Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Universidad de Navarra
Los retos del nuevo gobierno
La tarea que ha recaído sobre el nuevo gobierno es descomunal. En unos meses tiene que reparar las consecuencias de años de desgobierno y caos. Si no lo consigue, el país podría entrar en una depresión irremediable y arrastrar a la Europa del euro en su caída: hay mucho en juego. Todos, ciudadanía y clase política, tienen conciencia de encontrarse en una situación crítica, en el sentido que tenía el término "crisis" en el contexto de la medicina griega, donde surgió: momento decisivo en la evolución de la enfermedad, en el que el paciente o se muere o se cura.
El presidente del gobierno se ha apresurado a tranquilizar a la Unión Europea -es decir, a Angela Merkel-, de palabra y con la adopción de las primeras medidas. Lo prioritario es restablecer la disciplina presupuestaria, con el objetivo de eliminar el déficit público en el 2013. El principio básico de toda buena gestión consiste en no gastar más de lo que se ingresa -en su momento álgido, el gobierno de Zapatero gastaba el doble de lo que ingresaba-, pero cuando se arrastra una deuda tan considerable, urge dar un paso más y asegurar la generación de riqueza y el crecimiento económico. En caso contrario, no será posible pagar a los acreedores.
Para estimular la actividad económica no hay más solución que reformar el mercado laboral, con el fin de eliminar rigideces y trabas y favorecer la creación de empleo. El gobierno, que llevaba tiempo anunciando su propósito reformador y exhortando a los agentes sociales a negociar un gran acuerdo, ha tomado ya las primeras decisiones. Desgraciadamente, su alcance ha quedado bastante por debajo de los objetivos declarados previamente. Se echa de menos la determinación para acabar con corruptelas y con intereses creados. El sector público, tan desmesurado como ineficiente, sufrirá tan solo unos recortes puramente simbólicos. Parece que ha faltado valentía para fajarse con funcionarios y sindicatos. En Bruselas y en los medios económicos internacionales cunde la decepción, a pesar de que el gobierno insiste en que ha adoptado el rumbo correcto, de modo que muy pronto se verán los positivos efectos de su política. Se advierte en estas declaraciones un afán por dar buena imagen. El propio ejecutivo no las tiene todas consigo y se ha dirigido a Bruselas en petición de ayudas suplementarias, para lo que invoca la excepcionalidad de la actual coyuntura.
Tranquilizo al lector: todo lo dicho hasta ahora se refiere a Italia y a los esfuerzos del presidente Mario Monti por sanear su maltrecha economía. Pero no podemos confiarnos: España no está mucho mejor. Mariano Rajoy ha asumido la presidencia un poco después que su colega italiano, y la misión que está llamado a cumplir es muy parecida. Cada uno a lo suyo, pero no está de más fijarse en el vecino.
¿Tendrá Rajoy la fortaleza necesaria para llevar a la práctica el programa de reformas que obtuvo el respaldo mayoritario en las urnas? ¿Se arrugará a las primeras de cambio, como le está ocurriendo a Monti? El presidente italiano está de vuelta y no tiene especiales ambiciones políticas. Incluso se ha permitido el gesto de renunciar al sueldo. Sin embargo, esas circunstancias, aparentemente tan favorables, no han impedido que le tiemble el pulso en el momento decisivo.
Sería ingenuo pensar que el ímprobo trabajo de sacar el país adelante corresponde en exclusiva al gobierno. Todos debemos arrimar el hombro en la medida de nuestras posibilidades. Habrá que superar de una vez nuestra secular tendencia a esperarlo todo del Estado. Pero el gobierno debe dar ejemplo y hacer sus deberes: disciplina presupuestaria; recorte del improductivo sector público; arreglo del desbarajuste autonómico y municipal; reforma educativa; entierro de la agenda de género (extravagante meollo del programa de Zapatero); reforma del sistema financiero; ordenación del sector energético; mejora de la justicia; depuración de la clase política y lucha contra la corrupción. Sólo de esta forma creará las condiciones propicias para que los ciudadanos de a pie recuperemos la ilusión y nos impliquemos en un proyecto compartido.