28/09/2023
Publicado en
The Conversation
Carmen Beatriz Fernández |
Profesora de Comunicación Política en la Universidad de Navarra
El año que viene, México, nación donde los feminicidios son parte de una dolorosa cotidianidad y donde los charros son “muy machos” hasta la caricaturización, tendrá una jefa de Estado por primera vez en su historia. Dos mujeres son las principales contendientes de la batalla presidencial de 2024: Claudia Sheinbaum, como candidata apoyada por el popular presidente izquierdista Andrés Manuel López Obrador, y Xóchitl Gálvez Ruiz, como candidata de una importante alianza opositora que incluye a los dos principales partidos históricos.
Cercana políticamente al PAN, Xóchitl Gálvez se consolidó como la candidata de consenso en las primarias cuando otra mujer, la candidata del PRI, Beatriz Paredes, renunciase a su favor tras un análisis demoscópico que evidenciara una ventaja holgada de la panista.
Unos kilómetros más al sur, en Venezuela, donde tampoco nunca una mujer ha llegado a la primera magistratura, otra señora se asoma como fenómeno electoral: María Corina Machado. Hoy lidera con comodidad todas las encuestas del país, tanto para la elección presidencial de 2024, como para la elección primaria prevista para el próximo 22 de octubre y que debe elegir al candidato único de la oposición democrática.
Al menos una de estas tres ingenieras de profesión será presidenta. Y con seguridad las tres dejarán huellas en la escalera femenina al poder.
Dos de los países más machistas del continente
México y Venezuela están entre los países más machistas del continente. Uno de cada cuatro mexicanos y uno de cada tres venezolanos piensa que pertenecer al género masculino es garantía de mejor desempeño político. Pero no son cifras demasiado distintas a las de la subregión: uno de cada cinco latinoamericanos/as cree que “los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres”.
¿Cómo es posible que en estas circunstancias las mujeres se preparen para la toma del poder político? Probablemente parte de la respuesta está en los valores políticos que enarbolan sus opciones electorales. Hay valores femeninos y valores masculinos en la política, como los hay en la gerencia y como los hay, de forma estereotipada, en la sociedad.
Mientras los valores femeninos de la política están ligados a la sensibilidad, la empatía, la reconciliación, el afecto, la compasión, el factor hijo, la emocionalidad y el ecologismo, los rasgos masculinos se asocian a los valores bélicos, la fuerza, la confrontación, la dureza, la capacidad de argumentar, la agresividad, y el autocontrol.
Durante la crisis de la COVID-19 un estudio encontró que los resultados relacionados con la pandemia, incluido el número de casos y muertes, eran sistemáticamente mejores en los países liderados por mujeres. Otro estudio de Harvard identificó que las mujeres ejercen mejor el liderazgo durante las crisis. Los encuestados dieron mayor importancia a las habilidades interpersonales, como «inspira y motiva», «se comunica con fuerza», «trabaja en equipo» y «construye relaciones». En general, las mujeres obtuvieron una valoración más positiva en 13 de las 19 competencias de sobre eficacia general del liderazgo. No todas las mujeres representan los valores femeninos de la política, ni todos los hombres, los masculinos. Por otro lado, hay momentos en que una sociedad demanda ser liderada por valores políticos femeninos y otros por valores más confrontacionales o masculinos.
La mexicana Xóchitl Gálvez es una empresaria de tecnología. Habla de superación, de empoderamiento, de entendimiento, desestima la violencia como instrumento, defiende apasionadamente la ecología y la preservación del hábitat. A su manera, representa el sueño americano de superación personal, hecha en México. Claudia Sheinbaum es de origen judío, académica, doctora experta en energía y cambio climático y viene de ser alcaldesa de la complicada megalópolis de Ciudad de México.
María Corina Machado suaviza su discurso
Por su parte, la venezolana María Corina Machado ha sido una política bien conocida en el país desde hace al menos dos décadas. Su origen familiar la vincula al mundo corporativo. En su momento fue notable su fuerza argumentativa y confrontacional contra el presidente Hugo Chávez, con actuaciones que se enmarcarían mejor dentro de los valores masculinos de la política.
Hoy, el mensaje de María Corina ha evolucionado: es más suave, sigue confrontando muy duramente al poder, pero es empática y abierta hacia el pueblo chavista. Habla de reconciliación y reencuentro. Emociona hasta las lágrimas a las madres y abuelas de cada pueblo venezolano que visita cuando lleva el mensaje del reencuentro familiar, evocando la vuelta a casa de los hijos de Venezuela, que hoy forman parte de una amplísima diáspora de 8 millones de venezolanos (de la que son parte sus propios hijos).
Solo 15 mujeres han sido jefas de Estado en Latinoamérica, según la cuenta del analista José Rafael Vilar. Sin embargo, apenas 9 de ellas han llegado al poder por la vía del voto popular, el resto lo ha hecho porque les ha tocado ocupar el cargo de máxima responsabilidad política en medio de grandes crisis. Tales son los casos recientes de la expresidenta boliviana Jeanine Añez (hoy presa política del gobierno) o la peruana Dina Boluarte, actualmente en mandato provisorio.
Sus situaciones, como las de otros casos menos conocidos como el de Dinorah Figuera, nombrada presidenta de la Asamblea Nacional del saliente Juan Guaidó en Venezuela, recuerdan casos de “precipicios de cristal”. El concepto hace alusión a los conocidos “techos de cristal” que las organizaciones imponen al ascenso jerárquico de las mujeres, pero se refiere a que en momentos de hondas crisis las mujeres tienen mejores posibilidades de alcanzar puestos de más perfil. Los hombres se apartan porque la tarea tiene altas probabilidades de fallar.
Conviene recordar una obviedad: una de cada dos personas es mujer. Menos obvio, en cambio, es saber que solo una de cada cinco parlamentarios es mujer, solo una de cada 4 ministros es ministra o por qué muy pocos rectores universitarios son rectoras. Todo, según estadísticas sobre la brecha de género que mide año a año el Global Gender Gap Report del World Economic Forum (GGGR). En los cuatro subíndices que establece el índice global de brechas de género, la mayor disparidad se encuentra en el empoderamiento político.
Al ritmo actual, las brechas de género pueden tardar en cerrarse 53 años en América Latina y el Caribe. Después de Europa y América del Norte, la región tiene el tercer nivel más alto de paridad. En lo político, con una paridad del 35 %, la región tiene el segundo puntaje más alto, después de Europa, en el subíndice de empoderamiento político (GGGR, 2023).
En lo particular, México, un país con 65 millones de mujeres, ha cerrado su brecha y viene creciendo año a año en su puntaje de paridad. En 2022 subió tres posiciones en el ranking mundial. El subíndice que impulsa los resultados de México es principalmente el empoderamiento político y, específicamente, la paridad a nivel del parlamento.
Estos relativamente buenos indicadores de la región se ven opacados por los datos de Venezuela: entre 2020 y 2021 cayó 24 puestos en el ranking del GGGR, para ocupar el puesto 91 de los 156 países incluidos en la medición. De los 26 países latinoamericanos, Venezuela está en el puesto 24.
Creo que ser mujer es hoy una ventaja competitiva en la política, y en 2024 México y Venezuela podrán dar muestras de ello. La diferenciación es un activo. Ser mujer facilita una mejor transmisión de mensajes emocionales, así como poseer mayor credibilidad en temas sociales y contra la violencia. Implica también ser mejor percibida en valores fundamentales de la política del siglo XXI, como son la empatía, la ecología y la capacidad de reconciliación, valores políticos con gran demanda en la Latinoamérica contemporánea. Las mujeres están al borde de un ataque al poder.