Natalia López Moratalla, Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular, Universidad de Navarra
La ciencia y la conciencia
Ya no puedo más. Lo siento mucho por mi marido. Yo no puedo encubrir un crimen». Me resulta muy arriesgado comentar desde la perspectiva de las evidencias científicas estas palabras de Isabel, la mujer del principal imputado por la muerte de la niña Mariluz. Aun con las cautelas propias de una tragedia humana como la de este caso, cabe analizar su confesión como un intento de comprender su profundo dilema interior.
Las neurociencias han investigado los circuitos neuronales que procesan qué hacer ante los dilemas en los que están en juego vidas humanas. Los datos apuntan hoy al modo en que está registrado en el cerebro humano el principio natural, y por ello universal, de «no hacer a los demás lo que no quiero para mí». Este caso parece mostrar que Isabel posee ese detector que provoca la emoción automática de agrado al ayudar y repugnancia por dañar. Como a toda persona en condiciones normales, esa intuición guía, pero no determina la conducta.
Parece razonable deducir que ella siempre ha sentido repulsa por la muerte de Mariluz y ha pensado que su marido -una persona «fría»- es culpable. Por su experiencia de la convivencia con él, posiblemente sabe que los sentimientos desagradables a hacer daño, que constituye una señal de precaución, le dejan imperturbable, aunque esa situación puede compatibilizarse con saber muy bien lo que hace. Quizá por miedo a él y porque sabe que no tiene obligación moral de delatar a su marido, ha sufrido y aguantado mucho tiempo la tensión de emociones, sentimientos y motivaciones encontradas. Una situación tan extrema provoca un profundo sufrimiento que puede romper a una persona por dentro hasta decir «ya no puedo más».
Lástima que el momento posiblemente más duro de la vida de Isabel se haya expuesto en público a la curiosidad, el morbo y, en todo caso, en una soledad alejada de la intimidad y el respeto que merecen su dolor. En este caso, como en tantos otros, parecen coincidir de alguna manera lo que nos revela la ciencia y lo que nos susurra la propia conciencia.