Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio Arte Navarro
Los jesuitas en Pamplona (1580-1767)
La circunstancia de cumplirse los doscientos años de la restauración de la Compañía de Jesús (1814-2014) es un buen motivo para realizar algunas consideraciones sobre lo que supuso su presencia en Pamplona a lo largo de los siglos del Antiguo Régimen, dejando para otra ocasión todo lo relativo a la vuelta tras la restauración: desde los deseos del obispo Uriz y Lasaga, la efímera casa de Villava, la vuelta definitiva en 1927 y la realidad del Colegio San Ignacio.
De manera breve, trataremos de sintetizar una actividad febril y rápida, siempre en las trincheras, propia de quienes llevaron la iniciativa o ayudaron en tantos proyectos culturales y religiosos en la capital navarra.
Sin duda que el mejor conocedor de la importancia y trascendencia del colegio de la Anunciada fue el Padre Pérez Goyena, infatigable investigador y famoso por haber realizado la ingente labor de recopilación de Ensayo de bibliografía navarra. En nuestros días, otras investigaciones de Jimeno Jurío o Vergara Ciordia han profundizado en el conocimiento del fundador del colegio y de su impresionante biblioteca. Los padres Arellano, Ordóñez y Pinedo también han escrito sobre el tema y el padre Sagüés nos ha brindado su inestimable ayuda en todo momento. De algunos aspectos artísticos y devocionales nos ocupamos en nuestros trabajos sobre el retablo barroco barroco o la Inmaculada Concepción en la Comunidad foral.
Bien conocidas van siendo las circunstancias del establecimiento de los jesuitas en la ciudad gracias a su fundador el militar don Juan Piñeiro, así como la intervención de Santa Teresa y la protección del obispo y el virrey para tal fin, en un contexto en que no todo fue fácil, por la oposición de algunos sectores ciudadanos.
Volviendo a la labor del padre Pérez Goyena, no podemos sino suscribir sus apreciaciones acerca del significado de la presencia de los hijos de San Ignacio en la capital Navarra, desde el colegio de la Anunciada y la basílica de San Ignacio. Desde su profundo conocimiento del tema, distinguía cinco grandes aportaciones de los hijos de San Ignacio en Pamplona: la enseñanza del latín en Pamplona durante siglo y medio, la formación de la historia de Navarra a través de tres grandes cronistas, los ecos del catecismo del padre Astete, el fomento de la "hermosa lengua vascongada" y la introducción de la devoción del Sagrado Corazón de Jesús.
A estas consideraciones se han de añadir, desde una perspectiva del patrimonio material e inmaterial, otros aspectos no menos importantes, como el impulso de algunas congregaciones y del culto a San Ignacio y San Francisco Javier y todo lo referente a los bienes culturales que atesoraba el colegio en su biblioteca y sus dependencias: pinturas, esculturas, retablos y artes suntuarias, así como las numerosas ediciones que protagonizaron los hijos de San Ignacio, como autores, cronistas o editores. Finalmente, no podemos olvidar el cultivo del teatro, denominado colegial, que tantos frutos positivos dio en distintos ámbitos, de modo especial en el famoso "deleitando discitur".
Los estudios
A lo largo de más de siglo y medio la juventud pamplonesa tuvo en los padres de la Compañía de Jesús a sus formadores en los estudios de latinidad, retórica, literatura e historia universal y de España. Así lo acordó el ayuntamiento en 1597 con una contrapartida de 250 ducados, considerando que los chicos ¿se veía por experiencia que a mas de tenerlos recogidos adelantaban mucho más". A la apertura oficial del curso, cada 18 de octubre fiesta de San Lucas, asistían las autoridades municipales, previa invitación del rector del colegio.
Los estudios se organizaban por edades en cuatro secciones, de riguroso escalafón, que denominaban General de Mínimos, de Menores, de Medianos y de Mayores. En el curso 1668-1669 todos aquellos estudiantes gramáticos se distribuían así: el de Mínimos con 136 alumnos, el de Menores con 76, el de Medianos con 114 y el de Mayores con 73. Los programas de estudios y modelos de exámenes se conocen con exhaustividad, al igual que los nombres de numerosos maestros y destacados discípulos, aportados por Pérez Goyena y Vergara Ciordia. Éste último concluye que en el colegio pamplonés se dio una notable respuesta a los estudios humanísticos.
