Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro Universidad de Navarra
Hace unos meses publicamos en este mismo periódico un artículo (11-marzo de 2022), en el que recordábamos la gran vivencia javierista en Navarra hace un siglo, favorecida por la proclamación del santo como patrono de las obras de Propagación de la Fe (1904) y de las misiones (1927), amén de otras decisiones del obispo de Pamplona para el desarrollo de su culto.
La celebración del III Centenario de la canonización de Javier contó con numerosos actos que se vieron realzados con su relicario, traído de Roma, junto al Cristo del Cangrejo, llegado desde Palacio Real. Entre el 21 y 25 de septiembre de 1922 tuvieron lugar la celebración de un solemne triduo dispuesto por la Diputación, el Congreso Nacional de la Unión Misional del Clero, la peregrinación oficial a Javier y el gran desfile cívico-religioso por las calles de la capital navarra. El día 23 se celebró la peregrinación oficial a Javier, con la Diputación Foral y las Diputaciones de las provincias Vascongadas al frente, además de numerosas delegaciones de ciudades y villas, así como varios prelados. La presencia del rey Alfonso XIII, que llegó al castillo en automóvil, procedente de San Sebastián, dio gran realce a los festejos. La peregrinación a Javier fue un prólogo de la jornada vivida en Pamplona el día 24 de septiembre, de la que ya nos ocupamos en el artículo antes citado.
Conocemos diversos detalles de aquella jornada gracias a la prensa local, los programas de mano, el Boletín de la Diócesis de Pamplona y la publicación monográfica sobre el periplo español de las reliquias de san Francisco Javier y san Ignacio de Loyola de 1922. Se trata de relaciones laudatorias, recargadas y un tanto pomposas, al estilo de la época, ponderando unos valores en torno al santo navarro y, por supuesto, a las autoridades que participaron en los actos. Son textos que aún respiran a tiempos pasados, con una intencionalidad de empatizar con los lectores y llevarlos hacia unos ideales, marcando, en muchos casos, conductas a seguir.
El rey y las autoridades en Javier
El programa diseñado para las celebraciones centenarias tuvo como uno de los actos más relevantes la “Peregrinación Oficial al Castillo de Javier”, preparada con todo cuidado y detalle por la Junta encargada por la Diputación Foral de Navarra, bajo la presidencia de la mencionada institución, el obispo de Pamplona y con la participación ayuntamientos y parroquias de la comunidad foral. Para mayor trascendencia de la fiesta se invitaron a cardenales, arzobispos y obispos, así como a los diputados en Cortes y a las Diputaciones de las provincias Vascongadas y al rey Alfonso XIII.
La recepción del monarca, que venía de la capital guipuzcoana, en Irurzun, estuvo a cargo del gobernador civil, del vicepresidente de la Diputación y algunos diputados. Desde allí se dirigieron en automóvil a Javier, por Aoiz, para no interferir la carretera de Monreal por donde venía el grueso de la peregrinación. En Lumbier y Liédena se habían preparado arcos florales. A su paso por Sangüesa fue recibido masivamente, a los sones del repique de campanas, el estruendo de numerosos cohetes y la marcha real, interpretada por la Banda de Música. Con sus autoridades locales al frente, entró bajo palio en la parroquia de Santa María y veneró a Nuestra Señora de Rocamador.
El redactor de El Pensamiento Navarro afirmaba que Navarra estaba ese día en las carreteras, a caballo, a pie y sobre todo en una caravana automovilística que trajo consigo mucha expectación popular y producía “singular impresión en las gentes de los pueblos”.
En Javier todo estaba preparado desde las seis de la mañana, con el canto del rosario por los alumnos de los jesuitas. En El Pensamiento Navarro se pondera el trabajo de la Junta del Centenario, especialmente de su responsable máximo y alma de aquellas celebraciones, Ignacio Baleztena, que estuvo desde primera hora cuidando del más mínimo detalle. En un párrafo de la crónica del padre Eguía, realmente encendido, propio del momento, leemos: “¿No veis el espectáculo consolador de la carreta de Pamplona? … Monreal, Idocin, Navascués, Sangüesa, todos allí se aprestan a la expectación popular. Una y otra caravana de autos, o de cualesquiera carruajes y cabalgatas, los electriza, los pone en tensión y pinta en sus rostros las más expresivas muestras de gratitud y alegría. Los cardenales purpurados, los prelados eclesiásticos, hácenles inclinar sus frentes con devoción”.
Todo el conjunto de la localidad estaba especialmente engalanado para la ocasión. La relación del jesuita Constancio Eguía afirma: “También recibió mucho contento su Majestad de ver el atavío patriótico que ostentaban los edificios nuestros y el pueblo todo. La Escuela Apostólica aparecía revestida de colgaduras en los vanos, alternando los colores nacional y de Navarra. El castillo desplegaba a los vientos sus banderas. De los tres torreones, en el mayor se izaba la bandera pontificia, en el mediano, llamado de San Miguel, la bandera patria española, en el oriental o más bajo la bandera de Navarra. Las almenas de los baluartes mostraban sendas colgaduras, en las tres almenas surgían tres banderas de Francia, de Portugal y de Japón, en atención a los tres cónsules nacionales que asistieron a la fiesta. De las ventanas pendían escudos de Navarra”. En la zona de los frontones se colgaron arcos, tapices de la casa de Javier y de los reinos españoles.
