Elkin Luis, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología. Universidad de Navarra
Esto no es un artículo sobre cómo cumplir sus propósitos de Año Nuevo
En estos días hay algo más que nos unirá a todos más allá de las compras de última hora y las comilonas. Y es que, ¿han pensado ya cómo de mejores personas quieren ser en el 2020? ¿Acaso han repasado ya aquellas promesas o propósitos que hicieron a finales de 2018-principios de 2019? Spoiler: esto no es un artículo sobre cómo cumplir sus propósitos de Año Nuevo.
Si se han fijado, se está más motivado y más propenso a hacerse buenos propósitos en este año que acaba, que luego se cumplan o no, es otra historia. Y esta capacidad de proyectarse al futuro que tiene el ser humano, responde a que en el hoy y en el ahora, somos más optimistas que pesimistas. Pongamos un ejemplo que suele repetirse todos los años y que generalmente no suele tener mucho éxito en cumplirse: hoy, todavía en 2019, me propongo hacer más ejercicio en 2020. Estoy motivado a hacer este esfuerzo. Sin embargo, esto se repite diariamente, si no, piense usted en todas las cosas que se propuso por la noche para hacer por la mañana siguiente y cuántas realmente acabó haciendo.
Para algunos expertos la línea que diferencia al optimista (que es el motor para actuar, aventurarnos e innovar) del pesimista, no está en la capacidad de valorar lo bueno, sino por el contrario, está en la de ignorar lo malo. Por lo tanto, al proyectarse en el futuro, las personas suelen ser capturadas por optimismo, que por momentos nos lleva a establecer metas poco ajustadas (los propósitos de fin de año) a las situaciones reales en las que se van a cumplir (lo que sucede en enero). De hecho, existen razones que llevan a pensar que el excesivo optimismo nos hace tomar riesgos innecesarios en nuestras decisiones.
Cuando se producen estas situaciones en las que no se logran cumplir los objetivos, el pesimismo (no tan malo como parece) gana una batalla al optimismo; pues en este nuevo ‘hoy’ y ‘ahora’ las circunstancias de la persona ya no son las mismas que al inicio. Aquí, podemos encontrarnos ante varios escenarios. Algunos directamente no llegarán a intentar cumplir estos propósitos (pesimistas netos). Otros, más optimistas pero utilizando el pesimismo para ser más precavidos, echan mano del esfuerzo, del trabajo, de intentar incorporar nuevos hábitos. Si estos últimos no sienten que han empezado a cumplir sus promesas, empezarán a frustrarse y llegarán a la conclusión de que no se es bueno haciendo ejercicio, por lo que, ¿para qué emplear más de su tiempo tan valioso en seguir intentándolo?
La regla ‘mágica’ que algunos buscarán es simple y llanamente: ajustemos las expectativas, y para ello, pensemos en cuál es el bien último de estos propósitos. El bien último de hacer ejercicio no es bajar de talla de pantalón o ajustarse a los estándares de belleza que nos dicta la sociedad. El bien último es la salud y para ello no tengo que estar dos horas cada día de la semana con las máquinas del gimnasio o haciendo spinning, si ya he comprobado que eso no me engancha. Observemos todo el abanico de posibilidades que te subirán en el tren directo a cuidarte: dejar el coche en casa o aparcar más lejos e ir andando al trabajo, correr o hasta bailar (que para esta época de excesos navideños viene muy bien). Probemos opciones antes de descartarlas directamente e incluyámoslas como hábitos para asegurarnos un estilo de vida deseado y saludable. Recuerde: que un optimista con un ligero matiz pesimista es capaz de ajustar mejor las expectativas y por tanto, realiza metas más realistas.