Esther Galiana, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Navarra
¿Podrá salvar el Mundial a África?
Este Mundial ha sido insuperable para España y aún nos dura la emoción de la victoria.
Pero no voy a entrar en si España va a mejorar su productividad gracias a la Roja. Me centraré en si África puede salir del subdesarrollo económico gracias al Mundial.
Sólo en los tres últimos meses, consultoras de renombre como McKinsey o Boston Consulting han sacado informes sobre el tema: ¿Podrá el Mundial reactivar la inversión en África? Como dijo Joseph Blatter, el presidente de la FIFA en la ceremonia inaugural, ojalá el Mundial sirva para inspirar confianza en Sudáfrica y en el resto del continente.
En realidad no se puede hablar de África como una homogeneidad de países, ya que hay grandes diferencias entre unos países y otros en términos de desarrollo económico. Pocos países, menos del 40%, tienen deuda calificada por alguna agencia de ráting internacional.
Pese a todas las dudas actuales sobre las agencias de ráting, el tener una calificación crediticia sigue siendo un factor importante para que un país pueda atraer inversión y financiación externa.
Según Standard & Poor´s, sólo cinco países tienen grado de inversión en su deuda externa: Botswana y Libia han sido calificados como A-, Sudáfrica BBB+, Túnez BBB y Marruecos BBB-. El resto, los pocos que tienen un ráting, están en el entorno de B+/B. Como se ve, los países del África subsahariana son los que presentan una situación económica más débil, salvo Sudáfrica y Botswana.
Es un mercado inmenso y los grandes beneficiados por su desarrollo económico serían los países del norte: nuevos mercados potenciales, menor inmigración ilegal, mayor seguridad, etc. Tal vez ha llegado el momento, con realismo, de pensar en este mercado. El continente africano está lleno de promesas, con abundantísimos recursos humanos y naturales. Pero por ahora, con excepciones, se ha quedado desgraciadamente en promesas. Un estudio del Banco Mundial revela que producir en África es un 20% más caro que en el este asiático.
La diferencia se debe a los denominados costes invisibles, como la pésima infraestructura, la escasez de crédito, y las trabas administrativas, incluyendo la corrupción y la inseguridad jurídica de África. Esto explica la insuficiencia de infraestructuras productivas y la escasa inversión extranjera.
Pocos países han podido, o han sabido, hacer negocios rentables en África. Como países destacan China y la India.
Como industrias, destaca el sector de extracción, entre otros. Pero se critica que estas inversiones, o estas relaciones comerciales, no contribuyan como sería de esperar al desarrollo económico y social –integral– de los países en que se dan o de las comunidades en las que operan. China, por ejemplo, ejerce su influencia en África a través del comercio internacional, de ayudas gubernamentales y de la inversión extranjera directa en el continente.
¿Qué tiene África que no tiene China? Recursos naturales en abundancia. ¿Qué tiene China que no tenga su socio del sur? Mano de obra y tecnología. Esto explica que África exporte fundamentalmente petróleo, minerales, algodón, etc., y que China exporte productos manufacturados de bajo coste como electrónica, equipamiento doméstico o textiles. Este tipo de situaciones dificulta la transferencia de conocimientos y de tecnología necesaria para que los países africanos puedan desarrollar economías diversificadas y estables.
Implicaciones éticas
Las empresas que quieran establecerse en el continente deben tener en cuenta estos aspectos. Y también ser conscientes de que las decisiones económicas no son éticamente neutras, como dice Benedicto XVI en su encíclica social Caridad en la verdad. Por tanto, si cualquier inversión tiene implicaciones éticas, en África comporta una especial responsabilidad.
En este sentido, son aplicables a estas inversiones algunas de las recomendaciones de la UNCTAD respecto al eje África-China: potenciar las capacidades productivas africanas en diversos sectores; atraer proyectos manufactureros que utilicen mano de obra local; diversificar la inversión extranjera directa que está muy concentrada en los sectores de extracción; favorecer la relación entre las multinacionales extranjeras y las empresas locales para fortalecer a éstas.
En definitiva, la inversión extranjera debe contribuir a formar el talento local y promover las capacidades para que se cree un verdadero y diversificado tejido industrial en África, en un marco institucional estable y respetuoso de los derechos de la persona. Esperemos que para lograr esto no haga falta esperar a que se organicen más mundiales al otro lado del Estrecho.