Francisco Errasti, Economista y Director General del CIMA , Universidad de Navarra
Escuchar… primero escuchar
Las concentraciones que estamos viviendo estos días deberían ser motivo de reflexión para los que tienen capacidad de tomar decisiones para el conjunto de la sociedad. La situación en la que se encuentra el país, nuestra todavía reciente democracia con sus fisuras y debilidades en su aplicación real, levanta un sentimiento de solidaridad hacia todos los que demuestran su indignación porque los hechos podrían ser de otra manera. Y si pueden serlo, ¿por qué no tratar de conseguirlo?
A estas alturas todos hemos oído hablar de Stephano Hessel, el venerable anciano -tiene 93 años- que ha escrito un panfleto, estrictamente hablando una vulgar soflama, protestando contra la situación actual en el mundo. Que Hessel sea socialista, algo que no oculta y tampoco disimula, es irrelevante a estos efectos. En muchas de las cosas que dice en su librito -se lee en una hora y cuesta 5 euros- puede estar de acuerdo muchísima gente, la gente normal, los que acuden a las urnas a ofrecer su voto y que sienten no pequeña decepción en el transcurso de los años hasta la siguiente votación.
Son muy pocos los que saben escuchar con atención, ponerse en el lugar del otro y responder de acuerdo con esa premisa que parece sencilla y la experiencia demuestra que no lo es. Y los que más deberían escuchar, puesto que para eso representan al pueblo, son los políticos. Veamos algunos ejemplos de lo que parece razonable que sucediera y, sin embargo, no tiene visos de que ocurra:
- Entre los políticos, ¿no deberíamos votar a las personas concretas, las que conocemos, aquellas que nos merecen más confianza, como hacen los británicos? Las listas cerradas que ahora se nos ofrecen son el disfraz de una verdadera dictadura de la cúpula de los partidos.
- El sector financiero ha pasado de conceder un crédito a todo el que se ponía delante -mediante un sistema tan deplorable como ilógico- a negar esos mismos créditos a quienes durante años han dado pruebas de responsabilidad y han sabido conjugar los créditos que necesitan para el circulante de su empresa con un negocio que funciona. La crisis no se debe sólo a la codicia y la corrupción en el sector inmobiliario y al comportamiento de las instituciones financieras, sino también a una inversión y gasto desmesurado no productivo inducido desde las instancias políticas autonómicas y locales. Parece que, de todo esto, nadie responde. ¿Cuántos políticos han pedido disculpas a su electorado por unas conductas en las que ha faltado el mínimo rigor financiero?
- Hace pocos días una importante multinacional española informaba de sus cuantiosos beneficios -quizá teniendo en cuenta el tamaño que tiene, no sean para tanto- y al mismo tiempo una reducción de plantilla significativa. Desde el punto de vista de la gestión de un negocio como es el de esta empresa, muy competitivo, en un entorno global, es posible que la reestructuración de personal que pretende hacer sea bastante lógica si quiere sobrevivir en el futuro. Pero plantearlo en este momento, con los millones de parados que hay, puede inducir a muchas personas a odiar un sistema que parece estar pensado en función del dinero y de los intereses de unos pocos. De ahí a concluir que hay que nacionalizar la banca y la gran industria –como todavía hace unas décadas, pocas, se llevó a cabo en un país cercano al nuestro- basta una pequeña dosis de cinismo y demagogia.
¿Nos hemos preguntado por lo que siente un/a joven con una carrera universitaria, un máster, conocimiento de idiomas y en el paro, cuando sus perspectivas parecen cerradas a cal y canto?
No son más que muestras concretas de que algunas cosas no funcionan en concordancia con los intereses generales de la sociedad. Porque los grandes perjudicados de esta situación no parece que sean los que lo han provocado -que siguen exhibiendo sueldos millonarios (en euros)- y esto causa la ira de las personas normales que viven de un sueldo normal. Se escucha el grito generalizado de millones de personas que sólo les cabe el recurso de una papeleta que ponen en la urna cada cuatro años. Hay que aguzar el oído y sobre todo afinar la sensibilidad del espíritu de servicio hacia todos aquéllos a los que supuestamente se sirve pero que no se sienten bien servidos.
El mercado, como afirma Charles Handy, es un mecanismo para separar al eficaz del ineficaz, no es un sustituto de la responsabilidad. Y los mercados que representan la riqueza y la eficacia necesitan estar equilibrados por la compasión, representante de la civilización. Una sociedad estable se basa en la solidaridad.
Cuando uno se sirve de un cargo para sus intereses personales o de partido y no de la sociedad, no nos extrañemos de las consecuencias. Alguna vez puede explotar.