Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Padres para un tiempo nuevo
Paternidad (del latín paternus), se refiere a la condición de ser padre o madre. Los casados que tienen un primer hijo acceden a la paternidad, pero, previamente a ese hecho, es importante que estén predispuestos a ella. Deben hacer oídos sordos a algunos comentarios pesimistas, frívolos y jocosos, como, por ejemplo: “cuando llegue tu primer hijo olvídate de dormir”.
Ser padres no es una circunstancia más de la vida, sino la respuesta a una vocación. La paternidad-maternidad trasciende lo biológico; quien es coautor de una vida debe responsabilizarse de que esa vida siga creciendo tanto en lo físico como en lo espiritual y lo moral. Esa tarea es la esencia de la educación familiar.
Educar es promover la autonomía progresiva del hijo, permitiendo que aflore su creatividad. A ello se opone la idea de que educar es modelar. Se cuenta que un niño jugaba habitualmente dibujando polígonos en cualquier espacio de su casa. Un buen día su madre le corrigió con energía: “¡Pitágoras, borra esos garabatos ahora mismo y copia la lección del libro de Geometría; mucho me temo que como sigas pintando esas tonterías nunca serás un hombre de provecho; sólo serás un Don Nadie”.
El concepto de paternidad y maternidad está sujeto a una evolución sociocultural. Inicialmente se consideraba, erróneamente, que la atención y el cuidado de los hijos eran una cuestión exclusiva de sus madres. El role del padre (varón) era más de estatus (mando y gobierno) que de educador; se limitaba a detentar la autoridad (que con frecuencia era autoritarismo), exigir disciplina externa, ser el sostén económico de la familia y proveedor en lo material. Ese padre delegaba su responsabilidad educadora en la madre.
A finales del siglo XX empezó a cambiar la visión de la paternidad (del padre y de la madre) con el paso de la sociedad patriarcal a una sociedad de “igualdad sexual”. Fue un cambio trascendental, ya que “la figura materna tradicional de cohesión familiar a través de los lazos de amor ha de fusionarse con la figura paterna de autoridad, para obtener una figura paterno-materna en la que el padre y la madre se distinguen a la vez que se complementan, constituyendo una auténtica unidad espiritual de amor, autoridad y moral” (Marcela Chavarría).
Los padres (varones) que lograron romper con la tradición atávica de ser meros proveedores, descubrieron el gozo de implicarse en la crianza de los hijos, desde las primeras edades, aunque siendo inevitable que, por ser novatos, cometieran errores “simpáticos”. Por ejemplo, poner los pañales al revés. Más grave fue el despiste de un padre que acompañó a su mujer al hospital con ocasión de su primer parto. Tras dar a luz, se suscitó este diálogo:
“-Por favor, Jaime, ¿quieres cambiar al niño?
-Eso está hecho. Aquí lo tienes.
- No me refería a que lo cambiaras por otro en la sala de cunas”…
En España sigue habiendo muchos padres ausentes, esos que se casaron con su trabajo, por lo que sólo ven a sus hijos cuando están dormidos. Los hijos que crecen sin la referencia del padre suelen tener sensación de abandono y sentimientos de inseguridad; piensan que su padre no los quiere. Por ese motivo son propensos a desarrollar problemas de conducta. Ese hecho justifica por sí mismo seguir reivindicando el rol paterno en la familia, por lo menos hasta el momento en que la mayoría de los hijos pregunte: “Papá, ¿qué hay para comer?”
Compartir la educación de los hijos genera una “paternidad espiritual”, en la que la visión paternal del padre y la visión maternal de la madre se unen para el bien de los hijos, trascendiendo sus propias realidades biológicas.
Un factor decisivo para la igualdad de la paternidad-maternidad fue la progresiva incorporación de la mujer casada al mundo del trabajo, unido a las facilidades dadas por algunas empresas para conciliar trabajo y familia. Pero esa conciliación es todavía insuficiente, lo que explica que sigan existiendo “los niños del llavín”. Cada día, al regreso de la escuela, abren la puerta de una casa vacía con el llavín que sus padres les dieron por la mañana, antes de salir para el trabajo. Les suelen dejar también la tablet “para que no se sientan solos…
En el actual marco sociocultural se espera de ellos que actúen con mentalidad profesional. Eso implica formación continua como educadores. Sería incoherente que un padre cuide la formación permanente como profesional y la descuide como educador de sus hijos.
Conclusión: ser padres y madres hoy conlleva compartir los deberes y tareas domésticas, especialmente la educación de los hijos y la correspondiente capacitación pedagógica. Se trata de fomentar una progresiva autoeducación de la libertad en un tiempo de cambios acelerados y crisis de valores.