Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
La rebeldía de los jóvenes: ¿Defecto o virtud?
Rebelarse es oponerse a algo establecido por la norma o por la costumbre. Como los motivos y las formas de rebelarse pueden ser muy diferentes en cada caso, no hay rebeldía, sino rebeldías y rebeldes.
Tradicionalmente la rebeldía ha sido considerada sólo como un defecto, por acentuar excesivamente el significado de una de sus acepciones: insumisión, desacato y desafío a la autoridad. En cambio apenas se suele mencionar otra acepción: “Rebelde se llama también al indócil, duro, fuerte y tenaz”. Se sobreentiende que estas actitudes son vinculables a algún bien que se quiere preservar o defender.
En la adolescencia inicial la rebeldía es un rasgo de inmadurez abierto a una posible madurez posterior que puede alcanzar la categoría de virtud.
La actitud de la rebeldía es ambivalente: puede producirse con causa y sin causa; por algo que vale la pena o por algo intrascendente; para ayudar o para obtener una ventaja personal (la propia conveniencia); como reacción desde la inseguridad o en función de algún valor.
La rebeldía surge en la pubertad (12-14 años) como mecanismo de defensa de una personalidad insegura que necesita autoafirmarse. Nace del miedo a actuar tras salir de la dependencia de la infancia. Los momentos de ingenua prepotencia se alternan con los de reclusión en sí mismo. Es una rebeldía “regresiva”. El púber, en algunas ocasiones, pierde la confianza en sí mismo y siente nostalgia de la niñez, a la que regresa mentalmente.
Un ejemplo de la rebeldía incoherente del púber:
-A ver si queda claro: ¡ya no soy un niño! Soy un adulto capaz de tomar mis propias decisiones y de resolver por mí mismo mis problemas. Así que mamá ¡hazme las maletas!, porque yo no puedo seguir viviendo en esta casa.
En la adolescencia media (14-16 años) se produce una crisis interna o de personalidad que se manifiesta como inconformismo radical. Puede conllevar actitudes agresivas. El adolescente se siente mal por dentro y proyecta su insatisfacción contra padres y profesores. Es la “rebeldía agresiva”, que es “propia de la persona débil, de quien no sabiendo soportar la dureza de la vida diaria intenta aliviar su sufrimiento haciendo sufrir a los demás. Se expresa de forma violenta”. (Yela, M.) .
En algunos casos evoluciona hacia la transgresión. La “rebeldía transgresiva” va directamente contra las normas de la sociedad, de la familia y de la escuela, por el simple placer de romperlas. Puede haber sido provocada tanto por influencia de una subcultura del entorno como por errores en la educación familiar, especialmente el autoritarismo y la indiferencia de los padres.
Conozco un padre que tras reconocer que no estaba dedicando tiempo al hijo rebelde quiso rectificar:
-Hijo mío, me gustaría pasar más tiempo contigo. ¿Me aceptas como amigo de Facebook y te sigo en Twitter?
Hasta aquí las rebeldías inmaduras de la inseguridad, propias de quienes no saben todavía qué es lo que quieren en la vida. En cambio, en la adolescencia superior o edad juvenil (a partir de los 17 años), fase del “despertar del yo mejor” y de los grandes ideales, suele surgir una rebeldía más evolucionada.
Esa rebeldía se ha denominado “progresiva”. Es la que “se siente como deber más que como derecho. No es propia del asustado, ni del débil, ni del amoral. Es, al contrario, el signo del que se atreve a vivir, pero quiere vivir dignamente; del que sabe soportar el peso de la realidad, pero no el de la injusticia; del que acepta las reglas de los hombres, pero las discute y critica para mejorarlas” (Yela)
Se trata de una rebeldía constructiva frente a comportamientos de deslealtad, hipocresía, insolidaridad, injusticia social, falta de respeto a la naturaleza y a la vida humana.
Para Marañón la rebeldía es el deber y la virtud fundamental de la juventud. La actitud rebelde debe mostrarse tanto en la vida privada como en la vida pública: “Siendo el estado actual de las sociedades una estructura transitoria necesitada de constante renovación, la fuerza legítimamente impulsora de ese cambio tiene que ser la juventud. Con los años el espíritu se endurece para las injusticias; se acaba por aceptar lo que de joven era incomprensible”.
En una sociedad permisiva la mejor rebeldía es la práctica de las virtudes. Las virtud de la sobriedad es una rebeldía frente al ambiente consumista; las virtudes de la castidad y del pudor son una rebeldía frente a la escalada del erotismo.