Virginia Marín Marín, PIF del Departamento de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras
"La niña de la guerra" que pasó página en el bosque
"La primera vez que me metieron en el cuarto oscuro, lo pasé fenomenal. Allí, como en el bosque, se podía soñar y dejar volar la imaginación", solía relatar Ana María Matute cuando se le preguntaba por sus primeros contactos con la literatura. Al contrario de lo que sucedía con el resto de los niños, la escritora encontró en el cuarto de los castigos la magia de las palabras y el arte de la fabulación "La Matute", como le gustaba que le llamaran, halló en la oscuridad una puerta de entrada al bosque.
Tenía diez años cuando estalló la guerra civil española y su dulce e inocente "campana de cristal saltó hecha añicos". Todavía respiraba el olor de la infancia cuando de un día para otro se convirtió en víctima de una guerra cruel. Enseguida aprendió las terribles diferencias que se levantaban entre ella y sus hermanos, y los otros niños. Ellos vivían entre algodones mientras "los otros, no tenían nada, ni Reyes, ni fiestas de cumpleaños, ni ropa, ni comida". La guerra, el mirar de frente a la muerte, el hambre y el odio le obligaron a crecer antes de tiempo. Fue en esos años de dureza extrema cuando se hizo escritora. La literata encontró en la palabra un medio de desahogo, de comunicación y de huida hacia delante.
Ana María Matute tuvo que hacer frente a momentos muy duros a lo largo de su vida, pero nunca dejó de escribir porque aseguraba que era lo único que sabía hacer y que le había salvado de la muerte. Como hija de la guerra, cultivó una escritura a través de la cual denunciaba la triste realidad que sufría su país. Sus novelas llevan impreso el pesimismo del que sufre el dolor del momento presente y el anhelo del pasado. La melancolía que envuelve cada una de sus obras nace de los fantasmas que siempre la han acompañado porque "cada escritor es un mundo y lleva ese mundo a sus páginas". Matute trasladó los miedos y obsesiones a cada una de sus novelas y las envolvió con la manta propia de la fantasía infantil. Así pues, sus testimonios sobre la guerra recogen la sensibilidad inocente del niño, ofreciendo al lector una realidad en la que la imaginación y los sueños de cada uno tienen cabida.
Como Alicia en el País de las Maravillas, Ana María Matute siempre ha estado al otro lado del espejo, allá donde las palabras viven mundos extraordinarios y donde el pasar páginas de papel implica la revelación de una nueva vida llena de aventuras. Desde que a los cinco años descubrió el cuarto oscuro del bosque, encontró la luz que siempre le guiaría: "Jamás había experimentado, ni volvería a experimentar en toda mi vida, una realidad más cercana, más viva y que me revelara la existencia de otras realidades tan vivas y tan cercanas como aquella que me reveló el bosque, el real y el creado por las palabras", así confesaba en su emotivo discurso de entrada a la Real Academia Española. Probablemente todavía hoy se encuentre sentada en uno de esos rincones del bosque inventando vidas fascinantes.