Pablo Blanco, Profesor de Teología de la Universidad de Navarra
El pontificado de Benedicto XVI: Discreto y luminoso
Estas dos palabras resumen el carácter de Joseph Ratzinger, como ha demostrado al mundo entero el gesto de su renuncia. No es un personaje brillante que se impone y apantalla, sino un hombrecillo con voz débil que deja que las cosas hablen por sí solas. Que muestren su propia belleza y capacidad de convicción. No deslumbra pero alumbra. Su pontificado ha tenido el genuino estilo del teólogo alemán: no se ha quedado en eventos o manifestaciones exteriores, sino que ha ido más en profundidad. Se ha dirigido a lo esencial, a las raíces de los problemas y las esperanzas de la Iglesia y del mundo de un temprano tercer milenio.
Hay una anécdota del entonces cardenal Ratzinger, ocurrida tras el sínodo sobre la familia de 1980, convocado por Juan Pablo II. Habían terminado los trabajos sinodales y los prelados encargados al efecto buscaban un buen tema para la siguiente reunión de obispos. «Nueva evangelización» era el tema allí propuesto una y otra vez. Alguien recordó entonces –comentaba Ratzinger– las palabras de Jesús: «Convertíos y creed en el evangelio» (Mc 15,1). Glosando estas palabras, decía el comentador: para que haya fe, verdadera fe, hacen falta primero el cambio y la conversión. Entonces podrá venir el verdadero acto de fe y la tan repetida nueva evangelización.
Primero purificación y limpieza. Esta ha sido –en mi opinión– la estrategia de Benedicto XVI en estos ocho años de pontificado que resumo en estas cuatro palabras:
1. El amor es lo primero. Fue el título de su primera encíclica. Los casos de pederastia habían demostrado que la Iglesia debía purificarse. «El mayor ataque contra la Iglesia –dijo en su viaje a Portugal– es el pecado dentro de ella». Por eso afirmaba en la Deus caritas est que el eros humano ha de purificarse para convertirse en verdadero amor cristiano. Limpiar los egoísmos e impurezas que habitan en nuestro corazón. Así será posible una verdadera «revolución del amor» en este mundo a veces un tanto cruel.
2. La razón, compatible con la religión; es más, ambas pueden curarse de sus «respectivas patologías», dijo en 2004 ante Jürgen Habermas. La razón puede evitar que la religión caiga en el fanatismo y el fundamentalismo. La religión puede impedir que la razón engendre monstruos como Auschwitz, Hiroshima o Chernobyl. Eso sí, hace falta una razón abierta («ampliada» dijo en Ratisbona) a otras dimensiones de la vida como el amor, el arte, la ética o la religión. Razón y corazón a la vez y, por tanto, verdad y amor, tal como reza el título de su encíclica social.
3. El misterio de la creación. En Caritas in veritate habla a la vez de ética sexual y de ética de las finanzas, de cómo el cuidado del medio ambiente va unido a la bioética, y la corrupción interior a la contaminación exterior. Para el papa Ratzinger la ecología y el respeto a la naturaleza han de estar unidos con su propio origen: la creación. Son buenos porque han salido de la mano de Dios. La naturaleza (también la nuestra) puede ser conocida además por la conciencia de cualquier persona, creyente o no. Esta puede ser una privilegiada plataforma común de diálogo entre culturas y religiones.
4. El secreto, la adoración. Es el núcleo, el corazón de la Iglesia, la fuente de la comunión y la misión. Benedicto XVI ve el activismo como una gran bestia negra: actuar sin pensar ni rezar. Si ponemos en el centro la adoración, la acción irá en la dirección correcta. La oración nos permite además estar más unidos entre los cristianos. El cuidado de la liturgia y la predicación han de constituir la prioridad de dar primacía al mismo Dios. Lo demás vendrá después. Tal vez serán los laicos quienes se encarguen de algunas tareas a las que los pastores no pueden o no deben llegar. Es la hora del laico… que antes sabe rezar.
Según Benedicto XVI, hemos de cuidar este núcleo íntimo e ir a lo esencial. Entonces la Iglesia estará en condiciones –ahora sí– de lanzarse a la nueva evangelización. Asia, África y América están despertando, pero falta mucho para llegar «a todo el mundo» (Mt 28,16). Con esta previa "dieta de adelgazamiento" la Iglesia puede lanzarse con más fuerza y vigor «mar adentro» (Lc 5,5). Ahora llega el momento de hacer resonar el nombre de Cristo hasta el último rincón de la tierra. Es esto lo que ha estado explicando el papa-profesor durante todos estos años, con discreción y siempre con algo de luz. Benedicto XVI ha repetido de numerosas maneras el nombre de Jesucristo, pues solo él puede salvarnos. Necesitamos también ahora Dios y ayuda. En un mundo en crisis (no solo económica), es lo más conveniente para todos, creyentes y no creyentes. Palabra de Benedicto XVI.