La historia de Navarra
Los autores de los cinco tomos de los Anales del Reino de Navarra (1684-1715) fueron sendos jesuitas navarros, el padre Moret y el padre Alesón, naturales de Pamplona y Viana, respectivamente. La obra, como señala Martín Duque, constituyó durante tres siglos la historia oficial del Reino desde su edición en las últimas décadas del siglo XVII. Como ha puesto de manifiesto el profesor Floristán Imízcoz, su elaboración, junto a la recopilación y ordenación de los fueros y leyes del reino de Chavier, fueron un exponente clarísimo de un despertar de la conciencia de Navarra, en los campos de la historia y del derecho.
La edición dieciochesca e ilustrada de la misma obra se planteó con una clara intención política, la de hacer bien presente a las minorías rectoras e ilustradas, el pasado singular del reino fundamento del régimen foral. Y esto tenía lugar precisamente en época de reformas e intentos de uniformizar el país por los monarcas borbónicos como respuesta o cautela de lo que podría suceder en el futuro. Los problemas a que dio lugar con su editor hizo que la Diputación del Reino nominase como perito para juzgar el texto y las ilustraciones de los reyes navarros con que se iba a dotar la edición ilustrada, al padre Mateo Calderón, un docto jesuita, profesor y maestro de teología en el Colegio de la Anunciada de Pamplona.
El compilador de los Anales estuvo a cargo del padre Elizondo, también jesuita, por encargo de las Cortes en aras a hacer más accesibles los contenidos históricos de los tomos de Moret y Alesón y que se publicó con cierta retórica en 1732, como obra póstuma.
El catecismo y las misiones
Como es sabido, la publicación del Cathechismus romanus de San Pío V constituyó un hito fundamental en la historia de los catecismos en todo el mundo católico. El interés de los obispos de Pamplona por su enseñanza fue patente en todas sus visitas a los pueblos y demás actuaciones, en un contexto que Goñi Gaztambide denomina como de restauración de la vida cristiana. Con tal motivo se publicaron cartillas o compendios del catecismo en castellano y vascuence. A los editados en esta última lengua en 1561,1571,1620 y por del Padre Mendiburu en el siglo XVIII hay que sumar las numerosas ediciones en castellano y euskera del famoso jesuita padre Astete (1537-1601), catecismo que se utilizaba casi en exclusividad en el norte de España, frente al sur en donde estaba más popularizado el del padre Ripalda, del que apenas hubo ediciones pamplonesas.
Respecto a las misiones encomendadas en muchos casos por pueblos y ciudades a los jesuitas, hemos de recordar cómo en Navarra fueron frecuentísimas. Recordaremos que don Juan Cruzat, arcediano de la Cámara de la catedral de Pamplona, el mismo que ordenó hacer una imagen del santo en 1620, dejó en su testamento la respetable cantidad de 2.000 ducados para que dos padres vascongados pudiesen hacer misión en vascuence durante quince días, cada dos años. En 1656 doña Adriana del Vayo dotó con otros 1.000 ducados para el mismo fin.
De algunas misiones poseemos relaciones extensas y pormenorizadas sobre su
desarrollo. La llevada a cabo en San Cernin de Pamplona, en 1660, fue publicada por don Juan Albizu y de las que dirigió en la ciudad el afamado misionero tafallés Pedro de Calatayud en Pamplona, en 1731, tenemos extensos relatos dados a conocer por Gómez Rodeles y Goñi Gaztambide. Textos en todos los casos harto significativos y de gran frescura para el conocimiento de los comportamientos sociales y las mentalidades del Barroco, a través de aquel fenómeno perfectamente articulado en torno a las estrategias pastorales, tan asumido por la Compañía de Jesús en aquel tiempo.
Las devociones
La devoción y piedad eucarística fueron siempre un referente en el Colegio de la Anunciada, de modo especial en los cultos de las Cuarenta Horas, durante los días que precedían a la Cuaresma.
Junto a los cultos a los santos de la Compañía, los jesuitas destacaron en la extensión del culto a la Inmaculada Concepción. En el colegio pamplonés radicaba la Congregación mariana fundada en 1613 bajo la advocación de la Purísima Concepción.
Especial mención merecieron los cultos dedicados a San Francisco Javier, copatrón del Reino desde 1657, con la celebración de la novena de la Gracia, dotada desde 1713 por Francisco Antonio Galdeano e intervención de la capilla de música catedralicia, las solemnes funciones patrocinadas por el Reino en el día de su fiesta, así como la octava dotada por el marqués de Cortes en 1723.
