Carlos Soler, Profesor asociado de Relaciones Iglesia Estado
Los acuerdos Iglesia-Estado, nada obsoletos
La asignatura de Religión ha sido motivo de conf icto en todas las reformas educativas que se han abordado
¿Están obsoletos los acuerdos Iglesia Estado?
A mi parecer, no. Siguen siendo válidos y es de desear que sigan vigentes. Personalmente, me cuestiono la validez de algunos puntos concretos. Pondré dos ejemplos. La desaparición del servicio militar obligatorio dejó sin objeto algunas partes. Actualmente hay una gran diferencia entre el matrimonio canónico y el español; en consecuencia, quizás ya no interesa que el matrimonio canónico sirva como forma de contraer matrimonio civil. Pero éstos y otros puntos no obstan a la validez general de los acuerdos como instrumento de convivencia. Quizás merezca la pena estudiar pequeñas modificaciones puntuales, pero no una revisión general. Sin embargo, creo que con esto no hemos llegado al fondo del asunto.
Para ello me parece importante aludir al «background» de los acuerdos. Situémonos en la época de la Transición. El sentir común de los españoles al morir Franco se podría formular así: «Otra guerra no, por favor»; y esto significa «otra vez las dos Españas, no», «tenemos que ponernos de acuerdo». Por eso se buscó la reconciliación. Y se consiguió mediante una obra de arte compuesta por muchos elementos. El principal fue la Constitución. Otros, a los efectos que aquí nos interesan, fueron la Ley Orgánica de Libertad Religiosa y los acuerdos con la Iglesia católica (más adelante, también con otras confesiones).
Los cuatro acuerdos de 1979 fueron aprobados por una amplia mayoría, incluido el voto del PSOE (excepto uno de ellos: el relativo al servicio militar, si no recuerdo mal). Estos tres elementos (Constitución, ley orgánica y acuerdos) conforman una base bastante conseguida que facilita la convivencia. Quisiera remarcar que esto es lo importante: no se trata de conseguir un estatus jurídico «en el que la Iglesia católica se sienta cómoda», sino una buena base de convivencia «para todos», un orden social en el que todos nos sintamos razonablemente cómodos. Porque ésta es la tarea de la legislación. Y esto es lo que buscó esa legislación, incluidos los acuerdos. Volvamos a lo dicho dos párrafos más arriba. Toda reconciliación es frágil, puede romperse, y debemos hacer esfuerzos por alimentarla. Creo que tanto la Iglesia como los políticos podemos aprender de la experiencia vivida el siglo pasado. Empecemos por la Iglesia. A mi parecer, la Iglesia española se politizó demasiado en el siglo XX.
Simplificando mucho: se identificó primero con la monarquía; después, con la derecha republicana; luego con el régimen de Franco; en el postconcilio, con la oposición a Franco; después, con la tarea de la Transición; más adelante hizo sus guiños a la izquierda; y, finalmente, volvió a mirar a la derecha para comprobar, desconcertada, que ya a nadie le resultaba rentable su compañía.
Creo que la Iglesia debería hacer un esfuerzo por «llevarse igual de bien con todos»: con la derecha y con la izquierda, con los independentistas y con los partidarios de una España unida. Estos temas no le son totalmente ajenos, pero no son su competencia específica. A veces tendrá que pronunciarse, pero debe evitar el peligro de convertirse en una ONG de servicios sociales, o en una Internacional antiaborto (o de ser percibida como tal).
No es sano que veamos a una facción política como «nuestros potenciales amigos» y a otra, como «nuestros potenciales enemigos». Digámoslo así: en la medida en que dependa de nosotros, los católicos no debemos ser percibidos como un «caladero de votos» ni como una «oposición» por ningún partido. Creo que la actitud de Francisco nos puede iluminar mucho en esta línea.
Pasemos ahora al otro lado. Sería de agradecer que los políticos nos faciliten ese «difícil equilibrio» del que hablaba en el párrafo anterior. No sólo a la Iglesia católica, sino a todas las confesiones. Por una parte, el anticlericalismo no hace daño sólo a la Iglesia: como todos los «anti», hace daño a toda la sociedad. Por otra, dígase lo mismo del «intento de servirse de la Iglesia» para fines políticos: daña a la Iglesia y a la polis.
Bajando a nuestro tema: no me parece acertado acusar de «sometimiento a los obispos» al partido adversario, porque eso, hoy, es sencillamente imposible (por fortuna). Menos acertado si, como consecuencia de esa acusación irreal, acto seguido se utiliza como «arma arrojadiza» la revisión de los acuerdos. Termino: España es, por desgracia, un país muy maniqueo, un país de buenos y malos. Por supuesto, los buenos son los míos, y los malos son los del lado contrario (en política, en religión, o en cualquier otro sector). Pero la realidad es que nadie es un ángel, ni un demonio. Sin embargo, nosotros los fabricamos: hacemos fantasmas y los adoramos como ángeles o los exterminamos como demonios. Por eso, hay un peligro real de que la reconciliación se rompa, de volver a las dos Españas.
Debemos hacer todos (las distintas fuerzas políticas, los diversos agentes sociales, los creyentes de diversas confesiones y los no creyentes) un esfuerzo por superar poco a poco este maniqueísmo.