Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
La utopía social del movimiento okupa
Una de los significados de la voz “utopía” es “Proyecto o plan ideal atrayente y beneficioso -generalmente para la comunidad- que es improbable que suceda, o que en el momento de su formulación es irrealizable” (diccionario de la Lengua). Es especialmente aplicable a la utopía social.
Últimamente está de moda la utopía del okupa. Se ha intensificado como “respuesta” a la escenificación politizada y masiva contra los desahucios de familias morosas, que no pagan el alquiler o los plazos de la hipoteca de su vivienda. Las algaradas callejeras antisistema se están convirtiendo en un procedimiento rápido de promoción política. Algunos de esos alborotadores oportunistas han pasado de ser unos desconocidos a ser alcaldes de ciudades muy importantes.
Los asaltos a las viviendas se presentan como las aventuras de Robin Hood, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Ya hay niños que dicen que de mayores quieren ser okupas.
El movimiento okupa declara que sólo se ocupa la segunda vivienda y locales en desuso, pero no es cierto. Se ocupa todo lo que se puede, incluida la primera vivienda. Un dato de España en 2017: según el periódico Expansión, existían 90.000 casas ocupadas de forma ilegal, aprovechando que en ese momento estaban vacías, o que estando habitadas, sus habitantes se habían ausentado unas horas. Al regresar, los propietarios se encuentran con que no pueden acceder a su vivienda: unos okupas han cambiado la cerradura, alegando que ahora la casa es suya, y que lo hacen por un fin social. Quien no lo acepte sería “insolidario” (sic).
Ese número sigue creciendo a gran ritmo, especialmente en las grandes ciudades.
Con sus invasiones ilegales a la propiedad privada los okupas creen estar denunciando eficazmente la injusta política sobre el uso del suelo. Aspiran a la igualdad social apoyándose en el artículo 47 de la Constitución española, que dice que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Se añade que los poderes públicos regularán la utilización de suelo, para evitar la especulación. Muchos ocupas no lo han leído, pero sí las mafias que los manipulan.
Esa regulación del suelo permitiría, según los okupas, que muchos jóvenes puedan emanciparse del hogar familiar cuando lo desean, accediendo a una vivienda comprada o alquilada a precios sociales, sin permanecer indefinidamente en casa de sus padres.
Los okupas proyectan dar un uso social, a los locales robados. Para ello realizan talleres que, supuestamente, rehabilitarán barrios faltos de vida.
La falacia del movimiento okupa se descubre simplemente viendo que son noticia muy frecuente en las páginas de sucesos de los periódicos. Algunos titulares recientes: “Una familia encuentra su casa okupada al regreso de una salida de fin de semana”; “Un edificio okupa frente a un colegio es un nido de ratas”; “Unos okupas con la luz pinchada originan un incendio que causa varias víctimas mortales”; “En un desalojo de okupas encuentran básculas de precisión para pesar droga y 300 kilos de basura”; “Desalojados los dueños de una casa tras la denuncia de sus okupas”.
La lentitud de la justicia hace que algunos propietarios invadidos negocien con sus okupas la recuperación de su vivienda. El engaño del movimiento okupa se ve no en las palabras, sino en los hechos. Veamos algunos de ellos.
Se ignora a sabiendas que la propiedad privada es sagrada, tal como lo recogen varios artículos del Código Penal. En el 202 se penaliza el allanamiento de morada y en el 245 la usurpación.
No es verdad que los barrios se rehabiliten con viviendas okupadas, sino que se degradan; los jóvenes okupas ni estudian ni trabajan: en realidad son Ninis con la coartada de un aparente compromiso social; los okupas no pueden promover cultura porque ellos mismos son una subcultura cutre; no son idealistas, sino usurpadores de la propiedad ajena que viven a costa de quienes trabajan, lo que incluye no pagar la electricidad, el agua y las cuotas de la comunidad. A ello se añade que montan mercadillos que venden todo tipo de cosas sin abonar impuestos, con clara competencia desleal.
Todo esto no promueve la igualdad social, sino la desigualdad. Y, por supuesto, las denuncias no han servido para promover las viviendas sociales, salvo las de los propios okupas.
Urge erradicar un movimiento hasta ahora imparable, modificando las leyes permisivas que lo posibilitan. Algunos partidos políticos, por fin, incluyen en su actual programa electoral acabar con esta lacra. Antes captaban votos con la tolerancia a los okupas, mientras que ahora es más rentable prometer el desalojo express por la policía en un plazo de 24 horas. Está por ver si este procedimiento se aplica.