Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
El prolongado SOS de los profesores “quemados”
El síndrome de desgaste profesional o síndrome del profesional quemado (en inglés occupational burnout) es un concepto acuñado por el psiquiatra americano Herbert Freudenberger en 1974. Lo hizo para referirse al estrés y a los sentimientos de agotamiento y frustración que se generan en un profesional a causa de una sobrecarga de trabajo. Posteriormente, en 1976, la psicóloga social Christina Maslach, añade nuevos rasgos al mencionado síndrome: agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal. Afecta más a quienes trabajan con personas, como es el caso de los profesores.
Un profesor resulta “quemado” cuando no puede asimilar una gran decepción: que las metas que se propuso son imposibles de alcanzar debido principalmente a conflictos en el aula. El desgaste profesional suele originar, a su vez, actitudes negativas hacia un trabajo del que acaba desconfiando.
A pesar de que, últimamente, los medios de comunicación le sirven de altavoz, el angustioso SOS de los profesores que se “queman” día a día en un trabajo estresante, sigue teniendo poca respuesta social. El aumento de los casos con “síndrome del profesor quemado” se constata en el incremento del número de bajas laborales y en el número de traslados y de jubilaciones anticipadas.
En el “Informe Cisneros” (2018) se concluye que los conflictos en el aula, provocados por alumnos indisciplinados y agresivos, hacen que uno de cada diez profesores piense en abandonar la profesión.
En mi opinión, quienes debieran ser más receptivos a las llamadas de socorro de los profesores superados por los conflictos en el aula, son los padres de los alumnos, pero muchas veces no es así. Bastantes padres, lejos de comprender a los profesores, se comportan como abogados defensores de sus hijos.
En una entrevista periodística, Jesús Niño, psicólogo de “El Defensor del Profesor”, declaró que las denuncias que reciben se refieren tanto al acoso de los alumnos como al de sus padres.
En el Informe de Kallen y Colton (1980) se descubrió la estrecha vinculación existente entre dos factores: aumento de la violencia en los colegios y escolaridad obligatoria, sobre todo en los últimos años de la etapa secundaria. Los jóvenes en edad de trabajar que se ven forzados a seguir en la escuela en contra de su voluntad, suelen reaccionar con conductas disruptivas (las que interrumpen una actividad o proceso, impidiendo su desarrollo normal). Este tipo de alumnos ni aprenden ni dejan aprender a los demás.
Las conductas disruptivas de los estudiantes obstaculizan la acción docente. Suelen empezar con acciones que interrumpen o retrasan las explicaciones del profesor (preguntas absurdas, pedirle sin necesidad que repita lo que ya ha expuesto, etc.). Y pueden continuar con faltas de respeto, desobediencia y enfrentamientos con el profesor.
Sugiero que el profesor acepte la ayuda de un conocido tratamiento psicológico del “bournout”. Consiste en modificar los procesos cognitivos y emocionales del paciente que le hacen estar agotado y deprimido. Para ello, se emplea una terapia que se inicia preguntándole por qué considera malas a las personas que le alteran. El objetivo es hacer ver al “quemado” que está pensando de forma errónea; que las personas que le molestan no tienen la mala intención que les está atribuyendo.
Algunas medidas de tipo didáctico ayudan también a evitar posibles conductas disruptivas, como las siguientes:
1-Cambiar varias veces de planteamiento en una misma clase, para evitar así la monotonía, el aburrimiento y los “tiempos muertos”.
2-Suprimir las clases de “explicar”, en las que el alumno se limita a una escucha pasiva; es preferible enseñar narrando historias relacionadas con el contenido de la asignatura.
3 -Utilizar la técnica de la “copia dirigida”, ya que aumenta la concentración. Para ello se utiliza la pizarra digital en lugar de dictar apuntes; el profesor va completando en la pizarra los contenidos más significativos de forma simultánea con sus alumnos.
4-La microtutoría durante la clase es muy eficaz en un aula conflictiva. Consiste en dirigirse a algunos alumnos, de uno en uno, en diferentes momentos. Es una atención personalizada con una duración de un minuto, en la que se da un consejo o un estímulo.
5-Formar grupos de trabajo cooperativo. Así se rompe el impersonal y masificado grupo de clase, al tiempo que se fomenta la comunicación y el trabajo en equipo. La conflictividad en el aula se diluye en los grupos pequeños.
6-Formar a los profesores para manejar las nuevas situaciones de conducta disruptiva y en grupos muy heterogéneos.
Afortunadamente, hay profesores que nunca se dan por vencidos. Son los resilientes. La resiliencia es la capacidad de superar cualquier adversidad saliendo reforzado de la misma. Quienes la poseen afrontan los problemas desde una posible solución y transforman las adversidades en oportunidades.