Ramiro Pellitero, Profesor de Teología
Educadores y catequistas de lo esencial
¿Qué es lo esencial para educar en la fe? Porque la catequesis es eso, formar en la fe. Y no es solamente para los niños. Formar a otros es arte que requiere sabiduría, como lo es educar o formar para la vida cristiana. ¿Qué es lo importante, lo prioritario, lo central? ¿Cómo debe ser enseñado o transmitido? ¿Y cuál es el perfil del educador y del catequista?
En su homilía durante el jubileo de los catequistas (25-IX-2016), el Papa Francisco ha glosado unas palabras de San Pablo en su carta a Timoteo. Le pide que guarde «el mandamiento sin mancha ni reproche» (1 Tm 6,14). Parece que el apóstol quiere que mantengamos nuestros ojos fijos en lo que es esencial para la fe, en el centro de la fe.
Primero, lo importante, el centro: ese corazón que da vida a todo en la vida cristiana, dice el Papa, “es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días”. Y nunca debemos olvidarlo.
Francisco señala que, en efecto, “no hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual. Cada aspecto de la fe es hermoso si permanece unido a este centro, si está permeado por el anuncio pascual. Si se le aísla, pierde sentido y fuerza”.
Subraya el Papa que estamos llamados a vivir y a anunciar la novedad del amor del Señor: “Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará”.
Este mandamiento central del que habla san Pablo le lleva a Francisco a pensar también en el mandamiento nuevo de Jesús: “Que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12).
En segundo lugar se detiene el Papa para señalar cómo debe anunciarse el amor de Dios: mediante el amor efectivo a los demás.
Se trata de orientaciones muy valiosas para la evangelización: “Al Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde. No se anuncia bien a Jesús cuando se está triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones”.
Insiste Francisco: “Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio”.
En una tercera reflexión se detiene en cómo debe ser el educador de la fe y en concreto del catequista.
Con referencia al Evangelio del rico y del mendigo Lázaro, observa el Papa que el rico no ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera. “No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un ‘agujero negro’ que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo”.
Siguiendo la comparación con una enfermedad de la vista, dice Francisco que esta grave ceguera del rico de la parábola adopta con frecuencia un comportamiento estrábico: “mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor”.
Pero el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta: “Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre significa Dios ayuda. Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su Reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos”.
En cambio el hombre rico “no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia”. El Papa ve un gran contraste entre la vida de este hombre, opulenta y presuntuosa, con una continua reivindicación de necesidades y derechos (incluso hasta después de la muerte) y la vida del mendigo:
“La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas”. Se trata de una valiosa lección para los educadores de la fe: “Como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de apariencia y a no buscar la gloria; ni tampoco podemos estar tristes y disgustados”.
Así deben ser también los catequistas: “No somos profetas de desgracias que se complacen en denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente, lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad”
No ciegos de indiferencia o apariencia. Oteadores de horizontes, capaces de mirar a lo lejos, y sherpas que indican donde pisar ahora para seguir avanzando. Testigos cercanos y alegres. No tristes, ni pesimistas, ni escépticos:
“El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios. El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades”.
Esto es lo que pide hoy el Señor de los catequistas: ir a lo esencial. Y para ello, renovarse y anunciar con alegría a Jesús, con la ayuda y el amor efectivo hacia los demás. Por eso, con Francisco le pedimos “que nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la ceguera de la apariencia y las tristezas del mundo. Que nos vuelva sensibles a los pobres, que no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta ante nosotros”.