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Liderazgo histórico (4). Simone Weil: la mujer que anunció la humanización del trabajo

29/07/2024

Publicado en

Expansión

Raquel Lázaro-Cantero |

Profesora de Filosofía y del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea

Simone Weil (1909-1943), francesa judía conversa al cristianismo y mente preclara, enfrenta en sus 34 años de vida las dificultades de una sociedad donde el trabajo deshumaniza por su mecanización y al hombre se le desdibuja la búsqueda de la verdad. Se podría decir que lideró en su momento, adelantándose en el tiempo, dos retos: un cambio radical en el modo de entender el trabajo y la necesidad de salvar al hombre del individualismo y del desarraigo. Según Gabriella Fiori, Weil abre caminos nuevos a la inteligencia. Pienso que sus aportaciones siguen siendo actuales e inspiradoras en plena revolución digital.

Mi maestro, el filósofo Rafael Alvira, insistía en que el trabajo es una categoría moderna. Antes de la revolución industrial había labor, tarea; pero a partir de Adam Smith tenemos trabajo dividido racionalmente. La partición de las tareas permite tres cosas según el ilustrado escocés: especialización, ahorro de tiempo y –gracias a la mecanización- aumento de la producción. Smith, consciente de la cantidad de pobres en las ciudades tras la caída del sistema feudal, consideraba que aquel modo de organizar el trabajo les facilitaría salario y propiedad. Sin embargo, también supo ver que de aquella división del trabajo se seguirían algunas lacras: un trabajo repetitivo impide el desarrollo de la inteligencia, agota los cuerpos y empequeñece el fin del trabajador, quien no repara en el servicio que presta con su trabajo al todo social.

Dos siglos más tarde, Simone Weil ofrece soluciones para que el trabajo mecanizado se humanice, esto es, que sea la máquina la que está al servicio del hombre, y no el hombre al servicio de la máquina. La francesa trabajó voluntariamente en la Renault, quería tener por experiencia la marca del sufrimiento de una cadena de producción (recordemos a Charles Chaplin en Tiempos Modernos), y anunció en los años treinta una nueva revolución para el siglo XX: ir hacia una espiritualidad del trabajo, ser consciente de la tarea transformadora que lleva a cabo, formarse para trabajar bien; y conectar su trabajo con un servicio al todo social y a la verdad, donde se ha de arraigar. Simone Weil reivindica el trabajo manual, artesanal y agrícola, pues es ahí donde el hombre cobra conciencia de su deuda: se le da la tierra y sus dones al cultivarla y transformarla con su acción. Le parece que ese saberse en deuda libra al hombre de la autosuficiencia, tan extendida donde reina el individualismo. Al trabajar se cansa, experimenta su proximidad a la muerte y eso le sitúa ante la gran pregunta socrática: la muerte como límite.

Si desarrollamos esta intuición podemos señalar que donde hay límite, hay más allá de él, por tanto, la muerte abre a un más allá, y el hombre que trabaja lo aprende. La apertura a la trascendencia conecta con lo permanente -lo no cambiante-, con lo que se substrae del tiempo, con lo eterno, es decir, con lo divino que otorga dones al hombre, esto se puede y debe celebrar. La acción de trabajar queda ritmada entonces entre trabajo, descanso y fiesta: se trabaja lo dado, se repone uno de la fatiga, se celebra lo donado. El trabajo así se puede hacer culto celebrativo.

Weil nos recuerda que la acción sin la contemplación amorosa nos asemeja a la máquina y engendra idolatría, porque lo propio del hombre no es solo ejecución eficiente, sino poner conciencia y atención amorosa en lo que hace. Quien trabaja se cultiva a condición de que su inteligencia entienda que además de la dimensión objetiva -el producto del trabajo-, este comporta una dimensión subjetiva: la mejora del hombre que trabaja (inteligencia, justicia, orden, servicio, amistad, etc.) y la mejora de la sociedad que se hace destinataria de su trabajo. Lejos de ser una tarea esclavizante, el trabajo se convierte en un tiempo solidario con los demás y hondamente existencial para cada uno. Según Weil, Occidente se desmorona y solo lo podría salvar la contemplación de la belleza, redescubrir la liturgia y la justicia fraterna para con los demás. ¿Será el trabajo una ocasión para este reto?