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Cuidar mundo y corazón. Educación ambiental

26/01/2025

Publicado en

El Norte de Castilla, Diario Montañés y Diario de Navarra

Jordi Puig |

Investigador del Instituto BIOMA y profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Navarra.

A Gus Speth, antiguo decano de la Escuela de Estudios Ambientales y Forestales de la Universidad de Yale, se le atribuye haber dicho: “Pensaba que los principales problemas ambientales eran la pérdida de biodiversidad, el colapso de los ecosistemas y el cambio climático. Pero me equivocaba. Los principales problemas ambientales son el egoísmo, la avaricia y la apatía”. Speth añadía que “para hacer frente a esas cuestiones necesitamos una transformación cultural y espiritual; y nosotros, los científicos, no sabemos cómo abordarlo”. O sí, pero no solos. Con ciencia, indispensable. Pero no solo con ella. También, y principalmente, con educación.

Nos referimos a la educación desde docenas de educaciones. ¿Acertamos, adjetivando? ¿O esa multiplicidad desdibuja lo esencial y común de toda educación? One Education sería el objetivo a lograr. Pero, ¿cómo educar en lo concreto sin desatender lo central?

La educación nos espera en todo lo vivido. Su finalidad nos sobrepasa y ofrece enriquecernos de continuo. Principalmente, hacia adentro. Ante multitud de carencias, en el mundo y también personales, la educación nos ofrece esperanza para mucho de lo que nos falta, usando una sola palabra.

¿Y si lo central de cualquier educación fuera encaminarla hacia el cuidado personal del mundo? Personal, en un doble sentido: cuidar todo desde lo más íntimo de la persona y, a la vez, cuidar esa intimidad personal, en la que precisamente convendría que arraigara el cuidado de todo. Podemos (o no…) abrazar cada realidad, lugar y momento como ocasión para cuidar. Lo exterior, el mundo, su valor, nos convocarían para acrecentar la intimidad personal desde la que se cuida el mundo: el corazón. Solo yo puedo ofrecer, desde él, el cuidado de lo valioso (natural y humano) que constituye mi entorno y recibe mi influencia. Y solo puedo lograrlo desarrollando ese corazón.

Es fácil olvidar la educación de esa intimidad cuando promovemos una educación concreta, como la ambiental. Resulta más sencillo enseñar y aprender contenidos teóricos (saber) o prácticos (saber hacer) que cuestionen poco nuestra conducta personal. O proponer objetivos educativos que apenas colisionen con nuestros intereses y forma de vida. Nos ocurre, por ejemplo, al ¿educar? sin preguntarnos por la conexión que mantienen la producción, disponibilidad y consumo personal de bienes con la desigualdad, la pobreza y el impacto ambiental. Una educación ambiental profunda reclama examinar estas incómodas conexiones de nuestra vida cotidiana. Busca disponernos a querer cambiar personalmente para mejorar el mundo de todos lo más radicalmente posible, con la serenidad y eficacia del cuidado.

Corazón. No parece que lo más nuclear de la educación sea el mero saber, ni el saber hacer, ni los intereses individuales, ni la proliferación de nuestra actividad o consumo, pese a lo que haya de valioso en todos esos aspectos del vivir. Nos haría falta educarnos hasta ser íntimamente cuidadosos, generadores de vida y servidores de su calidad en el mundo. Crecer interiormente cuidando lo exterior. El mayor desafío de quien tiene esperanza en la educación, ¿no será acompasar mejor la interioridad con aquello que el valor del mundo reclama? Lo pide todo ese entorno natural y humano con el que nos relacionamos, para que lo cuidemos.

¿Cómo dar una réplica educativa? Charlotte Luyckx ofrece una guía, en su Écophilosophie. Habría que trabajar a la vez en cinco estratos crecientemente profundos de lo humano: científico-técnico, económico, político, filosófico y espiritual. Acaba por confluir así con el diagnóstico de Speth. Se nos ofrece enlazar la acción social que se necesita con un enfoque educativo personal, de crecimiento espiritual, íntimo.

Se trataría de ser mejor persona, cuidando. Cada vida personal que crezca como cuidadora íntima del mundo construye nueva realidad social de calidad ambiental. La necesidad educativa más radical sería el cambio desde cada corazón que –si Saint-Exupéry acierta– ve lo esencial. Lo esencial: quizás el valor del mundo y del corazón cuidadoso de la persona, que integraría mucho más que lo emocional o sentimental. Cuidar mundo y corazón. Educación ambiental.