24/05/2023
Publicado en
Omnes
Juan Luis Lorda |
Profesor de la Facultad de Teología
La Comisión Teológica Internacional, creada por Pablo VI en 1969, ha jugado un importante papel de comunión y diálogo entre los teólogos católicos y el Magisterio, ha contribuido a serenar el panorama teológico y ha dado lugar a un notable cuerpo de documentos de calidad.
En el consistorio del 28-IV-1969, Pablo VI comunicó a los cardenales la creación de una Comisión Teológica Internacional (CTI): “Según las orientaciones del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), hemos cuidado entre otras cosas, de ajustar mejor la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe a su alto y grave deber. Además de la reforma dispuesta por el motu proprio “Integrae servandae”, hemos acogido el voto del primer Sínodo de los Obispos (1967), es decir, el de crear junto a esa Sagrada Congregación un equipo de estudiosos, cultivadores eximios de la investigación de las doctrinas sagradas y de la Teología, fieles al magisterio íntegro de la Iglesia docente. Hemos llevado a cabo, por tanto, durante todo este tiempo, una amplia consulta como lo requería la gravedad de la materia; siendo éste el único motivo que ha retrasado el cumplimiento de este proyecto”.
En efecto, durante el mismo Concilio se había insistido en la conveniencia de reformar el estilo y la composición de la Congregación del Santo Oficio, y se había sugerido contar con una especie de consejo asesor de teólogos.
Al recibir a la CTI, el 6-X-1969, después de confirmar claramente el papel del Magisterio en la Iglesia, añadía: “No deseamos que se cree indebidamente en vuestros ánimos la sospecha de una emulación entre dos primacías, la primacía de la ciencia y la de la autoridad, cuando en este campo de la doctrina divina sólo existe una primacía, la de la verdad revelada, la de la fe, la cual tanto la teología como el magisterio eclesiástico quieren proteger con deseo unánime, aunque de modo diverso”. Y les pedía que tuvieran especial sensibilidad tanto para trabajar por la unión de los cristianos (ecumenismo), como para encontrar la manera “kerigmática” de presentar la fe ante el mundo moderno.
Pablo VI aprobó unos estatutos ad experimentum, y Juan Pablo II hizo unos definitivos con el motu proprio Tredecim anni (1982). Según estos estatutos, los teólogos elegidos no deben pasar de 30 miembros, tienen que ser representativos de la teología en sus diversas dimensiones y lugares, y reunirse anualmente en Roma. Han sido ligeramente retocados con la reforma de la Curia por el Papa Francisco.
Los contextos
La CTI tiene una interesante página en la web del Vaticano donde se recogen los documentos que le dieron origen, las alocuciones que le han dirigido los Papas y todos sus documentos. A golpe de vista se observa el volumen de trabajo realizado y también la especial atención que le dedicó Benedicto XVI, que la recibió todos los años con motivo de la reunión anual y les dedicó unas palabras siempre sustanciales y personales.
Pero los documentos no pueden reflejar más que indirectamente la complicada situación que dio origen a esta comisión. Hay que tener en cuenta, por lo menos, seis puntos.
El papel, en ocasiones, poco acertado y excesivo que jugó el Santo Oficio en los años cincuenta del siglo XX, encausando a teólogos que, en muchos casos, representaban opciones teológicas legítimas, pero distintas al tomismo generalmente asumido en las universidades romanas. Es la cuestión del pluralismo teológico, hoy obvia, pero entonces, no. Además, los procedimientos que se usaban en la Congregación, secretos y donde la persona encausada se sentía indefensa, sin saber qué pasaba, necesitaban una revisión.
En particular, el enfrentamiento de algunos representantes tomistas con lo que después se llamaría la neopatrística, representada por De Lubac o por el acercamiento histórico a la teología, representado por Congar o Chenu. Se consideraba que el tomismo ya había ordenado toda la teología, que era el método propio de la teología, que superaba la patrística y que solo quedaba desarrollarlo. Pero esto, era evidentemente, una exageración. Los estudios de la primera parte del siglo habían demostrado que había mucho que aprender de la teología patrística, que no podía considerarse superada o resumida en el tomismo, y que eran posibles otros desarrollos.
Por otra parte, era evidente que había que acoger los mejores resultados de tanta teología y erudición bíblica. Sin duda es lo que hubiera hecho el propio Santo Tomás, que era muy sensible hacia todo lo que pudiera servir al desarrollo de la teología y aprovechó todos los recursos con que contó.
