Martín Santiváñez, investigador del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Navarra
Populismo electoral
A pesar de la prensa favorable que ha recibido a lo largo de los últimos años, Lula da Silva siempre ha liderado un modelo de entraña populista. Ciertamente, la izquierda global intentó presentarlo como un demócrata convicto y confeso, pero los latinoamericanos sabemos que, históricamente, los populistas dadivosos son demócratas precarios, porque deforman a voluntad el modelo institucional, minan el Estado de Derecho y en última instancia, instrumentalizan a la administración pública con un doble fin: generar clientela política mientras se proclama la inclusión social.
En el plano real, ningún Estado puede cerrar la brecha de la pobreza si no está preparado para ello. Un Estado ineficaz genera, por fuerza, políticas ineficaces. Un Estado en el que no rige la separación de poderes es incapaz de ejercer el control. Y sin control jurídico-político el modelo se desploma. Por eso, para desarrollar políticas públicas de calidad, el Estado tiene que prepararse a través de reformas paulatinas, sectoriales, que mejoren su capacidad de implementación.
Lula empleó otra lógica: más Estado es mejor gobierno. Así, el Partido dos Trabalhadores optó por promover desde su atalaya voluntarista una reducción artificial de la pobreza a través del subsidio directo y el regalo con membrete estatal. El Estado petista ha transferido recursos generando pocas capacidades reales en la población. El asistencialismo populista del lulismo ha creado un entramado de corrupción que en vez de mejorar la performance de la administración pública ha multiplicado las islas de opacidad, agravando las distorsiones estatales. Cuando las agencias proyectan y desarrollan políticas ineficientes y sobrevaluadas, de impacto ambiguo, generan incentivos para que emerja la violencia en el plano social.
Desde que asumió el poder, Dilma Rousseff no ha movido un dedo para cambiar este modelo, diseñado e implementado por sus compañeros de partido, bajo la supervisión de Lula, su mentor. La Presidenta brasileña es incapaz de transformar el modelo porque la República está en manos del PT Además, el asistencialismo es la quintaesencia del lulismo. Cortar las redes clientelares, reformar el Estado agilizándolo y rediseñar la administración pública para otorgar servicios de mejor calidad es tanto como desmontar, cercenar y debilitar la creación suprema del lulismo: un Estado grande, un Gobierno grande, unos programas sociales en los que la riqueza del país se ha empleado a fondo.
De allí la solución estrictamente política: «para que todo permanezca igual, traslademos el problema a la población», aun sabiendo que el electorado no tiene la capacidad técnica para realizar la reforma. Una reforma de políticas públicas tiene que ser liderada por tecnócratas y aquellos que pertenecen a las filas del lulismo han provocado esta crisis.
Por eso, la carta del referéndum es una maniobra de distracción, utilizada en Latinoamérica para ganar tiempo mientras se reorganiza el frente interno y se recupera la iniciativa. A estas alturas, un plebiscito no solucionará la grave crisis de un Leviatán tropical acostumbrado a expandirse bajo la férula carismática de Lula y el Partido de los Trabajadores.