Javier Gil Guerrero, Proyecto ‘Religión y sociedad civil', Instituto Cultura y Sociedad
Obama y las guerras civiles en Siria e Irak
Cuando el último soldado estadounidense cruzaba la frontera con Kuwait en diciembre de 2011, la pesadilla iraquí parecía haber terminado. Un final honroso pero no exitoso. Estados Unidos abandonaba Irak con un sabor agridulce tras años marcados por violentos levantamientos, guerra civil y terrorismo. A finales de 2011 parecía que el país se encarrilaba hacia la senda de la reconciliación y el desarrollo. Obama estaba más que dispuesto a vender los frágiles avances obtenidos para poder pasar página sin tener que pronunciar las palabras derrota o fracaso. La idea era irse con la cabeza alta.
El gobierno de Maliki sin embargo ha desaprovechado en estos años cualquier oportunidad para alejar el fantasma de la lucha sectaria. Para empezar, impidió que un pequeño número de tropas estadounidenses se quedaran en Irak para llevar a cabo operaciones antiterroristas, entrenar al ejército iraquí y disuadir cualquier intento de revuelta armada. Maliki a su vez multiplicó las medidas y gestos que constituían una clara afrenta a la población suní. Maliki, chiita, no dudó en basar su legitimidad en el apoyo recibido por parte de la comunidad chiita, la mayoritaria en Irak. Sin embargo, los suníes han demostrado no estar dispuestos a quedarse de brazos cruzados mientras era marginados en el nuevo reparto de poder. Los kurdos, por su parte, han dedicado estos años a trabajar al margen del resto con la idea de construir un estado propio autónomo de Bagdad.
Obama mientras tanto se desentendió del problema. Irak avanzaba hacia el caos mientras Washington insistía en que se trataban de asuntos domésticos que sólo los propios iraquíes podrían resolver. Obama había puesto punto final a la guerra y cualquier apariencia de inmiscuirse en los asuntos de Irak hubiera restado credibilidad a su promesa electoral de dejar Irak. Con Estados Unidos ausente, Irán y Arabia Saudí no dudaron en trasladar su lucha- ya presente en la guerra civil siria- a Irak. Junto con Siria, Irak se fue convirtiendo en el nuevo tablero por la supremacía de Oriente Medio que enfrenta a suníes y chiíes, laicos y islamistas. Ante la pasividad de Obama, la partida la han estado ganando los chiíes (Asad permanece en el poder, Irán aumenta su influencia en la región) y los islamistas (los suníes, derrotados y perseguidos, deciden echarse en brazos de los grupos más fanáticos).
Si Obama no actúa claramente en Siria para parar las matanzas de Asad será visto como cómplice de sus acciones en Oriente Medio, radicalizando todavía más a la oposición siria. El sentimiento de que América les ha traicionado y abandonado aumentará entre la comunidad suní. Si Obama no da apoyo y cobertura a los grupos de oposición suníes moderados, el liderazgo de la resistencia suní en Irak y Siria será asumido por las organizaciones islamistas. Si Obama no interviene para detener el avance de los islamistas en Siria e Irak, se corre el riesgo de que se establezca un gran territorio en el que grupos terroristas puedan entrenarse y preparar futuros ataques en Occidente. Si Obama no fuerza a Maliki a cambiar las políticas que marginalizan a los suníes, la guerra civil en Irak continuará. En el caso de que Maliki se niegue a cambiar de rumbo, sería necesario forzar su dimisión y establecer un gobierno provisional de unidad nacional.
El resultado de no hacer nada será la prolongación de las guerras civiles en Siria e Irak, así como su posible extensión a otros países como Líbano o Jordania en un espiral de violencia y fanatismo sectario. Obama debe abandonar el cálculo político doméstico y asumir el papel que corresponde a Estados Unidos en la región. Tras el fiasco de la anunciada y en el último momento cancelada intervención en Siria, la credibilidad de Estados Unidos quedó en entredicho. Una acción clara en Irak dará ánimos a los moderados, frenará a los radicales y evitará una prolongación de la guerra sectaria.