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Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

El oscurecimiento de los ideales

lun, 24 jun 2019 12:36:00 +0000 Publicado en Las Provincias

En el ser humano se dan, entre otras,  dos tipos de conducta: la primera es reactiva, relacionada con la satisfacción de necesidades orgánicas y materiales; la segunda es efusiva o expansiva, relacionada con ser persona. Esta última es propia de la verdadera libertad, una capacidad que nos permite abrirnos al mundo de las personas para servirlas por amor, y al mundo de las cosas para dominarlas mediante el saber.

La libertad es un don recibido que puede y debe crecer. “Todos somos libres por nacimiento, pero pocos saben serlo a lo largo de una vida llena de necesidades perentorias y bienes inmediatos. La libertad anida en el corazón humano, y consiste en elevarse por encima de las mezquindades a veces inevitables que la vida nos impone” (Ricardo Yepes).

Ser libre no es esencialmente  “liberarse de algo”, en el sentido de romper con vínculos y deberes; es “ser libre para algo”. Es libertad para hacer el bien que se actualiza mediante la decisión, en función de dos ideales: lo verdadero y lo bueno.

Los ideales son prototipos de  perfección referida a una persona ejemplar. Hubo épocas en las que proporcionaban autoridad moral. Por ejemplo, el bien, la verdad, el servicio, el amor. Pero actualmente están oscurecidos por el predominio del individualismo,  el permisivismo moral y el relativismo.

En el pensamiento romano la autoridad no consistía tanto en el ejercicio del poder (potestas) como en su fundamento, la  auctoritas: fuerza que sirve para sostener y acrecentar las posibilidades del otro, impulso para desarrollar capacidades, refuerzo de los buenos comportamientos. Es la autoridad moral o autoridad educativa, que se basa en la credibilidad de quien la ejerce. «Lo que no pudo realizar por poder, lo consiguió por autoridad» (Ciceron: Discurso contra Pisón).

La credibilidad conlleva coherencia. Se cuenta que un profesor le escribió una anotación manuscrita a un alumno en su hoja de examen. El alumno le dijo: profesor, no entiendo lo que ha escrito en mi examen. El profesor le contestó: ahí te digo que escribas con  letra más clara.

El psiquiatra, Antonio Anatrella, afirma que “vivimos en una sociedad depresiva,  en el imperio de lo efímero, que sólo mira al presente, incapaz de arriesgarse a construir el porvenir. La falta de ideales hace que la sociedad no tenga futuro. 
Al creer que nos bastamos por nosotros mismos, hemos renunciado a nuestros orígenes y fabricado nuestras propias, leyes y valores, como si no existieran unos valores universales. El siglo XX  nos ha dejado colgados de un péndulo, en un mundo sin referencias”.
 

Muchos valores están siendo sustituidos por disvalores. Un disvalor es la distorsión de un valor. Por ejemplo, entre los estéticos están la fealdad y la imitación; entre  los de tipo moral la intolerancia y la desesperanza; entre los de tipo social el desprecio y el egoísmo; entre los de tipo religioso el sectarismo y el fanatismo.

No es extraño, por tanto, que algunas personas de hoy sean una imagen de  la sociedad enferma  a la que pertenecen. Otro psiquiatra, Viktor Frank,  ha señalado que la tan pretendida autorrealización  “no puede alcanzarse cuando se considera  un fin en sí misma, sino cuando se la toma como efecto secundario de la propia trascendencia. Cuanto más se esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la medida en que el hombre se compromete al  cumplimiento del sentido de su vida, en esa misma medida se autorrealiza”.

El oscurecimiento de los ideales en la sociedad actual se corresponde con la exaltación del engaño, lo falso, lo feo, lo vulgar, lo erótico, lo cutre, lo egoísta, lo frívolo, lo violento, etc. En algunos museos de arte contemporáneo se exhibe una cuerda de esparto junto con una larga explicación de sus cualidades estéticas. Y casi nadie se atreve a decir que aquello es una tomadura de pelo, por miedo a ser tachado  de inculto.

Los disvalores cuentan con el apoyo de internet, con el de los programas basura de televisión y con los telediarios que son continuadores de la antigua revista “El Caso”. También contribuyen los reglamentos de algunos colegios que se refieren sólo a la malo que está prohibido, sin ninguna mención a reglas para hacer y premiar lo que está bien. Esto mismo ocurre en algunas familias, en las que se castiga la mentira, las faltas de respeto y el desorden, sin estimular y premiar las virtudes de la sinceridad, el respeto y el orden.

Está comprobado que es más eficaz y formativo fomentar  virtudes que perseguir malos comportamientos. Los padres deben aspirar a que sus hijos se enamoren de lo verdadero, lo bueno y lo bello, sobre todo con su buen ejemplo, las buenas lecturas y las buenas amistades.