El papel brillante que los teólogos habían tenido durante el Concilio Vaticano II, inspirando a los obispos y enriqueciendo los documentos, creó en los propios teólogos una conciencia reforzada de su misión de guía. Les impulsaba a un mayor protagonismo y planteaba, de paso, la relación entre el magisterio de los teólogos y el magisterio de los obispos, que tiene un fundamento doctrinal. El propio Pablo VI al mismo tiempo que defendía la identidad del Magisterio doctrinal de la Iglesia, reconocía el papel de la teología como servicio imprescindible, aunque, naturalmente, en comunión eclesial.
El Concilio se había presentado como la gran ocasión para poner al día todos los aspectos de la Iglesia en relación con la evangelización del mundo moderno. De un lado, asumiendo que el mundo moderno estaba representado por la cultura occidental, que no es, desde luego, el único ambiente en el que existe y se desarrolla la Iglesia católica.
De otro, con la problemática que toda acomodación al mundo presenta en la vida de la Iglesia, que está llamada a convertir al mundo y no a ser convertida por el mundo. Desde luego, por la legítima autonomía de las cosas temporales, siempre hay algo que aprender del mundo, pero la salvación solo viene del Señor. Esto siempre ha exigido mucho discernimiento eclesial, que no pueden hacer solos los teólogos.
Dado que Pablo VI quería que los documentos fueran aprobados con grandes mayorías, como así fue felizmente, se habían limado todas las cosas que podían chocar y rebajado algunas afirmaciones. Esto había creado malestar entre algunos teólogos y el deseo de seguir impulsando la renovación teológica y eclesial. Esa era, notablemente, la opinión de Rahner, que había llegado a ser considerado como el teólogo más característico, tenía una idea propia sobre cómo debía renovarse la teología, y que había promovido diversas iniciativas editoriales y la revista “Concilium” para mantener ese espíritu.
Así se originaría un “conflicto de interpretaciones” con una dialéctica entre el “espíritu del Concilio”, que se suponía encarnado en los deseos de algunos teólogos y “la letra del Concilio”, con los textos aprobados por los obispos. Incluso se planteaba la perspectiva de un III Concilio Vaticano, para llevar a cabo todo lo que algunos echaban en falta para una renovación completa (bastante utópica, por otra parte) de la Iglesia. Este conflicto de interpretaciones sería agudizado por la historia del concilio que hizo Giuseppe Alberigo (1926-2007) en la llamada Escuela de Bolonia, siguiendo a Giuseppe Dossetti, claramente en favor del “espíritu” sobre la “letra”.
Además, era evidente que seguía siendo necesario un discernimiento oficial sobre las grandes cuestiones teológicas o por las opciones disidentes que agitaban la vida de la Iglesia. En 1969, cuando se estableció la Comisión, la Iglesia padecía la grave crisis del Catecismo holandés, que no solo era una crisis doctrinal, sino de comunión, y planteaba en crudo las relaciones entre Magisterio y opiniones teológicas (señaladamente de Schillebeeckx y Schoonenberg). Se había producido el complejo y doloroso proceso de la encíclica de Pablo VI, Humanae vitae (1968), contestada en algunos medios teológicos y conferencias episcopales. Crecía el disenso público de algunos teólogos, como el propio Hans Küng, en ensayos sobre La Iglesia (1968), llamado a Roma a consultas con la Congregación, pero no acudió: y preparaba ¿Infalible? para el año siguiente (1970). También Schillebeeckx y el moralista americano Charles Curran habían sido llamados a consultas.
En ese ambiente incómodo, con la iniciativa de Hans Küng, la revista “Concilium” publicó en diciembre del mismo 68 una declaración de libertad teológica, a la que se adhirieron algunos notables (Chenu, Congar), mientras otros la criticaban (De Lubac, Daniélou).
Los resultados
El mismo establecimiento de la CTI tuvo un efecto “visual” inmediato. El que se reunieran en Roma, en la Congregación para la Doctrina de la Fe, una treintena de teólogos importantes y representativos de todo el mundo era, en sí mismo, una imagen de comunión con Roma, además de una gran ocasión de intercambios y diálogos fecundos. Desde este punto de vista la creación de la CTI resultó muy oportuna.
Entre los primeros, después de consultar a facultades y episcopados, había muchas figuras de peritos conciliares importantes, como De Lubac, Congar, Von Balthasar, Rahner, Ratzinger, Philips, Schnackenburg, por citar los más conocidos. También estaba el español Olegario González de Cardedal. Algunos de ellos repetirían muchas veces. Bouyer se excusó. En las páginas web mencionadas se pueden consultar las listas de los teólogos que se han renovado, en parte, cada cinco años. En los últimos tiempos, se han incorporado también algunas teólogas.
