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La indiferencia como síntoma social

27/07/24

Publicado en

El Diario Montañés

Gerardo Castillo Ceballos |

Facultad de Educación y Psicología de La Universidad de Navarra

La indiferencia no se limita a las relaciones personales; se filtra en el ámbito social y político, propiciando cómplices silenciosos de todo tipo de injusticias

El término indiferencia se refiere el estado de ánimo de una persona que no siente atracción ni rechazo por ninguna de las situaciones que vive. Es no mostrar interés o afecto por algo o alguien. En algunas ocasiones tiene carácter de autodefensa ante el miedo a ser herido psicológicamente. La indiferencia se atribuye también a las personas imperturbables. En la filosofía griega a la imperturbabilidad se le denominaba ataraxia, un estado mental que permite vivir en calma.

Hasta aquí la indiferencia es solamente un estado anímico que no tiene consecuencias negativas para los demás. Pero existe también una indiferencia hostil. Consiste en la realización de actos sutiles orientados a ignorar deliberadamente a alguien. Veamos dos ejemplos reales.

El primero: algunos de los jugadores de la selección española de fútbol que ganó la Eurocopa le dieron la mano al presidente del Gobierno con ‘desgana’. Segundo: un miembro de la bancada del Gobierno, en el momento de ser interpelado por un diputado de la oposición, habitualmente no le mira a la cara, simulando que está escribiendo algo.

Este tipo de indiferencia convierte al afectado por ella en ‘invisible’. La indiferencia está ligada a la insensibilidad y a la frialdad. «A veces, la indiferencia y la frialdad hacen más daño que la aversión declarada» (JK Rowling).

Mostrarse indiferente ante alguien implica que estás aparcando todos tus sentimientos, que no existe para ti. Para Elie Wiesel, escritor rumano sobreviviente de los campos d concentración nazis, la sociedad en la que le tocó vivir estaba compuesta por tres categorías: los asesinos, las víctimas y los indiferentes.

La indiferencia anula nuestras expectativas sobre aquellas personas que pensábamos que estarían de nuestra parte. En ocasiones preferimos recibir alguna palabra desagradable, porque denota que le seguimos importando al otro. Pero cuando no recibimos ni una señal, sentimos que ya no importamos.

La indiferencia largamente proyectada sobre alguien en concreto o sobre un colectivo es una forma de maltrato. En un estudio llevado a cabo en la Universidad de California se demostró que este tipo de dinámica basada en la exclusión y en la despreocupación, genera dolor y angustia. Es un sufrimiento que trasciende nuestras emociones para llegar también a nuestro cuerpo.

Quizá no hay nada más destructivo que sentir que somos completamente irrelevantes para alguien próximo. Pero la indiferencia no se limita a las relaciones personales; se filtra en el ámbito social y político, propiciando cómplices silenciosos de todo tipo de injusticias. Vivimos en una sociedad desinteresada por la participación en sucesos conjuntos. Ello es síntoma de desunión e individualismo. Por ejemplo, la tolerancia social ante el consumo de alcohol, las apuestas y el acceso a internet sin límites por parte de menores.

La indiferencia impide el diálogo, lo que predispone a que las familias se distancien. Una de las causas de las rupturas conyugales en la actualidad es la indiferencia entre los casados.

En una relación de amistad o de amor, la indiferencia suele dañar la calidad del vínculo y el bienestar de los involucrados. La indiferencia crea una barrera que los separa cada vez más y aumenta la gravedad de los desacuerdos. La víctima de la indiferencia siente un profundo malestar emocional, en la medida que el otro la aísla y la desprestigia. Esto es así porque las personas, como seres sociales y con necesidades emocionales, aspiramos a establecer una relación de constante interacción con nuestros seres queridos.

Si en un momento dado empezamos a percibir silencios, vacíos y frialdad, no es bueno rendirse. Lo más aconsejable es intentar entender qué sucede. Esa desconexión emocional siempre tiene un origen y como tal debe ser aclarado para que poder actuar en consecuencia. El mero hecho de afrontar el problema es el principio de la terapia.

La indiferencia es contraria a la responsabilidad social. La persona que se coloca en posición indiferente frente a otra es porque el sentimiento de responsabilidad ante la humanidad del otro no le perturba.

Para construir una sociedad más humana, es fundamental reconocer y afrontar la indiferencia en todas sus formas. Supone cultivar las virtudes sociales: la honestidad, la confiablidad, la veracidad, la liberalidad y la equidad. Es la forma de construir puentes en lugar de muros.