Juan José de Miguel, Antiguo profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Yo no moriré
In Memoriam Aurelio Fernández, antiguo profesor de la Facultad de Teología.
“Yo no moriré”: ese es el título de una de las obras más recientes del profesor Aurelio Fernández. En el prólogo ya advierte su autor que el título es una pequeña provocación y que en realidad tendría que titularse: Yo moriré. Ese futuro ya es pasado, porque Aurelio falleció en Madrid el 15 de febrero de este año 2019.
Los que hemos conocido a Aurelio sabemos de sobra que las dos afirmaciones constituían certezas indiscutibles de su alma acostumbrada a otear el horizonte de la persona humana. Estaba completamente seguro de que su vida estaba colmada y que, de un momento a otro, se rompería la finísima tela que nos envuelve en este mundo. Por otra parte, su vivir indomable y completamente abnegado estaba afianzado en la firmísima esperanza de la eternidad.
Se ha ido Aurelio e inmediatamente he repensado la trayectoria de su vida con una sonrisa y con los ojos empañados. Lo conocí al llegar a la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra en el año 1970. Él formaba parte del joven claustro de profesores que habían iniciado hacía pocos años esa Facultad comandados por Alfredo García Suárez.
Unas breves pinceladas -resumen de su quehacer- nos ponen delante su estilo inconfundible de trabajador incansable. Había nacido en Tudela Veguín (Asturias) el 15 de diciembre de 1926. Realizó los estudios sacerdotales en el seminario de Oviedo recibiendo la ordenación presbiteral de manos del obispo Lauzurica, en 1951. En la diócesis de Oviedo desempeñó diversos cargos tanto en parroquias como en el Seminario, en el que fue profesor y director espiritual (1960-1966). Cursó la licenciatura en Filosofía en Salamanca y en Teología Moral en la Gregoriana. Posteriormente hizo los cursos de doctorado en Münster, y en Friburgo llevó a cabo varias estancias. En 1965 defendió la tesis en Filosofía en Salamanca, bajo la dirección del P. Guillermo Fraile, sobre la libertad en Nicolai Hartmann.
Cuando Aurelio llegó a Navarra, contaba con una rica trayectoria en la que convergían las dimensiones que componen el quehacer de la Iglesia tanto en el campo de la reflexión intelectual de la teología como de la vida pastoral. Unir estas dos tareas, no solo en teoría sino también en la práctica, era y seguiría siendo hasta el final su permanente preocupación.
Aurelio dejó Pamplona en 1972 y se trasladó a San Sebastián donde estuvo en la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra hasta 1978, como profesor y capellán de la Escuela. En la capital guipuzcoana, como antes en Pamplona y hasta el final de su vida, Aurelio trabajó sin descanso tanto en la labor teológica como en la pastoral más inmediata. A partir de 1978 comenzó a colaborar con la Facultad de Teología de Burgos y en la formación teológica de la escuela de magisterio, asociada a Fomento de centros de enseñanza. En este tiempo desplegó una intensa actividad de escritor cristiano cuyo fruto son los extensos tratados de teología moral y dogmática, así como decenas de obras sobre cuestiones académicas y de la actualidad cultural en la que participó activamente.
Pero el inmenso esfuerzo de interpretación de la fe y de su traslado a la vida estaría completamente inacabado si no se viera debidamente “amasado” con su amor al sacerdocio hecho vida. Aurelio sentía y vivía el Evangelio de forma incondicional y su forma de vida estuvo marcada por la sencillez y el desprendimiento. Él fue uno de los primeros sacerdotes diocesanos que formaron parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, y vivió su sacerdocio con el espíritu que san Josemaría, fundador del Opus Dei, transmitió a los sacerdotes que buscan su santificación en el ministerio pastoral ordinario en cada iglesia particular. Así pudo Aurelio Fernández realizar durante su larga vida, y hasta el final, un intenso ministerio de la palabra y un ingente ejercicio del sacramento de la Misericordia.
Este podría ser el resumen de la vida de Aurelio: en ninguna parte se puede ver mejor la huella de este sacerdote magnífico y pobre a la vez como oyéndole hablar del Señor o alentando y curando las heridas que deja en las almas el pecado.