Rafael María Hernández Urigüen, , profesor en ISSA y la Escuela de Ingenieros - Tecnun
Sociedad: a tiempo para infundir aliento joven fraterno
Durante la semana pasada, mientras los medios de comunicación continuaban difundiendo sobre la violencia yihadista, el rescate económico de Grecia y los casos de corrupción en España, aquí en San Sebastián, más de un centenar de estudiantes universitarios terminaban de vender las entradas para el tradicional Concierto solidario que anualmente organizan para Cáritas.
Ellos mismo acordaron el programa con el Orfeón Donostiarra y la prestigiosa escuela musical Musikene que convoca a estudiantes selectos de toda Europa atendidos por los mejores maestros.
Concierto joven solidario, anunciaban los carteles, y la Novena Sinfonía de Beethoven protagonizó el evento.
Los responsables del emblemático Kursaal diseñado por Moneo ofrecieron a los estudiantes la posibilidad de ocupar la mitad del aforo, pero no salían de su asombro, cuando jóvenes de entre 18 y 20 años lo contrataron al completo comprometiéndose a gestionar las 1.850 entradas.
Un refrán rumano afirma que fácil no hay nada fácil en la vida: el rocío es el sudor de los ruiseñores que pasan toda la noche cantando exhaustos hasta el amanecer. Los jóvenes universitarios recorrían la ciudad cada fin de semana ofreciendo las invitaciones y solicitando donativos aguantando chaparrones del clima invernal y los chubascos verbales de quienes jamás entenderán la imprescindible función de Cáritas ni de los gestos solidarios.
El pasado viernes 20 los responsables del Kursaal no daban crédito a sus ojos, pues todas, absolutamente todas las plazas, incluso aquellas de mala visibilidad, aparecían ocupadas por un público mayoritariamente joven acompañado de familias y personas de todas las edades, eso sí, totalmente entregado. Mientras sonaban los aplausos la lluvia golpeaba fuera con fuerza los muros y ventanales del auditorio y los versos de Schiller cobraron para mí un nuevo significado:
"¡Alegría, hija del Elíseo!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave".
La alegría fruto de la caridad genera esperanza, sin duda une y genera fraternidad.
Unos días antes, la catequesis del papa Francisco reflexionaba sobre el papel de los hermanos en la familia. Sus enseñanzas ofrecían pistas luminosas acerca del papel social que la experiencia familiar fraterna comporta para la sociedad y la cultura: "En la familia entre hermanos se aprende la convivencia humana, cómo se debe convivir en sociedad. Quizá no siempre somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo! A partir de esta primera experiencia de fraternidad, nutrida por los afectos y la educación familiar, el estilo de la fraternidad se irradia como una promesa sobre toda la sociedad y sus relaciones entre los pueblos" (Papa Francisco, Audiencia miércoles 18 de febrero de 2015).
Las universitarias y universitarios he comprobado que tienen un alto concepto de la familia, quizá la dimensión mayoritariamente más valorada cuando dialogamos. Quienes no tienen hermanos aseguran haber deseado tenerlos, y se proponen que en el futuro, sus hijos puedan disfrutar de este bien. Hijas e hijos únicos se apoyaban en sus primos y después en sus amigas y amigos (los hermanos que se eligen…, afirman). Nuestra cultura demanda esa fraternidad y su cultivo merece la pena el esfuerzo familiar y educativo en todas sus dimensiones.
La habitual fraternidad comprobada en gestos como los que tantos jóvenes de la universidad han demostrado a lo largo de este mes para promocionar el concierto solidario demuestra que siguen abriéndose futuros de esperanza, a pesar del cainismo que protagoniza lamentablemente los primeros compases del siglo XXI.
Fomentar experiencias fraternas supone la mejor inversión de futuro, y entonces la identidad cristiana manifiesta el núcleo de su más íntima verdad como señalaba también Francisco: "Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. De la misma forma sucede con la fraternidad cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen "derecho" de tomarnos el alma y el corazón. Sí, estos son nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos. Cuando esto sucede, cuando los pobres son como de casa, nuestra misma fraternidad cristiana retoma vida. Los cristianos, de hecho, van al encuentro de los pobres y débiles no por obedecer a un programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que todos somos hermanos. Este es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres" (Ibíd.).
Desde la universidad, lo anterior ha de ir acompañado de un empeño de estudio, profunda reflexión y diálogo cultural que permita finalmente el ambicioso objetivo que el Papa Francisco proponía al final de su discurso:
"Hoy más que nunca es necesario llevar de nuevo la fraternidad al centro de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces también la libertad y la igualdad tomarán su justa entonación. Por eso, no privemos al corazón ligero de nuestras familias, por temor o por miedo, de la belleza de una amplia experiencia fraterna de hijos e hijas. Y no perdamos nuestra confianza en la amplitud de horizonte que la fe es capaz de sacar de esta experiencia iluminada por la bendición de Dios" (Ibíd.).
Sin duda, la libertad y la justicia alentadas por la fraternidad adquirirán esa "entonación" que sugiere Francisco, y que evoca las primeras estrofas del Himno que musicalizó Beethoven y ante el que vibraron los jóvenes durante su concierto solidario:
"O Freunde, nicht diese Töne!
Sondern laßt uns angenehmere anstimmen,
und freudenvollere.
Freude! Freude!"
"¡Oh, amigos, no con esos acentos!
¡Entonemos cantos placenteros
y plenos de alegría!"