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Joseluís González, Profesor de Literatura, Universidad de Navarra

El anuncio de de Ausonia

jue, 28 oct 2010 08:04:55 +0000 Publicado en www.elcomerciodigital.com

A los 14 años aprendí que la delicadeza distingue el infinitivo amputar del verbo más suave extirpar. A mi madre le habían extirpado un pecho. Me dolía oír en el pueblo en que nació: «A Ezequiela le han cortado un pecho en Pamplona». Todavía no se había muerto Franco, pero a mí poco me importaba. Él se murió un jueves. Mi madre también. Pero sólo me dieron fiesta a mí. Llovía un aguacero y recuerdo la gabardina de mi padre en la entrada del colegio mojado de pisadas. Porque se había acabado el recreo, y era cuando la vida subía las escaleras de la normalidad sin noticias. Cuando todos los demás tenían, además de 13 años o 14, madre que les podría esperar en casa a la hora de la merienda. Cuando la 'tele' existía en blanco y negro y no había La 2 sino UHF, que casi nunca se veía bien.

No heredé, parece, lo bueno de los Urbiola. Ni sus ojos verdes o largos y semitransparentemente azules. Ni tampoco las facciones nobles, ni saber quejarse en voz alegre siempre que hiciera falta, ni el porte de hermosos con inclinación a arruinarse. Me quedé sencillamente con esa tendencia a leer periódicos estuviera donde estuviera, a creer que en asuntos de apoyar con dineros hay que tener también el bolsillo a la izquierda. Tuve el patrimonio de saber que la educación va de la mano de la libertad. Es decir, me tocaron en herencia cosas más bien poco útiles pero esenciales.

Para útiles, en todo caso, las clases. Pasé -viví- bastantes tardes de jueves del primer semestre de curso, durante unos felices años, en el aula 6 de la Facultad de Comunicación, en la Universidad de Navarra. Intentando no desmoronar los sueños de jóvenes de 19 ó 20 años que querían ser guionistas, productoras, 'locutar' telediarios, rodar documentales. Chicos a los que no les importaría que se les cayera el pelo, como a Francis Ford Coppola o a Stanley Kubrick, dirigiendo apasionadas películas irreprochables. Chicas dispuestas a tener su primer hijo a los cuarenta y tantos. Dos paredes más allá, una compañera se las veía, y se las ve, con los de la especialidad de Publicidad y Relaciones Públicas. Los míos, de Comunicación Audiovisual, los de riesgo de prematuramente calvos y chicas con talento y fuerza, se hartaban de oírme que «leer es releer» y «escribir reescribir». Y a veces, para escandalizar con el realismo, les soltaba que los anuncios no se graban para ganar premios, sino para que la audiencia se quede con la marca. Y para vender. Como quieren quienes pagan la publicidad en las agencias. Como buscan los anunciantes. La humildad es verdad.

Este anuncio es distinto. Clara vuelve al instituto para que abran el libro por la página 38. Ha cerrado la puerta a un cáncer de mama. Apenas da importancia a la palabra que se anuda en la pizarra: 'Bienvenida'. Tampoco le importa anunciar compresas. El 'spot' está esencialmente bien. Transmite. Hereda emociones. Lo ha hecho la agencia Contrapunto. Son buenos, aunque no siempre controlan dónde poner las tildes en los hiatos. Propio de publicitarios. Algunos no saben todavía escribir bien «Para ti», la clave de anunciar. Eso sí: los más tiquismiquis soltarán que el 'spot' de Ausonia es irreal. Que no existen aulas así ni en Finlandia. Pero no importa. Será inverosímil -para mí no: me lo creo-, pero cuenta una verdad insustituible: como una prótesis en la mama izquierda. La más cercana al corazón. Sé por el doctor Pérez Cabañas que algunos hombres también padecen cáncer de pecho.

El anuncio completo de Contrapunto para Ausonia y la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) tiene treinta y cinco planos y dura un minuto catorce. Le he sacado al 'spot' una falta de 'raccord' en el libro que quiere volver a abrir la 'profa'. Pero es lo de menos. En la 'tele' emiten uno de veinte segundos. Bastan para ponerle un pañuelo rosa a la acción, a conquistar minuto a minuto investigación y avance.

Por eso quiero que en mi casa compren compresas Ausonia, aunque no se utilicen, y que cada caja sirva para unos cuantos tictacs de investigación. Cada envase, un minuto más. Y oigamos la voz a Luz Casal. Y por supuesto, que la marca dé la cara y cuente cuántas horas de laboratorio y de bata blanca ha costeado y dónde. Y si han aprovechado los del dinero el tiempo. No vaya a ser que vuelvan los jueves, la gabardina, el verbo 'cortar' y que Clara no tenga pañuelos de color y corazones y cerebros en los pupitres. Y todo sea un simple ministerio.