo argentino con el dinero del petróleo incluso volvió a magnetizar a los propietarios agrarios, que andaban desde hace tiempo desencantados con su gobierno nacional por las retenciones a su producción que comenzó "el marido de Ella".
En mi opinión ése ha sido siempre el gran mérito de la ideología populista de la que Argentina es tierra prototípica: sumar en la misma causa a obreros y empresarios, a campesinos y capataces, a jóvenes y maduros intelectuales. El populismo es el único sistema capaz de seducir con su entusiasmo a todas las franjas sociales, y eso es algo realmente difícil. La clase trabajadora se ve representada en sus gobernantes y encendida por sus soflamas desarrollistas. Los empresarios conocen el calor de chimenea que produce arrimarse a la sombra del caudillo, del que obtienen jugosas prebendas siempre que no sean demasiado competitivos y no actúen con total independencia de criterio.
Ante la inestabilidad interna y la convulsión social, el recurso al populismo nacionalista en Argentina nunca falla. Al menos al principio. Y en este caso concreto de Repsol "la ocasión se la pintaron calva": una España en crisis era presa fácil para un golpe de efecto como éste. La empresa española ya realizó en su día las inversiones necesarias para descubrir, explotar, refinar y distribuir los yacimientos ocultos del suelo argentino; ya apostó en su momento por la aventura argentina y se endeudó convenientemente por ello con los bancos españoles. Ya bailó y sobrevivió a las sucesivas regulaciones y progresivas retenciones a las exportaciones que sus gobiernos le imponían. Y ahora, cuando la máquina está funcionando, y más aún, recién descubiertas las nuevas reservas en Vaca Muerta, decide que ya es hora de que el Estado maneje sus propios recursos naturales.
La Señora K sabía que el gobierno español no tendría fuerzas para grandes represalias, y que el mundo es consciente de que, cuando quiere, Argentina no paga sus deudas internacionales. Le ha salido muy bien. Por ahora.
Al menos quizá esta situación nos sirva para tomar el pulso a Europa. Con este episodio protagonizado por "la esposa de Él", podremos desvelar si Europa es la unidad que dice ser, y consigue hablar con una sola voz ante la amenaza exterior a un miembro de su equipo.