Marco Demichelis, Investigador Marie Curie en el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra
El fracaso de la política de EE.UU. en Oriente Medio
Tras el anuncio del traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, el autor critica la política de Washington en relación al conflicto israelo-palestino.
La decadencia de la política exterior de EE.UU. no ha comenzado ahora, en la era Trump. Se trata del último paso de una impactante serie de episodios iniciados después de la victoria ideológica de EE.UU. contra el enemigo soviético durante la Guerra Fría. Esta hiperpotencia ha sido completamente incapaz de desempeñar un liderazgo, de dar una visión.
Esa incapacidad está relacionada con la geografía de Oriente Medio, una de las regiones más problemáticas del mundo, que no ha podido cambiar tras la caída del Muro de Berlín en 1989. Este evento no tuvo impacto en esta área por razones locales, pero también por la incapacidad de Occidente de dar forma a una auténtica política exterior democrática.
El éxito de la doble política neoliberal Thatcher-Reagan históricamente no ha conseguido desarrollar lazos económico-democráticos, mientras que, por el contrario, ha sido particularmente eficaz en la preservación de regímenes autocráticos prolongados.
De todos modos, el paso final de Jerusalén no solo pone de manifiesto la incapacidad de EE.UU. de ser un verdadero pacificador o moderador en el debate histórico sobre Tierra Santa. Aunque, siendo sinceros, nunca había asumido una figura intermedia real: ya durante la era Clinton, mientras se estaba construyendo un acuerdo de paz en los 90, los hechos evidenciaron la incapacidad de EE.UU. de parar la colonización de Cisjordania.
Con la política de George W. Bush en la región después del 11 de Septiembre, la acción de los EE.UU. provocó una perspectiva aislacionista del conflicto palestino-israelí; no solo destacó la falta de compromiso de Washington, sino también una voluntad específica de no intervenir en el debate. De todos modos, la narrativa de política exterior de EE.UU. siguió vinculada a la solución de dos Estados, pero quedaron confirmadas las dificultades de hacerlo posible con la presencia de medio millón de colonos en los territorios ocupados.
De forma paralela, todos los países árabes comprometidos históricamente con el proceso de paz -Egipto y Jordania en particular- comenzaron a mirar con creciente sospecha la política de EE.UU. sobre esta cuestión. Colin Powell y Condoleezza Rice, como secretarios de Estado, mantuvieron su intencionada incapacidad de interferir en la política interna de Israel, en particular cuando la municipalidad de Jerusalén ejecutó la expropiación de casas palestinas en el lado este de la Ciudad Santa.
En cualquier caso, la sorpresa más inesperada vino de la mano de la política exterior de Obama, Premio Nobel de la Paz en 2009. Aunque proclamó que desaprobaba la política de la anterior Administración republicana en Oriente Medio, no pudo dar pasos significativos en el conflicto palestino-israelí para detener el asentamiento de Cisjordania. En este caso, la responsabilidad del partido Demócrata es particularmente considerable, incluso si se sabe que durante el doble mandato de Obama, la relación Tel Aviv-Washington alcanzó su grado más bajo de comprensión recíproca.
La declaración final de Trump, en una fase en la que el riesgo de impeachmentse acerca, subraya la falta de ideas y perspectivas de la política exterior de EE.UU. actualmente, tanto en lo que respecta a este tema de largo recorrido como a la mayoría de las amenazas a la seguridad de la paz mundial: Corea del Norte, el problema medioambiental, el conflicto sirio-iraquí. Su falta de credibilidad se hace aún más evidente en relación con el lema de la campaña presidencial de Trump: “Make America great again”, como lo fue el “Yes, we can” de Obama. Pero, claro, el lema de una campaña presidencial solo debe parecer realista por un período de tiempo limitado, ¿no es así?
Pero hubo un tiempo en que la política exterior de EE.UU. en esta área era completamente diferente. Tras el final de la Primera Guerra Mundial, los 14 puntos de Wilson desembocaron en la creación de la comisión King-Crane, un comité plenipotenciario de investigación académica sobre Oriente Medio que en ya 1919 era capaz de describir las claras dificultades que podrían haber estallado si la política de emigración sionista no se hubiera limitado en las siguientes décadas.
En ese momento, la vieja Europa y Gran Bretaña en particular aún podían preservar sus intereses en la región, mientras que EE.UU., una nueva potencia mundial, entró en la guerra ya en 1917. Hoy la situación es completamente diferente. Desafortunadamente, la narrativa sigue siendo trivializada por la incapacidad del mundo occidental de encontrar una solución equitativa, comenzando por la propaganda de dos Estados. Siendo honestos, esta solución no debe ponerse más sobre la mesa porque resulta imposible realizarla, así que es imposible volver a considerarla.
No hay más espacio en Cisjordania para un Estado palestino, su colonización erradicó la posibilidad: más de medio millón de colonos amontonados desde los años setenta y el número en incremento en los 90, con el silencio de todos los actores del proceso de paz. Los políticos, los secretarios de Estado responsables de la política exterior de la Unión Europea que continúan hablando de esta posibilidad o son excesivamente ignorantes sobre el tema o mienten. Ninguna de las dos partes del conflicto se merece este comportamiento diplomático.
El único resultado posible en este momento es la solución de un Estado, pero la madurez para alcanzarla todavía está muy lejos. Nelson Mandela, Desmond Tutu, el ex presidente estadounidense Carter y muchos otros definieron a Israel como un régimen de apartheid. Tal y como la Historia deja patente, los regímenes del apartheid tienen un límite temporal. Cabe esperar que en este caso, este tiempo final no implique una nueva guerra en la región porque, como en el pasado, las responsabilidades de Occidente serían nuevamente desastrosas.