Publicado en
Diario de Navarra
Javier Andreu Pintado |
Catedrático de Historia Antigua y director del Diploma en Arqueología de la Universidad de Navarra
Desde el pasado mes de diciembre, y tras dos años de controversia social, política, pero, sobre todo, positivamente científica, la Mano de Irulegi obra ya en la sala de Prehistoria del Museo de Navarra. Aunque quizás puedan hacerse objeciones a esa ubicación un poco excéntrica –se trata de un documento escrito del primer cuarto del siglo I a. C.– consta que no será esa su posición definitiva en la exposición permanente del Museo.
Cualquiera que se haya acercado a visitarla en estas semanas, tal como han subrayado estos días los medios, habrá observado cómo esta plancha de bronce atrae, no importa el día, a decenas de curiosos y visitantes que descubren con ella la Antigüedad de nuestra tierra navarra. La Institución Príncipe de Viana y el Museo de Navarra han acertado al aprovechar el appeal de la Mano para dinamizar la extraordinaria colección arqueológica del Museo que incluye, entre otras, piezas singularísimas como el mosaico de Andelo, la cabeza de Augusto divinizado de Cara o el togado en bronce de Pompelo, icono ya de la estatuaria hispanorromana en dicho material.
La rotulación que acompaña a la ya, sin duda, más mediática de todas las inscripciones paleohispánicas, es tan moderna como clara. Se deja claro que si tenemos conocimiento de los vascones es por los autores romanos y se sale al paso de la identificación vascones/ navarros o vascones/vascos de la que tanto se ha abusado últimamente, y siempre. Sorprendentemente, a tenor de lo que se ha leído sobre la pieza desde su presentación en sociedad en noviembre de 2021, se hace constar que un buen número de los textos atestiguados en el territorio vascón fueron escritos en lengua celtibérica –varios, de hecho, pueden verse sobre monedas y téseras en esa misma sala– y sólo unos pocos, en la zona más oriental del territorio, lo fueron en lengua vascónica.
Es cierto que se omite que el ahora llamado signario vascón es en realidad solamente un subsistema del signario ibérico y que, por falta de espacio, tampoco se pone en valor la diversa filiación cultural del modo en que el documento fue compuesto sobre la plancha de bronce que lo ostenta. Asimismo, no se subraya la intensa romanización de que el territorio vascón debía hacer gala ya en la época en que se grabó la Mano para que uno de sus habitantes compusiera esta pieza pidiendo a la fortuna custodiase su hogar en tiempos inestables como debieron serlo los de la guerra de Sertorio.
Seguro que cuando el documento ocupe el lugar que le es propio en el Museo de Navarra, más cerca de los materiales romanos, esas cuestiones se harán evidentes. Hasta entonces, sólo resta felicitarse, porque de las entrañas de la tierra navarra se haya recuperado esta pieza que, seguro, entenderemos mejor al paso de los años y que, como ningún documento lo había hecho hasta la fecha, ha contribuido a reactivar cuestiones que creíamos cerradas, planteando preguntas hasta ahora igualmente insospechadas. Y eso es un revulsivo para la ciencia y para el conocimiento. Ahora toca descubrir de ‘la mano’ la prometedora Arqueología de Navarra y de su Museo que nos acerca a ella de un modo excepcional y a través de cómo la Arqueología escribe la Historia: la materialidad del pasado.