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Un viejo fantasma recorre Europa

26/02/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Anna Dulska |

Investigadora en el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra y profesora colaboradora de Historia contemporánea en el grado doble de Relaciones Internacionales y Derecho

Los europeos nos hemos malacostumbrado a hablar de las epidemias y las guerras en pasado, incluso pretérito. La pandemia del coronavirus nos ha sacado de esta zona de confort. Los acontecimientos en Ucrania nos están descolocando. Y, precisamente, que el Occidente esté sorprendido con lo que está pasando, es lo más sorprendente.

La anexión de la península de Crimea por Rusia en 2014 debería haber sido una alarma en el bloque euroatlántico. Sin embargo, a pesar de las declaraciones en contra y algunas sanciones, pronto quedó patente que el Occidente tácitamente consintió la anexión. Parecía un chiste malo cuando poco después un crucero turístico alemán visitó Yalta; pero cuando algunas empresas europeas se sumaron a la construcción del puente a través del estrecho de Kerch para conectar Crimea con Rusia continental, estaba claro que las sanciones eran una medida irrisoria.

Las hostilidades que empezaron después en el este de Ucrania fueron interpretadas como un asunto local. Sin embargo, Donbas no es una región cualquiera. Como región histórica, desde la segunda mitad del siglo XIX experimentó un gran crecimiento económico a raíz de la explotación de sus recursos naturales (carbón) por las empresas occidentales. Pronto, se instalaron ahí plantas metalúrgicas y otras industrias pesadas. En los años 30, Donbas fue el epicentro del Holodomor, la gran hambruna orquestada por las autoridades soviéticas para reprimir la resistencia de los campesinos ucranianos. Después, su nombre geohistórico fue re-utilizado como acrónimo para denominar la Cuenca Minera de Donietsk. Como tal, Donbas se convirtió en un lugar estratégico para la URSS y, tras su desintegración en los años 90, ha mantenido esta condición para la Ucrania independiente.

Mutatis mutandis y salvando las distancias, para comprender la importancia geopolítica de esta zona no sería descabellado considerar que para las relaciones bilaterales entre Rusia y Ucrania Donbas - también Crimea - son lo que Alsacia ha sido para las de Francia y Alemania. El reconocimiento de la independencia de las repúblicas autoproclamadas de Lugansk y Donieck decretado el pasado 21 de febrero por el Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin y anunciado en un extenso discurso lleno de alusiones históricas ("Ucrania es parte de nuestra historia") fue una clara señal que el Kremlin ya había echado el dado. En efecto, dos días más tarde, por la noche del 23 al 24 de febrero, el territorio de Ucrania, un estado soberano, ha sufrido una agresión por parte del ejército ruso desde diferentes puntos de Rusia y su satélite, Bielorrusia.

Esta vez el Occidente no puede permitirse el lujo de cometer el error de tratar esta guerra como un asunto local en los confines orientales del continente europeo. Los ataques están tiendo lugar a 60 km de la frontera de Polonia, es decir, de la frontera de la OTAN y de la Unión Europea. Resulta muy preocupante que, al parecer, no se haya preparado planes de actuación y contingencia que permitieran una respuesta inmediata, no solo porque cuanto más tiempo pase más confiada se sentirá Rusia en Ucrania, sino porque eso demostraría la condición en la que se encuentran ambas organizaciones. Cabe esperar que la entropía occidental reflejada en los medios de comunicación sea en realidad el inicio de un plan, si no estratégico, sí al menos táctico. Ante la inminencia de la invasión, la diplomacia era una medida paliativa. Confiemos en que ha proporcionado tiempo necesario para barajar con templanza a los diferentes escenarios. Los vecinos de Ucrania, Polonia y los países bálticos ya han movilizado a sus ejércitos y realizado un llamamiento a sus socios euroatlánticos para que actúen. También han demostrado su apoyo a Ucrania y a los ucranianos que se vean obligados a abandonar el país. Instruidos por su propia historia, son conscientes de la gravedad del asunto y de que lo que está en juego no solo es Ucrania y su independencia, sino la seguridad y la estabilidad en toda la región. De hecho, llevan años avisando de la amenaza que el expansionismo ruso, basado en el sentimentalismo histórico, supone para Europa.

