Alberto Fernández, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
You spik inglish
He estado en Helsinki pasando unos días de vacaciones. Finlandia es un país maravilloso en verano con casi doscientas mil islas y otros tantos lagos, con agua y verde por todas partes. Naturaleza en estado puro.
Además, y éste es el objeto de mi artículo, todo el mundo habla inglés. Nuestros amigos no tenían problema en invitar a otros fineses; hablábamos todos en inglés. Nos invitaban a otras casas y exactamente lo mismo. Las cajeras de los supermercados hablan inglés. Cualquier persona a la que uno pare en la calle habla inglés. Un extranjero -si habla inglés- no tiene problemas para entender y hacerse entender en Helsinki.
Precisamente la experiencia opuesta me ha sucedido en San Petersburgo. Otra majestuosa y maravillosa ciudad. Ni rastro del inglés. Ni siquiera en el menú de un McDonalds. Todo escrito en cirílico. La persona que nos atendió no entendía ni «water». Por suerte acabó ayudándome a traducir otra persona que estaba detrás de mí en la cola para felicidad de mis hijos.
En los colegios de Finlandia no tienen más horas de inglés que en España, pero me dicen mis amigos que la clave reside en que no traducen las películas al finés sino que las dan en versión original subtitulada. Y los padres son conscientes de que las posibilidades de sus hijos pasan porque tengan una lengua que les permita comunicarse con el resto del mundo (la suya no es fácil). Mi impresión es que a la mayoría de rusos en San Petersburgo les daba exactamente igual si los turistas les entendían o no.
¿Y aquí? ¿Nos parecemos más a Finlandia o a Rusia? Recuerdo que el director general de una empresa me comentó que tenían que esperar para su expansión internacional a que en dos años se jubilase su director comercial que no hablaba inglés; y el director general en España de otra empresa que con una brillante carrera no había podido promocionar porque no sabía inglés. También al director general de una empresa catalana que prefería no invitar a su comercial de Madrid a las reuniones para que éstas fuesen en catalán.
Estamos muy lejos de Finlandia en términos de capacidad de comunicarnos con el resto del mundo porque no hablamos bien inglés, la lengua que, nos guste o no, es la que permite hacerlo. Y si aprendemos otros idiomas, mucho mejor. En estas vacaciones conocí a un francés casado con una finlandesa. Viven en Oslo y anteriormente en Viena. Sus hijos hablan inglés, francés, finés, alemán y noruego. Con chino y español podrían ir a casi cualquier lugar del mundo.
Los fineses, además de hablar muy bien inglés, cuidan su propia lengua. Son poco más de cinco millones pero me dicen que no temen porque desaparezca. La aprenden en sus escuelas. Estudian, leen y se comunican en finés. La diversidad de lenguas es un gran activo que nos permite, entre otras cosas disfrutar aprendiéndolas y soñar en la nuestra. La experiencia de Finlandia demuestra que es perfectamente compatible cuidar la propia lengua con aprender otras y que el camino no pasa por obligar a los demás a que para comunicarse contigo en tu país hablen tu idioma sino por educar a los tuyos a que hablen y escriban bien cuantos más idiomas mejor.
Les deseo, a quienes las tengan, «onnelinen loma», es decir, unas felices vacaciones.