Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Universidad de Navarra
Diferentes culturas empresariales ante la crisis
Sábado por la noche en Zaragoza. Tiene interés mencionar la ciudad porque se trata de la localidad que las empresas utilizan para probar sus nuevos productos: parece que los zaragozanos representan de modo fidedigno el comportamiento medio de los consumidores españoles. Estoy invitado a cenar en casa de una colega, que vive en una amplia plaza dentro de uno de los nuevos barrios de la ciudad. Llego a la hora prevista y pulso el timbre del portero automático. La casa es nueva y se supone que todo funciona a la perfección, pero el caso es que no me abren. Insisto sin éxito. Espero que alguien entre o salga de la casa, pero no hay suerte, tal vez debido a la lluvia que amenaza convertirse en tormenta. No llevo el móvil encima, por lo que me veo obligado a buscar un teléfono desde el que llamar a mis amigos, para que me abran la puerta. No hay problema, pues veo muy cerca un teléfono público, pero desgraciadamente no funciona. Busco algún establecimiento hostelero.
La plaza es grande y bulliciosa, y la fortuna me sonríe. Casi al lado del teléfono público puramente decorativo hay un bar. Entro, y encuentro al encargado y a un cliente. Pregunto por un teléfono: no tienen. Intento que me hagan el favor del dejarme usar su móvil, pero el encargado sudamericano- me responde que tampoco tiene y que no puede ayudarme. Salgo del bar algo desalentado, pero dispuesto a seguir buscando. Muy cerca hay una cafetería; según me aproximo, compruebo que está llena de gente. Las camareras son chinas, simpáticas y muy activas. Hay un teléfono público en un extremo del mostrador. Como no tengo monedas, entrego un billete para cambiar y la camarera me atiende con eficiencia y simpatía. El teléfono funciona perfectamente y puedo hablar con mi colega. Su marido baja a abrirme el portal y consigo llegar felizmente a su casa, donde disfrutaré de una agradable velada.
El incidente telefónico no tiene importancia, pero esa pequeña anécdota me ha hecho pensar. Se comprueba una vez más que el sector de la hostelería se apoya de modo creciente en la mano de obra inmigrante, y no solo para los puestos menos cualificados. Pero la actitud de los inmigrantes es bien diferente en función del país de procedencia. Gran parte de los trabajadores sudamericanos, magrebíes e incluso del Este de Europa, vienen aquí para convertirse en asalariados, en empleados por cuenta ajena. El caso de los chinos es distinto: aunque inicialmente trabajen al servicio de otros -con mucha frecuencia, compatriotas e incluso miembros de la propia familia-, su objetivo es convertirse ellos mismos en empresarios. El camino para lograrlo es sencillo: trabajar sin descanso y proporcionar un buen servicio a los clientes. Mi experiencia del otro día en Zaragoza no constituye una excepción: en el bar había tan solo un cliente y la cafetería estaba llena. La gente vota con los pies, en éste y en cualquier otro sector. Y de hecho vemos cómo ese centenar largo de miles de inmigrantes chinos se ha convertido en pocos años en toda una potencia económica. Amplían su campo de negocio tradicional -restaurantes, bazares, comercios textiles- y, por ejemplo, van adquiriendo bares y cafeterías tradicionales. La estampa de los más típicos bares de tapas o tabernas en manos chinas ha dejado de ser excepcional. Hay también sombras en ese desarrollo espectacular -pienso, por ejemplo, en las peluquerías que hacen de tapadera de prostíbulos-, pero esto nos indica que los chinos son humanos y que las autoridades deberán vigilar para que cumplan la ley como los demás.
Llevamos ya un par de años sumidos en la más profunda crisis económica de nuestra historia reciente. La clase política no se muestra a la altura de las circunstancias: un Gobierno que tardó demasiado tiempo simplemente en reconocer la gravedad de la situación y que ha seguido un curso errático e incoherente, hasta obligar a las grandes potencias a tutelar nuestra economía, y una oposición que duda entre apuntarse al fácil "cuanto peor, mejor" o mostrar sentido de Estado y arrimar el hombro. Pero tampoco los grandes actores sociales, patronal y sindicatos, están cumpliendo. ¿Y qué hacemos mientras tanto los demás, que somos casi todos? Deberíamos tomar ejemplo de esos chinos: trabajar sin descanso con una actitud positiva. Que vayamos a la cola de Europa en productividad no es achacable tan solo a los partidos políticos. Llega la hora de abandonar la cultura de la queja y la pasividad y ponerse a trabajar en serio.