Pablo Blanco, Profesor de Teología
Párroco en un pueblo
Cuando en 1944 un oficial de las SS le preguntó a bocajarro qué quería ser «de mayor», el joven «voluntario» del campo de trabajos forzosos respondió: «Párroco en un pueblo». Todos los presentes se carcajearon de él, pero este gesto de Joseph Ratzinger evitó que otros se enrolaran en las SS y que los demás seminaristas se mantuvieran firmes en su vocación. Siete años después, el 29 de junio de 1951, Joseph Ratzinger era ordenado sacerdote junto con su hermano Georg en la catedral de Frisinga, en la Alta Baviera.
Han pasado ya sesenta y cinco años de su ordenación. Sintiéndose débil, recibió seguridad. Era un símbolo de la fuerza del Espíritu que recibe todo sacerdote en su ordenación: «Cuando dije "sí" en la ordenación sacerdotal -recordaba ya como papa-, es posible que uno tuviera su propia idea sobre el futuro, pero también uno sabe: "me he puesto en manos del obispo y, en última instancia del Señor. No puedo buscar para mí lo que quiero. Al final tengo que dejarme llevar"».
En la rueda de prensa celebrada a la vuelta del viaje a Armenia, el pasado 27 de junio, el Papa Francisco afirmó de él: «Es para mí el papa emérito, el abuelo sabio, el hombre que me guarda las espaldas con su oración. No olvido aquel discurso que nos ofreció a los cardenales, el 28 de febrero [de 2013]: "Entre ustedes seguro está mi sucesor. Prometo obediencia" y lo ha hecho. [...] Es un hombre de palabra, un hombre recto, recto, recto».
Joseph Ratzinger ha sido, además, catedrático de Teología durante 25 años; arzobispo de Múnich y Frisinga, cinco; prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe colaborando con san Juan Pablo II, 23; obispo de Roma y Pontífice, ocho. Pero, sobre todo, ha sido sacerdote durante todo este tiempo. Lo acompañamos con agradecimiento y oración.