El día de San Ignacio tenía su referente en la basílica y particularmente desde 1754 en que se fundó la fiesta de la Caída de San Ignacio por el duque de Granada de Ega, don Antonio de Idiáquez, con misa cantada, sermón, música y siesta. En un diario del Colegio, su procurador anotaba anualmente: ¿Por la tarde suele haber siesta de algunos estudiantes que tañen y se les da de merendar, que suele ser unas empanadas de ternera". San Luis Gonzaga gozó de gran popularidad, como muestran las numerosas ediciones de su novena y la creación de una congregación bajo su advocación en 1752.
Pero si en algo destacaron los jesuitas, de modo especial algunos padres del colegio pamplonés, fue en lo relativo a la extensión de la devoción al Corazón de Jesús, que como se sabe tiene su gran impulsor en el padre Bernardo de Hoyos. Entre 1734 y 1767, un grupo de "compañeros" del padre Hoyos en Navarra: Cardaveraz, Loyola, Calatayud e Idiáquez difundieron su iconografía mediante grabados y la devoción a través de las misiones, la publicación de diversos libros en castellano y vascuence y la fundación de numerosas congregaciones basadas en una devoción rezadora, íntima e individual. La rapidez en la implantación de la nueva devoción no deja de sorprender. En 1746 había fundadas más de 60 Congregaciones en toda Navarra. Entre sus congregantes habían figurado el obispo de la diócesis don Francisco Ignacio de Añoa y Busto y nobles tan señalados e influyentes como el duque de Granada de Ega, don José Antonio de Guirior, Señor de Villanueva de Lónguida y traductor de la Vida de la V M. Sor Margarita de Alacoque y el marqués de Góngora, entre otros.
Bienes patrimoniales
Por desgracia, la mayor parte de los bienes muebles de la iglesia y del colegio se han perdido. Mejor suerte corrió todo el amueblamiento litúrgico de la basílica de San Ignacio. A través de él nos podemos dar una idea sobre el origen de algunas piezas de procedencia romana y castellana que también pudo haber en el antiguo colegio y sus dependencias.
El antiguo retablo mayor, obra del maestro establecido en Tudela Francisco San Juan (1690), fue trasladado a la iglesia de los Capuchinos y ya no existe. Mayor suerte tuvieron algunos lienzos y relicarios que pasaron a la catedral, entre los que se conservan algunas esculturas, un par de hermosos lienzos con la visión de la Storta y los primeros jesuitas de comienzos del siglo XVII, así como el relicario de ébano con la sábana en que estuvo envuelto el santo y el argénteo realizado por encargo del colegio de la Anunciada en 1738, obra de José García Rebollón.
También se ha conservado la hermosa escultura de la Inmaculada Concepción que se encargó en la ciudad de Valladolid en 1681, actualmente en el vestíbulo del Seminario. De la misma capital castellana importaron los jesuitas otras esculturas o partes de ellas, como una cabeza y manos de San Ignacio en 1675, o una escultura de Escultura de la Inmaculada del vestíbulo la Virgen del Buen Consejo, cuyo paradero del Seminario procedente del Colegio de ignoramos. El último retablo en que se veJesuitas, realizada en Valladolid en 1681. neró la citada escultura de la Inmaculada,realizado hacia 1749, en el antiguo seminario conciliar también procedía de una capilla del colegio en donde radicaba la congregación mariana.
En la iglesia de la Anunciada se veneró también por primera vez públicamente, en la capital Navarra, un lienzo de la Virgen de Guadalupe, obsequio del marqués de San Miguel de Aguayo. Su primera fiesta fue en 1690, a la vez que construía su retablo Rafael Díaz de Jáuregui. Para solemnizar su fiesta se echaron buscapiés, voladores y comportillas y se tocaron chirimías.
En el colegio se instaló el belén en fechas tempranas, hacia 1655, imitando lo que sus hermanos europeos hacían desde décadas atrás en aras de la catequización y sensibilización de sus colegiales en torno al misterio de la Navidad.
Respecto a la biblioteca, con mas de 4.000 obras, gran parte de ella pasó a la librería episcopal y al seminario. En los anaqueles de esta última aún figuran muchos de aquellos libros con señales de quienes los adquirieron y poseyeron a lo largo de los siglos del Antiguo Régimen.