Josep-Ignasi Saranyana, Profesor de la Facultad de Teología, Universidad de Navarra
Benedicto XVI, la tiara y la mitra
Me tentaba escribir sobre la tiara, aparecida sin aviso en el escudo pontificio el domingo 10 de octubre y desparecida, también por sorpresa, al domingo siguiente. Pero, como el asunto es confuso, me centraré en la mitra, que sigue allí.
Benedicto XVI introdujo la mitra episcopal en la heráldica pontificia; una mitra con las tres cruces papales, sustituyendo a la tiara de las tres coronas. Es obvio que, por ser muy amigo de signos y gestos proféticos, no improvisó en una cuestión tan delicada y nueva, y que el tema merece atención. Con el cambio quiso destacar que el pontífice es el obispo de Roma, y que hay una relación biunívoca entre el papa y la cátedra romana de Pedro. Reafirmó así la ininterrumpida línea que le une al Príncipe de los Apóstoles.
San Pedro tuvo tres cátedras. Jerusalén fue la primera, que nunca se celebró litúrgicamente. Antioquía fue la segunda, donde los fieles recibieron por primera vez el nombre de cristianos. Se conmemora el 22 de febrero. Y por último la cátedra de Roma. "Procedente de Antioquía, su primera sede –recordaba Benedicto XVI- Pedro se dirigió a Roma, su sede definitiva. Esta sede se transformó en definitiva por el martirio. De este modo unió para siempre su sucesión a Roma".
Así, pues, Roma entró en la historia de la Iglesia, para configurarla desde dentro. Tomás de Aquino señaló que la romanidad se ofrece como fundamento de la firmeza de la Iglesia, porque "sólo la Iglesia de Pedro permaneció siempre firme en la fe y conservó su vigor, y está libre de errores". Melchor Cano consideró, además, que la "iglesia de Roma" es un lugar teológico "propio y declarativo", o sea, fuente principal de argumentación teológica. Y Salvador Pié ha evocado recientemente que una divisa peculiar de los credos catalanes, desde hace dos siglos, es confesar que son cinco las notas constitutivas de la verdadera Iglesia: una, santa, católica, apostólica y romana. Un motivo más para acoger como se merece al Santo Padre, ¿no les parece?