27/04/2023
Publicado en
Omnes
Juan Luis Caballero |
Profesor de la Facultad de Teología
En el corazón de la segunda Carta a los Corintios, Pablo hace una preciosa reflexión sobre el ministerio de la reconciliación. Una de las cuestiones nucleares aquí implicadas es la de la novedad que Cristo nos ha procurado gracias a su obra redentora. Veámosla en su contexto.
El ministerio de la reconciliación (2 Co 5, 11 - 6, 10)
Después de hablar de la esperanza en la resurrección de los cristianos, a partir de 2 Co 5, 11, Pablo insiste en que deberemos dar cuenta de nuestra conducta ante Dios1 y en que él está al descubierto ante Dios y ante los mismos corintios2. Por eso, le apremia el amor de Cristo, el cual, al morir por nosotros, nos ha ofrecido la reconciliación con el Padre. De esta reconciliación es de la que Pablo es ministro. En su razonamiento, el Apóstol, en primer lugar, defiende su ministerio diciendo que Dios conoce su conciencia y que espera que los corintios también lo hagan, valorando lo que no se ve, el corazón3, más que las apariencias o atributos externos4. En segundo lugar, Pablo sitúa su apostolado en el conjunto del plan salvífico divino5. Por último, el Apóstol exhorta a no recibir en vano la gracia de Dios y recalca la honestidad de su ministerio mediante un cuadro de su sacrificada existencia por causa del evangelio6.
“Si alguno está en Cristo es una criatura nueva” (2 Co 5, 14-17)
“Porque nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos” (vv. 14-15). La entrega de Pablo a Dios y a los corintios se funda no solo en el temor de Dios7 sino también en el amor de Cristo8, manifestado y probado en su muerte por todos (y en lugar de todos) en la cruz9. En la obra salvífica de Cristo, esta muerte (morir al pecado) está unida a la resurrección (vivir); así, la participación en el sufrimiento de Cristo es la puerta al poder de la resurrección10. La respuesta a este amor por parte de los que viven (los bautizados) es la entrega de la propia vida por amor, como Pablo ha hecho desde su conversión11.
“De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo” (vv. 16-17). En la línea apariencia-corazón, Pablo dice que ha dejado atrás su forma de valorar a las personas (a Jesús y la cruz) según una perspectiva meramente humana (de apariencia: estatus, habilidad retórica, etc.), que era la que tenía antes de encontrarse con el Señor. Esto no quiere decir que no se interese por el Jesús histórico12. Su resurrección dota de un marco nuevo con el que ver tanto a Cristo como a los cristianos13, pertenecientes ya a un orden nuevo14, aunque esta nueva existencia15 solo se pueda percibir con el corazón, no en las apariencias16. Todos los que esperan participar plenamente de la resurrección de Cristo17 ya tienen un anticipo en el Espíritu18. En esta nueva creación es restaurada, en Cristo19, la imagen y la gloria que el hombre perdió parcialmente en Adán20.
“Nos reconcilió consigo por medio de Cristo” (2 Co 5, 18-21)
“Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación” (vv. 18-19). Pablo dirige la reflexión que acaba de hacer hacia la invitación del v. 20. La nueva creación es el resultado de la reconciliación obrada por la muerte de Cristo21, actualizada al acoger la predicación apostólica. El ministerio de la reconciliación es el ministerio de la nueva alianza otorgadora de vida22. Esta reconciliación, que trae paz y amistad23 entre los que antes eran enemigos24, es iniciativa de Dios mismo, que la procura por medio de Cristo y la ofrece por medio de sus ministros. En Cristo, la humanidad (la primera creación), separada de Dios por culpa del pecado de Adán, ha vuelto a unirse a Él25. La obra de Cristo ya ha sido realizada, pero el mundo aún no es plenamente nueva creación, porque es necesario que, gracias al ministerio de la reconciliación, ésta sea predicada y acogida por todos los hombres26.
“Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (vv. 20-21). Pablo se presenta como embajador de Cristo: rechazarlo a él es rechazar a quien le envía27. Él ejerce su ministerio apelando a la reconciliación, a aceptar la gracia ofrecida por Dios28, poniendo empeño en la purificación de lo que impida a Dios llevar a cabo la santificación29. Pablo recuerda, en el v. 21, que ha sido la muerte de Cristo la que nos ha librado de la ira de Dios, reconciliándonos con Él30. Cristo se ha ofrecido, sin haber pecado, por todos, cargando con las consecuencias de nuestros pecados, para que pudiéramos recibir, en él, la justicia de Dios31.
1 2 Co 7, 1.
2 Co 4, 2; 6, 11; 7, 3.
3 Cfr. 1 Sam 16, 7.
4 2 Co 5, 11-13; cfr. 4, 18.
5 2 Co 5, 14-21.
6 2 Co 6, 1-10.
7 2 Co 5, 11.
8 Rm 5, 5; 8, 35; Ef 3, 19.
91 Co 15, 3; Rm 8, 32.
10 2 Co 4, 17-14.
11 Ga 2, 20; 2 Co 2, 14-16.
12 1 Co 7, 10; 9, 14; 11, 1. 23-25; 15, 3-8.
13 2 Co 5, 14-15.
14 1 Co 15, 20. 23; 2 Co 4, 6; 5, 17.
15 Is 65, 17; 66, 22; Ez 36, 26; Ga 6, 15.
16 2 Co 3, 3; 5, 12.
17 2 Co 4, 14; 5, 1-4.
18 2 Co 4, 10-11; 5, 5.
19 1 Co 15, 49; 2 Co 3, 18; 4, 4; Rm 8, 29.
20 Rm 5, 12-21.
21 2 Co 5, 14-15; Rm 5, 10.
22 2 Co 3, 6-9; 6, 3.
23 Is 52, 7; 54, 10; 65, 17-18.
24 Rm 5, 10; Ef 2, 14-16.
25 Rm 8, 20-22; Col 1, 20-22.
26 Is 52, 7; Ef 6, 15.
27 Lc 10, 16.
28 2 Co 6, 1; 13, 5.
29 1 Co 6, 9-11; Ga 5, 4; Rm 8, 13; 11, 22; Flp 2, 12.
30 Rm 5, 9-11.
31 Is 53, 5-6.