27-07-2022
Publicado en
El Diario Montañés, Diario de Navarra, Ideal de Almeria e Ideal de Jaén
Gerardo Castillo |
Profesor Facultad de Educación y Psicología
Cuando el paro de larga duración no se vive en carne propia se ve solamente como un problema económico. Se ignora así que trabajar no sólo satisface nuestras necesidades primarias, sino que tiene, además, un componente de autorrealización. Mediante el trabajo la mayoría de las personas forjan parte de su vida, expresan su personalidad, desarrollan sus capacidades y se realizan como personas.
La inactividad laboral prolongada afecta al proceso de realización personal y genera tanto desequilibrio psicológico como biológico, pudiendo llegar a una posible enfermedad conocida como ‘síndrome del parado’.
La reacción psicológica ante los problemas de desempleo tiende a variar con relación a la edad y la personalidad de cada persona. Un ciudadano promedio, que depende de su trabajo para subsistir, puede padecer de alteraciones del sueño, ansiedad y depresión. En nuestro caso me referiré a un trabajador de unos 40 años que pierde su empleo debido a que su empresa se ha visto obligada a hacer una reducción de plantilla.
Benedicto XVI en su encíclica ‘Cáritas in veritate’ (29-6-2009) habla de las personas que permanecen sin trabajo durante mucho tiempo y, por lo tanto, dependen de la asistencia pública o privada, disminuyendo su libertad y creatividad, y resultando afectadas sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual.
Hay desempleados de larga duración que se sienten culpables de su situación, tomándolo como un fracaso personal. Una investigación de la British Medical Journey asegura que esas personas tienen el riesgo de suicidio entre dos y tres veces mayor. Los expertos advierten que en el futuro esta situación será cada vez más frecuente, por lo que hay que empezar ya a prepararse psicológicamente para afrontar la inactividad prolongada. El parado de larga duración tiende a seguir un proceso con tres fases. La primera es la de confianza excesiva e infundada en conseguir pronto un nuevo empleo, por lo que aplaza la búsqueda. Se concede a sí mismo una moratoria. La segunda fase es la de búsqueda de empleo. Si las gestiones no dan resultado puede surgir el pesimismo y la angustia. En una tercera fase aparece la creencia de que ya no se encontrará trabajo y que ello se debe a la propia incapacidad e incompetencia. Según la teoría de la ‘Indefensión Aprendida’, desarrollada por Martin Seligman, si una persona agota todas las posibilidades para conseguir un objetivo básico para su vida, experimentará que, haga lo que haga, su situación no cambiará, por lo que renuncia a actuar. En el caso del parado impaciente se corre el riesgo de resignarse y acomodarse a esa nueva forma de vida pasiva.
El parado suele mantener en secreto su estado anímico, sea por vergüenza, sea porque cree que nadie puede comprenderle. Pero los pensamientos y sentimientos negativos no expresados ni compartidos aumentan el problema inicial.
Lo ideal es que el proceso que desemboca en el síndrome del parado sea interrumpirlo en su segunda fase. Se trata de no darse por vencido en la búsqueda de empleo. Esa perseverancia es fruto de una previa educación de la voluntad que se forja afrontando dificultades. Los obstáculos en la búsqueda de empleo serán así retos estimulantes. También ayudará la formación recibida y las competencias desarrolladas para el actual trabajo cambiante, como, por ejemplo, empatía, asertividad, iniciativa, toma de decisiones, trabajo en equipo, capacidad para asimilar nuevas tecnologías, automotivación y autosuperación.
Para evitar el síndrome del parado son más eficaces las medidas preventivas que las correctivas. Entre las primeras son recomendables las que menciono seguidamente. Disposición para aprender y formarse de forma continua. Según la encuesta internacional Workmonitor elaborada por la empresa Randstad sobre las expectativas laborales de los trabajadores, los que presentan un nivel formativo alto son las que más apuestan por su continuidad laboral, frente a los empleados que cuentan con un nivel de estudios bajo, que albergan más dudas sobre su futuro profesional. Ser flexible y adaptable ante las diversas situaciones y formas de trabajo. Las compañías buscan, cada vez más, empleados con un alto poder de adaptación. Las empresas actuales demandan mucho las competencias emocionales y sociales. Incluye la capacidad de interactuar con otras personas para poder compartir experiencias.