El paquete de sanciones aprobado por la Unión Europea, aunque sin precedentes, no parece ser lo suficientemente desalentador para Rusia. Se trata de una medida coercitiva muy criticada por su ineficacia y que, además, tiene un doble filo. Todo apunta a que Rusia se ha preparado para resistir el impacto de las sanciones, mientras que Europa sigue sumergida en la crisis post-pandémica agravada aún por la inflación estimulada, en parte, por los altos precios del gas ruso. La UE se caracteriza por una fuerte dependencia energética del exterior y Rusia sabe utilizarla a su favor. Aunque Alemania ha tenido que suspender la certificación del gaseoducto Nord Stream 2, las sanciones europeas no han tocado las importaciones del carbón. En cuanto al intercambio comercial, se verán especialmente afectadas las empresas alemanas e, irónicamente, las polacas y las bálticas. Los posibles intentos por parte de las empresas de evadir las sanciones deberían ser condenados y castigados. Sea como fuere, para que esta vez las sanciones sean efectivas, tendrían que afectar no solo a Rusia y sus oligarcas, sino también a los ciudadanos corrientes para socavar el respaldo social al dirigente del país. Por su parte, Europa tiene que estar preparada para asumir el impacto que causarán en su propia economía. Con las presentes dificultades económicas eso no será fácil, pero Ucrania merece el sacrificio; no por ser Ucrania, sino por ser una pieza clave en el tablero internacional. Europa se está jugando su propio futuro y el de la arquitectura de la seguridad internacional.

Además de las sanciones económicas, la UE debe mostrar firmeza. Aunque parezca obvio, no lo es y tal como han demostrado los recientes viajes de varios líderes europeos a Moscú, la UE no ha madurado lo suficiente su estrategia común para la política exterior, mientras que los intereses particulares de algunos estados miembros parecían prevalecer sobre el interés común ante la "cuestión oriental". El multilateralismo, que con tanto esmero la UE está promoviendo animando a los estados miembros a ceder sus competencias estatales en cuestiones relacionados con la política exterior, requiere unos principios morales, especialmente un sentido de responsabilidad, una visión estratégica, un realismo geopolítico y, por último pero no por ello menos importante, una coordinación consensuada. Al igual que el estallido de la pandemia en 2020, la presente crisis de seguridad está sacando a la luz los puntos débiles de la Unión.

Hasta ahora el Occidente, con contadas excepciones, ha demostrado pensar a demasiado corto plazo. Eso tiene su coste. Igualmente, la procrastinación de Ucrania en avanzar en su integración euroatlántica la ha dejado en una situación muy vulnerable. Esperemos que el precio que por los errores políticos tengan que pagar las sociedades sea el menor posible. Eso sí, si el desenlace del conflicto cumple con las expectativas de Rusia, puede que Ucrania esté perdida para Europa para las siguientes décadas.

En este contexto, tanto la OTAN como la UE deberían acelerar la integración euroatlántica de los Balcanes Occidentales y de las repúblicas caucásicas, especialmente Georgia. Será de primordial significado la postura de Turquía, miembro de la OTAN y candidata para entrar en la UE. Es igualmente importante observar atentamente la situación en Asia Central, especialmente en Kazakstán donde las tropas rusas intervinieron en enero. Otra clave la posición de China que puede que quiera aprovechar la coyuntura bélica en su propio conflicto contra los Estados Unidos.

Según un popular dicho ruso "tiše edeš', dal'še budeš", lo cual quiere decir, más o menos, cuanto más desapercibido vas, más lejos vas a llegar. Mientras que el Occidente se ha dedicado a predicar el fin de la historia, Rusia, se ha despertado del letargo postsoviético con hambre y con un líder carismático y visionario deseoso de satisfacerla. Las voces de alerta de los países que ya habían experimentado en su propia piel el yugo ruso-soviético no habían sido escuchadas. Ahora, no debería resultar tan sorprendente que un viejo y muy real fantasma esté recorriendo Europa: el fantasma de una guerra.