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Liderazgo histórico (7). Cuando la crisis empeora con cada decisión: Cuba, 1962

26/08/2024

Publicado en

Expansión

Pablo Pérez López |

Catedrático de Historia Contemporánea y profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea

Hay un acuerdo general entre los historiadores en considerar la crisis de los misiles de Cuba el momento de mayor riesgo de una guerra nuclear en el siglo XX. También en que esta crisis fue uno de los momentos que más enseñaron sobre gestión de las relaciones internacionales a los dos grandes protagonistas de la Guerra Fría y a sus aliados. Esto es así en buena medida debido a que se adoptaron decisiones que contribuyeron a empeorar las cosas cuando se pretendía arreglarlas. Roza el milagro que finalmente se consiguiera salir del peligrosísimo embrollo en que se entró, y de ahí que se considere que el presidente John Fitzgerald Kennedy reforzó en esos días su imagen de líder capaz de sobreponerse a la adversidad, adversidad nacida en parte de sus propias decisiones.

La cadena de despropósitos se puede llevar muy atrás, tanto como se quiera en la relación de los Estados Unidos con la isla de Cuba cuando esta era parte del reino o de la República de España, que las dos cosas fue. La idea de que Cuba debía estar sometida a los designios políticos norteamericanos en el Caribe, muy extendida entre los líderes continentales, se demostró un error notable al llevarlos a actuar con una prepotencia que a larga se demostró insensata: no se puede tratar así a un sujeto nominalmente soberano sin cometer una injusticia que volverá como un problema político más pronto o más tarde.

Eso se complicó con dos antecedentes más próximos a los hechos: la revolución cubana liderada por Castro y la reacción norteamericana ante ella fueron un motivo creciente de enfrentamiento, abonado por la llegada de exiliados cubanos a los Estados Unidos. La decisión de apoyar el intento de un desembarco de estos en Cuba para deponer a Castro, por los mismos medios que él había utilizado para llegar al poder, se demostró desastrosa. El intento fallido de abril de 1961, aprobado por JFK pero dejado en nada también por decisión suya de no dar apoyo militar a la operación, complicó las cosas enormemente: fortaleció a Castro en el poder, e hizo que los Kennedy, tanto el presidente como el fiscal general, Robert, se tomaran desde entonces la relación con Castro como un asunto personal. Eso explica que no atajaran los intentos ilegales de acabar con Castro que desplegó la CIA.

Lo peor, con todo, llegó del otro lado: en 1961 Kruschev decidió enviar en secreto misiles nucleares de alcance medio y más de cuarenta mil hombres de apoyo a Cuba. Nadie podía considerar eso como una maniobra defensiva salvo quizá Kruschev. Además, la maniobra, por secreta aparecía todavía más peligrosamente ofensiva.

Cuando los norteamericanos tuvieron certeza, el 15 de octubre de 1962, del despliegue de esos misiles a 150 km de su territorio la situación se volvió explosiva. Kennedy formó el comité ejecutivo que debía asesorarle sobre la respuesta que debía adoptarse y se encontró con que casi todos los militares, y algunos civiles, eran partidarios de una respuesta militar contundente y rápida: arrasar Cuba y terminar con la amenaza. Eso era tanto como comenzar una guerra nuclear, pero lo consideraban deseable. Lo contrario les parecía debilidad. Kennedy estaba cosechando los frutos de su enfrentamiento cerrado con Castro.

El intento de establecer contacto con los soviéticos advirtiéndoles de que no toleraban el despliegue cosechó un sonoro fracaso con una respuesta de los soviéticos que parecía un desafío. Kennedy, humillado por los halcones dentro, se encontró con otra humillación fuera. Su liderazgo parecía en declive por momentos.

Sin embargo, su tenaz empeño de evitar el recurso a la fuerza y de volver a establecer contactos diplomáticos al máximo nivel, a pesar de la humillación que le supuso, terminó por dar fruto y hacerle aparecer como un estadista de gran talla. Tras trece días de tensión creciente donde todo pudo suceder, se consiguió un acuerdo que alejó el riesgo de la guerra.