El recibimiento en Javier, a eso de las once de la mañana, se define en distintas crónicas como entusiasta, con miles de personas esperando, las campanas al vuelo y cohetes. Acompañaban al rey el presidente del Consejo de Ministros y distintos cargos de su casa civil y militar. Fue recibido en la puerta de la residencia de los jesuitas por el provincial y el rector de la Compañía de Jesús, la Diputación Foral y autoridades civiles y eclesiásticas. Tras un breve descanso en el interior, se procedió a la celebración de la solemne misa ante un altar presidido por el lienzo de Javier pintado por Elías Salaverría, a cuyos lados se colocaron los maceros de la Diputación Foral. Para el adorno del ámbito celebrativo se contó con los consejos y dirección de Julio Arrieta, se trajeron ricos damascos de la Diputación y los cinco grandes tapices flamencos, valorados en aquellos momentos en un millón de pesetas. La parte musical corrió a cargo del Orfeón Pamplonés, bajo la dirección de Remigio Múgica, que interpretó la misa alemana dedicada al santo. Sin embargo, los Kyries y el Gloria los tuvieron que improvisar los alumnos de la Escuela Apostólica, por el retraso con el que llegó la agrupación musical pamplonesa, que se incorporó a la celebración a partir del Credo. La lista de prelados, nobles y de autoridades militares, políticas es larguísima y la aporta Diario de Navarra, en la página primera del ejemplar correspondiente al día 24 de septiembre de 1922. Al finalizar el oficio religioso, se interpretó el Himno Oficial del centenario, compuesto por el maestro Larregla y letra de Alberto Pelairea, con participación de la multitud, pues la melodía “ya se iba haciendo popular”.
Tras la misa, se procedió a la visita del Colegio Apostólico y del castillo, deteniéndose ante el famoso Crucifijo. En aquel momento, según la crónica de Diario de Navarra, uno de los diputados navarros, el liberal Valentín Gayarre, se adelantó y pronunció estas palabras: “Señor, estamos ante un Cristo milagroso que según la tradición fluía sangre cuando el santo se hallaba en peligro; y aprovecho la ocasión para pedir a vuestra majestad el indulto del reo Pedro Abós”. El monarca contestó: “¡Si este Cristo quisiera resucitar a la muerta! En cualquier caso, tras algunas adhesiones a la petición, como la del director de ABC -Torcuato Luca de Tena-, y una insinuación real, el presidente del Consejo de Ministros se comprometió a estudiarlo cuando se tuviese el expediente. Hay que hacer notar que el periódico ABC se implicó reiteradamente en la petición de aquel indulto. El mencionado Pedro Abós, apodado “el Bolo”, sería indultado de su pena de muerte, en diciembre de aquel año 1922. El reo había sido condenado por haber asesinado a su mujer Valentina Martínez Sáinz, en las fiestas de san Blas de Lodosa del año anterior, el día 5 de febrero de 1921.
El banquete oficial contó con numerosísimas autoridades y fue amenizado por Las Pamplonesa. Las mesas estaban ricamente adornadas con flores. Los peregrinos fueron obsequiados con bolsas personales “con abundantes raciones de fiambres, huevos y pollo, postres, pan y vino”. El monarca recibió a los alcaldes de Roncal con quienes conversó, interesándose por distintos aspectos del Valle. Como dato curioso, también se aportan los nombres de todos los representantes de las siete villas del Valle, que acudieron con sus trajes tradicionales y banderas. El alcalde de Isaba, Dositeo Ochoa, pronunció esta breve alocución: “Señor: Uno de los más altos honores para la comisión de las siete villas roncalesas es el de saludar a Vuestra Majestad y ofrecerle sus respetos. El Valle de Roncal que nunca retrocede, está con España, con Navarra y con su rey don Alfonso XIII. ¡Viva el Rey!”.
El regreso por Leire y Pamplona
Por la tarde visitó el monasterio de Leire. Allí fue recibido por los diputados forales y provinciales, a los que se sumó el conservador de aquel conjunto, José Oyaga y Zozaya. De la conversación en el interior de la iglesia abacial da puntual cuenta Diario de Navarra. En la misma se trató de la conservación del conjunto monástico, el rey aconsejó “la desaparición de algunos altares que carecen de valor artístico, para que puedan quedar descubiertos los magníficos ábsides que tras de ellos se ocultan”. En la cripta examinó despacio los capiteles y expuso “la conveniencia de subir al templo el altar de san Babil, cuyo único mérito es su remotísima antigüedad”. Queda claro por todas esas palabras que el rey estaba totalmente convencido de las teorías de restauración “en estilo”. Al respecto, hemos de recordar que, en aquellos años, las tendencias de intervención en los edificios seguían dos corrientes. La primera “restauradora”, mayoritaria y en seguimiento de lo ejecutado por Vicente Lampérez, era partidaria de las “restauraciones en estilo”. La segunda, más en sintonía con las nuevas tendencias europeas, era la denominada “conservadora” encabezada por Leopoldo Torres Balbás.
Por último, antes de abandonar el recinto monástico de Leire conversó con el sacerdote Miguel de los Santos Caralt, que le expuso el deseo de establecer allí el Seminario Nacional Español de Misioneros para China, para lo que estaban dando ya los primeros pasos, contando con la aprobación del obispo de Pamplona. Caralt, misionero apostólico, fue el impulsor del Instituto Misional de la China, establecido en Barcelona, en 1921, para recaudar fondos y formar misioneros entre los sacerdotes seculares.
El día terminó con una visita del rey conduciendo su vehículo por distintas calles de Pamplona y la visita a los pabellones del Hospital en Barañáin. Los testimonios de la jornada y de la opinión del monarca, a juicio del presidente del Consejo de Ministros y otros testigos presenciales, fue altamente satisfactoria, mostrando “imperecedera gratitud”. Sin embargo, en cuanto a calor popular y afluencia, fue mucho más concurrida la peregrinación al castillo el 15 de mayo del mismo año, auspiciada por las Cajas Rurales, en la que se juntaron 7.000 agricultores.