Karl Rahner, acostumbrado a una posición de liderazgo en sus medios y en la revista Concilium, no se sintió siempre cómodo en un medio donde, como había sucedido en la redacción de Dei Verbum, no se asumía su posición sobre la revelación y el replanteamiento antropocéntrico de toda la teología. Además, otros miembros de esa comisión y amigos suyos, como Von Balthasar, De Lubac, Ratzinger promovieron enseguida la revista Communio (1972), llamada a contrapesar el magisterio de Concilium sobre la teología que debía iluminar el futuro de la Iglesia. Hans Küng, que no había sido llamado a la comisión, ya estaba en una posición claramente crítica y difícilmente reconducible.
Reenfoques
Algunas aspiraciones del principio no eran muy realistas. No cabía pensar que un grupo tan variado con reuniones ocasionales pudiera ayudar eficazmente en la gestión diaria de la Congregación, salvo que pasaran a trabajar en ella. Desde luego, facilitaba la relación y muchas consultas, pero, además de los problemas de idioma, los teólogos vivían en su mayoría fuera de Roma y dedicados a otras cosas. De todas maneras, la Congregación se esmeró en internacionalizarse, mejorar su preparación teológica y sus procedimientos.
La CTI tenía y tiene una misión más clara en relación al trabajo profundo sobre temas importantes. De tal manera que la relevancia de la Comisión, aparte de su función simbólica de comunión, dependía y depende totalmente de la categoría de los temas que se le proponen para trabajar.
Los temas
Hasta la fecha, la CTI ha publicado 30 documentos, muchos de ellos de notable extensión y profundidad. Hay que reconocer que ha llevado una trayectoria fecunda y un trabajo intenso, abnegado y no siempre apreciado como merece. Un trabajo en comisión suele exigir bastante más esfuerzo que un trabajo personal, al tener que acordar y sintetizar mucho material. También el hecho de trabajar en comisión suele repercutir en que los textos resulten menos lineales y sintéticos que los que produce un solo experto. Pero el conjunto es una valiosa aportación a la teología.
La primera época, de Pablo VI (1969-1978), vino marcada por los temas que habían dado origen a la CTI y por algunos pendientes de tratar tras el Concilio. Después de unas Reflexiones sobre los fines y los métodos de la Comisión (1969) y sobre El sacerdocio católico (1970), entre otros temas, se abordó La unidad de la fe y el pluralismo teológico (1972) y Magisterio y teología (1975). Además, en relación con la naciente entonces Teología de la liberación, Promoción humana y salvación cristiana (1976).
La época de Juan Pablo II (1978-2005), en cuanto fue nombrado el cardenal Ratzinger como prefecto de la Congregación (1982), abordó las grandes cuestiones que quería tratar el pontífice y otros temas estratégicos en las que trabajaba la congregación: Dignidad y derechos de la persona humana (1983), La conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión (1985), La interpretación de los dogmas (1989), El cristianismo y las religiones (1997), Memoria y reconciliación: La Iglesia y las culpas del pasado (2000). Cerrando con el amplio documento Comunión y servicio: La persona humana creada a imagen de Dios (2004).
Con el Papa Benedicto XVI (2005-2013), siguió una relación muy estrecha, pero solo se publicaron tres documentos: uno bastante especializado La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo (2007); otro de notable actualidad En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural (2009) y una amplísima presentación de lo que es la teología: Teología hoy: Perspectivas, principios y criterios (2012)
En el tiempo del Papa Francisco (2013-), destacan algunos temas que le resultan queridos, como El sensus fidei en la vida de la Iglesia (2014) y La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2018).
Documentación
Alrededor del cincuentenario de la fundación de la CTI (2019) se prepararon algunos trabajos. Destaca el libro de A. Avallone, La Commisione Teologica Internazionale. Storia e propettive (Marcianum Press, Venecia 2016), que es una buena historia de la CTI con bastante documentación.
También surgieron interesantes artículos como el de Philippe Chenaux, Magistère et théologiens dans l’après-concile, en RevSR 96 (2022) 13-28; y el de Carlos María Galli, El cincuentenario de la Comisión Teológica Internacional, en Estudios Eclesiásticos, 96 (2021) 167-192, entre otros. La propia CTI editó un video con su historia en italiano, que se puede encontrar buscando “Commissione Teologica Internazionale” en Youtube.