Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Universidad de Navarra
Culturas democráticas
Los miembros del Parlamento británico andan inquietos por el probable recorte de hasta el 25% de su remuneración, si se cumplen las recomendaciones de la Comisión para los Estándares en la Vida Pública, presidida por Sir Christopher Kelly. Había que hacer algo a la vista de la corrupción generalizada y de los escándalos que han ocupado durante los últimos meses a la opinión pública.
Lo notable de este caso es que tanto el primer ministro Brown como el líder de la oposición, Cameron, anunciaron en el momento álgido del debate sobre el abusivo cobro de dietas que aceptarían las recomendaciones de Sir Christopher sin discusión y sin modificaciones.
¿Se imaginan ustedes que el gobierno y la oposición de nuestro país se pusieran de acuerdo para dejar en manos de un tercero imparcial la adopción de esas medidas anticorrupción que todos reclamamos con urgencia?
Cambiamos de país: "Schäuble mantiene a Asmussen", titulaba la prensa alemana al informar de la toma de posesión del nuevo gobierno formado por democristianos, socialcristianos y liberales. Schäuble, democristiano, es el nuevo ministro de Hacienda, y Asmussen, socialista, era y seguirá siendo secretario de estado, es decir, el número dos del ministerio. Asmussen era el responsable de los mercados financieros y los asuntos internacionales, y a la vista de la situación económica Schäuble ha primado la continuidad de la gestión por encima del partidismo. Esa continuidad ha sido noticia, de modo especial porque ha disgustado a los liberales, pero en modo alguno constituye una excepción: en Alemania se considera que la administración, altos cargos incluidos, queda al margen de la lucha entre partidos y todos entienden que su gestión es más técnica que política. ¿Se imaginan ustedes un cambio de gobierno en nuestro país, en cualquier ámbito -nacional, regional o municipal-, que no vaya acompañado del completo relevo de todos los altos cargos de la administración correspondiente?
Con ocasión del vigésimo aniversario de la caída del muro el ex canciller alemán Helmut Kohl ha vuelto a ser noticia. Como tantos otros políticos destacados, ha aprovechado la tranquilidad de la jubilación para escribir sus memorias, y una anécdota que salió a la luz de este modo fue la buena relación, que llegó a convertirse en auténtica amistad, que mantuvo durante sus años al frente del gobierno con su predecesor Willy Brandt. Un democristiano buscando el consejo de un socialista porque por encima de siglas partidistas está el bien del país. ¿Se imaginan ustedes a Zapatero buscando el consejo de Aznar, o a este último haciendo lo mismo con González?
Nuestra democracia parece ya plenamente consolidada, una vez consumado el doble recambio pacífico al frente del gobierno que los expertos establecen como criterio, pero todavía nos falta mucho para llegar a la plena madurez. La democracia es mucho más que la celebración de elecciones libres a intervalos regulares. El voto parece el mejor procedimiento para regular el acceso al poder, como el mercado lo es para el acceso a los bienes y servicios, pero si faltan determinados valores éticos de carácter absoluto, no negociable, resulta imposible que el procedimiento funcione sin corromperse. Los políticos de esos países europeos no están hechos de una pasta mejor que la nuestra, y los vemos fallar, en ocasiones de forma masiva, como en el caso de los parlamentarios británicos, pero tienen asumido que el que la hace, la paga, y se da por hecho que dimitirán en cuanto sean sorprendidos in fraganti. Aquí de entrada casi nadie dimite, y los partidos cierran más bien las filas en torno a los políticos imputados. Tan solo cuando la presión pública se vuelve irresistible, se atreven a destituirlos, para volver a premiarlos con jugosas prebendas en cuanto el escándalo se ha acallado. La transición pacífica a la democracia constituyó una hazaña de la que podemos sentirnos legítimamente orgullosos, pero el mérito fue de nuestros mayores y no se ha descubierto todavía el "gen democrático" que asegure para siempre el correcto funcionamiento de este régimen político. Y se sabe que es mucho más fácil llegar que mantenerse. Sería un trágico error suponer que "esto" funciona solo y que podemos abdicar de nuestra responsabilidad ciudadana para dejar la cosa pública en manos de los políticos.