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Ana Marta Gonzalez Gonzalez, Coordinadora científica del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra

Margaret. S. Archer: rigor analítico en las ciencias sociales.

                
lun, 24 jun 2019 09:25:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra y El Norte de Castilla

Presentar la obra de Margaret S. Archer (Grenoside, Reino Unido, 1943) al público general no es una tarea sencilla. Aunque ya hace tiempo que constituye un referente obligado en el panorama sociológico contemporáneo,  Archer no es una autora que se prodigue en el género del ensayo, que es el modo en el que la teoría consigue traspasar las fronteras del público especializado; no se distingue por haber acuñado una metáfora feliz –“sociedad líquida”, “sociedad del riesgo”, etc— desde la que iluminar algunos aspectos de nuestro mundo. Sin duda, sus libros arrojan luz sobre las dinámicas sociales, pero lo hacen por el camino de la ciencia menos complaciente: identificando y analizando los elementos que intervienen en la vida social. Aplicado a algo tan complejo como la vida social, esto le ha conducido a insistir en la importancia de distinguir entre relaciones lógicas y causales a la hora de examinar la aportación de estructura y cultura a la cuestión del cambio social. Lo que aquí nos importa resaltar, sin embargo, es que su “dualismo analítico” le ha permitido adoptar una postura neta en los debates sociológicos más relevantes de nuestro tiempo. En un tiempo no muy boyante para el pensamiento social, Archer se distingue por su ambición teórica, por no haber renunciado a afrontar los problemas clásicos de los que dependen las pretensiones explicativas de la sociología.

Ya en Culture and Agency (1988), Archer argumentaba cómo las ambigüedades que rodean al término “cultura” han favorecido la aparición de lo que denominó “Mito de la Integración Cultural”: la idea de que hay todos culturales homogéneos, como si no hubiera lugar para contradicciones y tensiones en el seno de una cultura. Para Archer, el mayor inconveniente de este concepto “holista” de cultura es que se sustrae al análisis social, de forma que no explica casi nada.

Asimismo, ahora que la sociología se debate entre el empirismo y las metáforas, Archer pone sobre la mesa una propuesta metodológica –la aproximación morfogenética— que, sobre la base de una neta distinción entre estructura, agencia y cultura, está en condiciones de explicar cómo y por qué determinados cambios sociales conducen a nuevas formas de organización social, mientras que otros terminan absorbidos por inercias heredadas. ¿Podrá el acceso abierto, con su lógica de oportunidad, imponerse a la lógica competitiva propia del copyright? ¿Contribuirá la Inteligencia Artificial y la robótica al desarrollo de una “sociedad post-humana” o bien constituirá una oportunidad de humanización? 

Margaret S. Archer ha puesto de relieve cómo estos y otros dilemas no pueden resolverse sin profundizar en la reflexividad humana una clave mediadora entre los condicionamientos que las personas detectamos en nuestro entorno social y los proyectos con los que pretendemos modificar ese mismo entorno. De ello ha tratado en Structure, Agency and the internal conversation (CUP 2003), donde introdujo e hizo operativa para la sociología la noción de “conversación interior”, resaltando de paso que no adopta una única forma. En efecto: en el curso de sus investigaciones empíricas detectó diversos “modos” de reflexividad –“reflexividad comunicativa”, “meta-reflexividad”, “reflexividad autónoma” y “reflexividad fracturada”—;  pudo apreciar,además, que el tipo de relaciones que los jóvenes habían experimentado en sus familias encontraba eco en el modo de reflexividad que desarrollarían de forma preferente en sus relaciones posteriores con el mundo.  Así, en jóvenes que se incorporaban a la universidad, y que definían como satisfactorias las relaciones en su familia, detectó una mayor inclinación hacia la reflexividad comunicativa, a contar con otros para orientarse en situaciones nuevas;manifiestan además una tendencia a reproducir casi sin pensar el modelo de familia del que proceden. En cambio, en aquellos que definían como generalmente satisfactorias las relaciones familiares, pero identificaban también aspectos mejorables, encontró ejemplos de “meta-reflexivos”: más dispuestos a evaluar críticamente sus propias posturas, y a pensar modos efectivos de cambiar las cosas a mejor. Por otro lado,  entre jóvenes que tenían una experiencia ambivalente de las relaciones familiares advirtió el predominio del modo de reflexividad autónoma: una actitud que viene a coincidir con aquello de “Juan palomo, yo me lo guiso yo me lo como”. Finalmente, en quienes procedían de familias disfuncionales, y apenas pensaban en otra cosa que en abandonarlas cuanto antes, predominaba la dificultad para orientar sus pensamientos ante cualquier reto reflexivo, una “reflexividad fracturada”.

Cabe suponer que en sociedades plural y fragmentada como las nuestras, que enfrentan retos novedosos, tenemos imperiosa necesidad de “meta-reflexivos”: personas capaces de valorar la herencia recibida y mejorarla. Pero, como sociedad, el principal reto que tenemos plantado es generar las condiciones propicias para que vean la luz: un reto educativo. No por casualidad la tesis doctoral de Archer en la London School of Economics allá por el año 1967 versó precisamente sobre “Las aspiraciones educativas de los padres de clase obrera en Inglaterra: su formación y la influencia en la escuela de sus hijos”.